La fachada de la antigua fábrica de hielo Imperial, a la entrada del barrio La Esperanza, ha terminado por convertirse en la agenda picotera de los barrios subnormales de Cartagena y de todos los amantes de los grandes equipos de sonido.
A estas alturas, a esa fachada casi no se le ven los baldosines con que fue adornada en los mejores tiempos de la fábrica de hielo, porque sobre ella pesa la presencia de un sinnúmero de avisos hechos sobre cartulina o papel bond para anunciar las fiestas picoteras que habrá cada fin de semana en los escenarios ya reconocidos por los bailadores.
El más famoso de los pocos creadores de esos avisos se llama José Corredor Rodelo, pero desde hace más de 30 años le dicen “El Runner”, sólo por haberle preguntado a su profesor de idiomas —delante de sus condiscípulos de la Universidad Libre— cómo se decía “corredor” en inglés.
Pero más que por el inglés o por cualquier otra materia, desde esos años de bachillerato, El Runner se aficionó por el dibujo. Por eso, tal vez desconoce las historias que han contado prestigiosos investigadores del Caribe respecto a los esclavos africanos, sus fiestas en honor a los dioses que trajeron del llamado Continente Negro y la persecución de los guardias realistas y los curas católicos en su afán por extinguir los que consideraban rituales satánicos.
Según los historiadores, al parecer en casi todos los territorios de América en donde hubo esclavos africanos, éstos organizaban —en patios, solares y plazas— ruedas de tambores, danzas y oraciones en honor a los orishas (deidades afroantillanas); fiestas que casi siempre finalizaban de manera abrupta cuando los guardias y los curas, látigo en mano, decomisaban los tambores y echaban maldiciones en contra de aquellas costumbres ancestrales.
La repetición de estas escenas terminó por obligar a los perseguidos a inventarse códigos que no entendieran los colonizadores y que ayudaran a preservar el bembé por encima de todas las intolerancias y segregaciones.
Uno de esos códigos fueron los pañuelos rojos que los mensajeros de la rumba amarraban en las cortezas de los árboles para que sirvieran como señales para guiar a los interesados en asistir, monte adentro, a esas francachelas que se siguieron realizando por los siglos de los siglos.
Tal vez El Runner desconoce que los tambores fueron reemplazados por los picós que él publicita todos los fines de semana; y que los pañuelos rojos son los avisos que diseña en su taller del mercado de Bazurto y con los cuales se gana la vida desde hace más de 15 años.
Desde las primeras horas del lunes, los avisos de El Runner inundan no sólo la fachada de la Imperial, también los postes del alumbrado público y las paredes más visibles de la zona sur oriental de Cartagena, parte de la sur occidental y las puertas de los recintos en donde se celebran los rituales de los picós champeteros y salseros.
El Runner tenía 18 años cuando diseñó el primer aviso en la terraza de su vivienda del barrio Olaya Herrera, sector La Magdalena, en donde desde niño aprendió a ser uno de los fervientes admiradores de picós como “El conde”, “El gran Tony”, “El diamante”, “El sabor latino”, “El kung fu” y “La radiola popular de El Perro”, entre otros, aunque muchas fueron las veces en que se conformó con escuchar el sonido desde las puertas de las casetas, por no tener el dinero de la entrada.
Su primer aviso no sólo le abrió las puertas de las casetas sino también una ventana para ganarse la vida y convertirse en una de las partes fundamentales del gigantesco engranaje que se mueve alrededor de los monstruos del sonido.
“Antes de que se me ocurriera diseñar ese aviso, los organizadores de los bailes cogían cualquier cartón y escribían con marcador negro el nombre del picó, el sitio, la fecha, la hora y el precio de la entrada. Eso era todo. Hice el mío con diferentes colores en una cartulina y a los vecinos no sólo les gustó, sino que me insinuaron que se lo mostrara al dueño del baile que habría el domingo. Y eso hice. Al tipo le gustó tanto que me regaló dos entradas”, cuenta El Runner, recordando también que para aquella época los bailes más famosos se organizaban en la calle de los palenqueros, en el barrio La Candelaria.
