BORIS CALVO DEL RIO: EL ÚLTIMO CARTAGENERO ARTISTA DEL FÓRCEPS. Para el veinte de noviembre del año 2019, mi profesor, el obstetra Boris Calvo del Rio, espera cumplir en familia sus primeros noventa años de edad. Nació en la ciudad de Cartagena, Colombia, en la cuna de una familia de larga tradición, de gran posicionamiento y amplio reconocimiento médico y social, por la comunidad de la época.
Su bisabuelo fue Rafael Calvo Lamadrid, quien en la segunda mitad del siglo XIX, fue pieza central en la reapertura e inicio organizado de la Escuela de Medicina de la Universidad de Cartagena. Su abuelo fue Rafael Calvo Castaño, quien dejó un inmenso legado a la sociedad cartagenera como profesional de la medicina, como profesor y como persona, por lo cual lleva su nombre, desde hace unos setenta años y seguro que por siempre, la clínica pública para la atención de la maternidad, epicentro de la enseñanza de la obstetricia y fuente de atención a las gestantes más necesitadas de la ciudad y sus alrededores.
Boris Calvo del Rio realizó los estudios básicos en el Colegio Departamental de Bachillerado de Cartagena, obteniendo en 1949, a los veinte años de edad, título de bachiller. Ingresó inmediatamente a la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena y obtuvo diploma de Médico y Cirujano el 27 de julio de 1956. Se fue a los Estados Unidos y realizó el internado en el Birmingham Baptist Hospitals, en Birmingham, Alabama y la especialización en obstetricia y ginecología en el St. Luke's Hospital, en Milwaukee, Wisconsin, obteniendo título de Especialista en 1960. Inmediatamente regresó a Cartagena, fue vinculado a la Universidad de Cartagena como docente por unas cuantas horas y destinado al recién reorganizado departamento unificado de ginecología y obstetricia.
Para su llegada, se vivía en la ciudad de Cartagena un ambiente caldeado, apenas los vientos comenzaban a aplacarse luego de la terrible huelga de 1959, que generó muchos enfrentamientos, disputas y resentimientos entre el gremio médico y en la ciudadanía. Boris Calvo del Rio dice que fue “bien recibido en la ciudad y en la Universidad por sus colegas”, no obstante a que las resistencias y resquemores cundían por todos lados y sin miramientos. Muy prontico los médicos amigos, cercanos y no cercanos, le decían “El Doctor Mister” e incluso “El Doctor Gringo”, para hacer alusión a su aspecto físico y a su formación como especialista en los Estados Unidos. Para esa época lo más granado de la medicina cartagenera había recibido formación o poseía influencia de la medicina francesa, y algunos no estaban dispuestos a tolerar o no veían con buenos ojos a los llegados de Norteamérica.
Con el ingreso del Doctor Boris Calvo del Rio a la Universidad de Cartagena, a la llegada de otros profesores que también traían estudios realizados en los Estados Unidos, al retiro de profesores tradicionales y conservadores a consecuencia de la huelga, y sumado a ello los vientos de renovación que se daban en la educación y el ejercicio médico a nivel mundial, una nueva corriente médica reemplazó a la que venía del siglo anterior y nuevas costumbres de atención profesional se comenzaron a observar en la ciudad heroica, que se desperezaba en plenos años sesenta del siglo XX, buscando salir de las ruinas producto de las epidemias, las pestes y las guerras intestinas, al tanto descubría las maravillas del turismo y pretendía ser de nuevo la joya de la corona a las orillas del mar caribe.
Boris Calvo del Rio, por más de una veintena de años ejerció su especialidad en Cartagena, atendiendo el parto a una larga lista de mujeres. Cumplió importante papel en la Universidad de Cartagena en los espacios académicos y administrativos, fue dirigente gremial de la medicina colombiana, figuró a nivel latinoamericano y fue protagonista de la política nacional: concejal de la ciudad de Cartagena y representante del Departamento de Bolívar. Tuvo tiempo para publicar tres cuentos de ficción: “La cachi del Morru” (en el periódico el Universal de Cartagena), “Peripecias de una gira turística por el corralito” y “Una genial mamadera de gallo” (ambos publicados en la revista Unicarta de la Universidad de Cartagena. Numerosas medallas le colgaron en su cuello, se retiró del ejercicio activo de la medicina con las manos llenas de sabores dulces, para refugiarse en su vida familiar y personal desde comienzos del año dos mil tres.
