El mundo en nuestras manos

Los salvadores del mundo


Con el reciente ascenso a la fama de Greta Thunberg, a quien no he dedicado siquiera un post en Faceboook, y a quien tampoco voy a dedicarle esta nota, hemos tenido la oportunidad de asistir también al ascenso a los cielos de la opinión pública de los nuevos salvadores del mundo. Independientemente de que en Colombia sigamos viviendo en una era precristiana en muchos aspectos, y que del cristianismo sólo hayamos tenido a bien cultivar lo peor (la mala conciencia enquistada y la tendencia a no aceptar la realidad tal como es, por ejemplo), la verdad es que también aquí la nueva religión viene pegando con fuerza. Se trata del ecocapitalismo: el sistema de ideas que, basado en la creencia en que el propósito de la humanidad es mejorar el mundo, aspira a salvarnos a todos mediante la construcción de una nueva conciencia humanista.

Sus defensores y algunos «hombres justos» se rehúsan a entenderlo como una religión —¡por lo menos habría que reconocerle un lugar entre las ideologías laicas del ya no tan nuevo milenio!— puesto que, afirman, sus ideas son legítimas y dignas de ser adoptadas por quienes libremente deseen acogerse a lo dictados de la razón. Pero, nosotros, que sabemos que la asignación de un único propósito válido para toda la humanidad es siempre una falacia o una mentira que entraña oscuros propósitos —de dominación y amansamiento, probablemente— no estamos dispuestos a que nuestra conciencia, pobre como es de por sí, sea secuestrada de nuevo. No después de habernos librado con tanto esfuerzo de las cadenas de la moral sacerdotal.

Para la nueva religión, el problema no es el capitalismo, sino la destrucción del medio ambiente. Pero nosotros sabemos que el capitalismo trae consigo la destrucción del medio ambiente, dado que pone la totalidad del mundo a disposición del ser humano —pero no de todos los seres humanos—, tomándose muy en serio aquello de «enseñoreaos de la Tierra y sojuzgadla». El capitalismo no puede existir sin disponer de un modo absoluto de la Tierra, es decir, sin ver todo lo que rodea al yo, incluido el cuerpo mismo, como un «recurso» que, por su naturaleza, ha de ser explotado. Así piensan también quienes sostienen las tesis subsidiarias del capitalismo, como el objetivismo de Ayn Rand, quien se estremecía ante el pensamiento de que las rocas son cosas que esperan ser esculpidas por la mano y la herramienta humana.

Se da así por perdida la lucha contra la opresión de los ricos sobre los pobres, o sea, de los señores sobre los proletarios. Se da así por terminada toda aspiración caballeresca de quienes desean ser señores habiendo nacido esclavos. Y, sobre todo, queda sepultado a posteridad aquel pensamiento pagano según el cual toda la vida es sagrada y portadora de la luz divina. Lo único intocable, lo único sagrado en este naciente mundo ecosostenible es la posibilidad de perpetuar los sistemas de explotación tecnocapitalistas. He ahí el quid de la nueva religión: hacer que la explotación de la vida sea sostenible ad aeternitatem.


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