Desde ese momento, la creación de avisos le permitió presenciar los más enconados duelos entre picós salseros o especializados en música africana, pero la mejor consecuencia fue haber iniciado la carrera de “publicista” (como él la llama) en el taller de otro realizador de avisos del mercado de Bazurto.
“Un día —cuenta—, Gonzalo Corredor, mi papá, quien tenía una colmena en el mercado, se puso a preguntar por mí, porque quería saber en dónde me metía todos los días y qué era lo que hacía. Quienes me conocían lo llevaron hasta el tallercito en donde trabajaba, pero no me encontró. Estaba pegando avisos de algún cliente. En la noche, cuando llegué a la casa, me encontré con que me había comprado unos pinceles y vinilo artístico para que tuviera mi propio negocio y dejara de estar dependiendo de otros. Al día siguiente me llevó para su colmena, me abrió un espacio y allí comencé a trabajar”.
El local de zinc y maderas, que fue la colmena del padre, es ahora la “oficina” de El Runner. Detrás de ese local y en las paredes de los kioscos vecinos, trabaja en compañía de cuatro jóvenes que también se están volviendo expertos en el diseño de avisos festivos, coloridos y alegres como los que se divisan en la fachada de la Imperial.
Aunque son más de 20, los clientes de El Runner y sus muchachos están divididos por sus tendencias musicales: “El rey de Rocha”, “El pasqui”, “El yanky”, “El Keimer”, “El pibe de Santana”, “El imperio”, “El Henry”, “El York” y “El gemini”, son los picós champeteros; mientras que “El misterioso”, “El sibanicú”, “El conde”, “El Rorro”, “El sonero mayor”, y “El guajiro”, son los salseros.
Cuando los avisos (que pueden ser de un pliegue de papel bond o de tres cartulinas en adelante) están listos, los cantineros de los bailes que se organizarán el fin de semana, se encargan de pegar algunos en la fachada de la fábrica de hielo, desde donde emprenden un recorrido por los barrios de la zona sur oriental; luego pasan a la sur occidental y retornan al mercado, en donde los espera el empresario para pagarles el servicio.
En medio de esa rutina son unas 700 carteleras las que se diseñan semanalmente con colores como el rojo, el amarillo, el verde y rosado fluorescente para que se divisen aún en las noches más penumbrosas.
De acuerdo con las tarifas establecidas por El Runner, un aviso de tres cartulinas (generalmente para los mano a manos a los que asisten tres o cuatro picós) tienen un costo de 15 mil pesos; las de cuatro, veinte mil; y las de 15, veinticinco.
El grupo trabaja de lunes a lunes, pero los domingos comienza más temprano que de costumbre, acosado por la cantidad de llamadas de empresarios picoteros, no sólo de Cartagena sino también de corregimientos y municipios pertenecientes a los departamentos de Bolívar, Sucre y Córdoba. Es decir: no sólo guardan la misión de publicitar los bailes picoteros, sino que también son los dueños de una gran agenda del espectáculo popular, de la que se alimentan bailadores, periodistas y locutores que quieren vivir al día en esa materia.
La oficina de El Runner es un alegre espacio tapizado de fotografías en donde él aparece abrazado con los dueños de los picós más famosos y en los escenarios más frecuentados por los fanáticos de la champeta y la salsa, para quienes ya casi no es necesario leer el seudónimo de José Corredor al pie de los avisos, pues los colores que usa se convirtieron en su documento de identidad.
“Eso son los colores del Caribe”, dice uno de los parroquianos que se detienen a mirar la velocidad de El Runner diseñando sus carteleras. Y agregan: “y son colores tan encendidos que los ves o los ves. No puedes hacerte el loco”.