Hoy he recordado, que por muchos años fue el docente de la sala de parto en la clínica de Maternidad Rafael Calvo. Allí en ese escenario médico, cuna de la enseñanza de la obstétrica y donde se ha formado una larga fila de médicos especialistas, se hizo hábil en la atención exitosa del parto de nalgas y del manejo correcto y seguro del instrumento llamado desde épocas ancestrales, “El fórceps”. Fue un diestro manejador de esos aparatos obstétricos, diseñados para resolver los partos difíciles. Defendió su amplia disponibilidad y puntualizó sobre la importancia del buen uso, evitando los excesos. Siempre en sala de parto, lo tomaba y lo giraba en las manos como si fuese un instrumento musical, un pincel o un cincel a punto de ser utilizado para crear una obra de arte, lo articulaba y desarticulaba con facilidad, quizá con el convencimiento de tener en sus manos una mascota amaestrada. “El fórceps es un instrumento muy noble, muy seguro y muy bueno, pero es muy malo y muy peligroso cuando el médico no es diestro al aplicarlo o es imprudente al utilizarlo”, repetía casi que a diario, para desvirtuar las noticias de prensa, la mala imagen y el rechazo que se fue generalizando con los años, entre la gente del común y entre los médicos, influenciadas por otras formas de abordar la atención del parto y sin dudas por el temor y la impericia.
Boris Calvo del Rio, listaba con los ojos cerrados las recomendaciones y los requisitos para colocar correctamente el fórceps, y todos sabían que esas eran las preguntas de sus exámenes de evaluación. Varias veces le escuché decir cuán desvalido podía llegar a estar un obstetra, si no tenía a la mano el fórceps. Enseñó y enseñó sobre el fórceps sin parar, hasta que cayó para siempre el sol en el horizonte de su vida docente, con lo cual llegaron otros días, otras formas y otra cultura médica para enseñar, aprender y atender. El fórceps fue cayendo en el olvido y convertido en fría pieza de museos. Solo la historia señalará, más adelante, si evolucionamos o retrocedimos.
A Boris Calvo del Rio, le recuerdo sudoroso, ensopado en los calores de un septiembre cartagenero, en plena sala de trabajo de parto de la Clínica de Maternidad Rafael Calvo, en medio de estudiantes de varias jerarquías, enfundado en su bata blanca, con una pelvis humana en la mano izquierda, mientras con los dedos de la mano derecha recorría las elevaciones y los surcos tallados por la naturaleza en los huesos, explicando y explicando los mecanismos del parto, sin fatigarse. De baja estatura, ágil y grueso de corpulencia, hablaba sin grandes afanes y sin penas se mostraba dueño de un gran conocimiento obstétrico. Entre las palmas de sus manos colocaba el útero palpitante de la gestante, lo presionaba con delicadeza y con decisión para encontrar y delimitar con exactitud la cabeza fetal, las nalgas fetales, el dorso y las extremidades. Las movía lentamente de un lado a otro y entrecerrando los ojos decía con precisión el peso del bebé en gestación.
Con sus dos dedos bien adiestrados en el tacto vaginal definía el tamaño, la forma y la capacidad de la pelvis materna, e identificaba si estaban presentes y en orden las condiciones naturales para un parto exitoso y seguro. Por numerosos años dictó la clase de su preferencia, que titulaba “valoración clínica de la pelvis”, fundamentada en el examen cuidadoso y minucioso de la gestante, no utilizó pelvímetros metálicos ni radiografías, que se habían propuesto en años anteriores y ya estaban cayendo en desuso. Logró una gran destreza para valorar con sus manos, como única herramienta, la capacidad pélvica como garantía para un parto sin condiciones de riesgo.
Así como él, eran los obstetras de la generación previa a la llegada de la ecografía. Boris Calvo del Rio, en esa casa de maternidad, que lleva años navegando sin cansancio en medio de un océano llamado Amberes, enseñó con dedicación, con pasión, con amor y siempre allí al lado de la gestante, de la materna, con las manos colocadas sobre el vientre en contracción. Eran esas épocas lejanas en que las mujeres en trance de parto, solo tenían que llevar a la clínica sus dolores, no necesitaban remisiones ni referencias, fotocopias, cédulas, paños desechables ni padrinos, y siempre había camas y no había guardias ni guachimanes atravesados bajo el dintel, impidiendo la entrada de las pacientes y sus acompañantes.