En el barrio Plan Parejo todavía la brisa se cuela a través de las ramas de los grandes árboles y tranquiliza la existencia de quienes aún persisten en quedarse allí.
“El encanto no se ha perdido”, coinciden muchos moradores, aunque, quienes tal vez no compartían esa misma opinión, decidieron marcharse, abandonar sus grandes casonas, alquilarlas y reclamarlas cuando ya las cosas pasaran a un mejor plano.
Situado a unos pocos minutos del casco urbano del municipio de Turbaco y a unos diez minutos de Cartagena, casi desde el principio Plan Parejo se convirtió en un territorio de mitos que actualmente sus pobladores se empeñan en desmentir.
Las grandes y hermosas casonas campestres que se alzan bajo la frondosa y abundante vegetación de la colina de Turbaco aún sirven para que los mitos persistan, no sólo en Cartagena sino también en el resto de los pobladores del municipio; y, lo que es peor, en la conciencia de la clase dirigente, evidente conocedora de que a fuerza de mantener las leyendas las cosas terminan por no cambiar nunca.
“Esos mitos —dice Guillermo Rodríguez—, lejos de beneficiarnos lo que han hecho es perjudicarnos berracamente”.
Desde hace más de treinta años, cuando se anunció que la nueva Cartagena brotaría desde los territorios agrestes de Turbaco, en el norte del departamento de Bolívar se comentaba que en medio de la selva abrupta nacería un nuevo barrio Manga, un Bocagrande sin playas, pero con grandes mansiones dotadas de piscinas, extensas terrazas y patios de veraneo.
Se decía también que los primeros pobladores eran nada menos que los grandes capos del contrabando de marihuana que surgió, en los años 70, en el departamento de la Guajira, y se regó por todo el Caribe colombiano, protagonizando uno de los episodios más nefastos de la historia judicial de Colombia, “La bonanza marimbera”.
Ahora no viven mafiosos, ni millonarios de Bocagrande o de Manga, ni existe en Cartagena o Turbaco alguien que quiera darse importancia diciendo que vive en Plan Parejo, tal como se hacía en los corrillos del esnobismo de treinta años atrás.
La realidad actual de Plan Parejo es otra. Sin embargo, lo que la hace soportable es la brisa que estremece los rugosos árboles de tamarindo, acacia y caucho, porque del lado de los servicios públicos, el comercio y los impuestos, los habitantes quisieran que el barrio estuviera más cerca de Cartagena que de Turbaco y sus administradores.
Alfredo Salazar, presidente de la Junta de Acción Comunal de Plan Parejo, calcula que la urbanización podría tener entre 45 y 50 años de existencia, pues ese es, aproximadamente, el tiempo en que la familia de Hernando Jaramillo, propietario de una gran haciendo que se alzaba en esos terrenos, empezó a vender grandes lotes para que surgiera lo que ahora existe.
“La idea en ese momento —anota Salazar— era que a las afueras de Cartagena naciera otro barrio Manga, tomando en cuenta que por aquí pasarían las redes de un acueducto regional que se preveía que irrigaría a Turbaco, Turbana y Arjona. Es más, se decía que ese acueducto iba a ser mucho mejor que el de Cartagena.
“Cuando terminaron de urbanizar las 25 hectáreas, se asfaltaron las calles, pero con una capa tan delgada que, al poco tiempo, ya teníamos el trazado todo destapado y lleno de tierra. Ahora, hay calles que se están tapizando de puro monte y la administración de Turbaco no mueve ni un dedo para arreglarlas”.
“Lo mismo pasa con el agua y el alcantarillado —cuenta Roque Maldonado, presidente de la JAC—, porque lo del acueducto regional nunca se llevó a cabo, ni tiene visos de que se vaya a realizar. En cambio, en una ocasión el Gobierno Nacional le dio a la Alcaldía de Turbaco 800 millones de pesos para la instalación del alcantarillado. Ese presupuesto debía invertirse en un año. Si pasado ese tiempo no se hacía la obra, el dinero debía ser devuelto.
“El proyecto contemplaba que debían hacerse manjoles en cada esquina e instalarse unos tanques procesadores de aguas residuales a la vista de todo el mundo en ciertos sectores del barrio. Lógicamente, ese cuento no nos convenció por las implicaciones ambientales que se avizoraban. Al final, los constructores dañaron cinco calles y nunca se instaló el tal alcantarillado.
En vista de eso, fuimos a hablar con el alcalde para que los 800 millones se utilizaran en construcción de andenes y bordillos, pero nos dijeron tranquilamente que de ese dinero no quedaba ni un centavo, que todo se había gastado, pero ¿en qué?”.
Además de destapadas, polvorientas y agrietadas, las calles de Plan Parejo están mal iluminadas por un servicio de alumbrado público, cuyos operadores dicen no poder más de lo que dan, al igual que los del alumbrado domiciliario, cuyas facturas no fallan ni un solo mes.
“Pero lo peor no es eso —dice Alfredo Salazar— el agua, que casi nunca llega, la cobran cara y como si fuera un servicio permanente e ininterrumpido. Y si uno no paga le van acumulando facturas, para cuando lleguen a los 500 mil pesos poner el asunto en manos de abogados. Por eso, muchas de las familias que se mudaron con tanto entusiasmo para estos lados se han mudado y no muestran las ganas de regresar”.
La solución para mitigar un poco la carencia del agua está en los patios de ciertas casas.
“Algunos hemos construido pozos artesianos en los patios —explica Guillermo Rodríguez—. Esos pozos miden entre 53 y 40 metros. La excavación vale seis millones de pesos. Luego hay que invertir otros dos millones para el anillado con piedras y cemento, porque el terreno suele ser arenoso y tiende a desmoronarse. Después hay que comprar una motobomba que cuesta otros dos millones; y con ella, la tubería, que sale por 500 mil pesos. Con esos pozos alimentamos a unos cuatro vecinos que ayudan a pagar el servicio de luz, que cuesta 290 mil pesos el mes”.
En vista de que nunca se construyó el sistema de alcantarillado de 800 millones de pesos, los moradores de Plan Parejo resuelven el problema de las aguas servidas con la excavación de pozas sépticas, como las que se usan en los barrios subnormales de Cartagena.
La única calle pavimentada es la número 29, que comunica a Turbaco con el municipio de Turbana, “pero esa pavimentación no la hicieron pensando en nosotros, sino en los transportadores, aunque a la larga esa carretera no quedó todo lo bien hecha que se quería, pues es tan angosta que por ahí no caben dos buses de ida y venida, lo que podría propiciar un accidente grave, no lo quiera Dios”, dice Alfredo Salazar.
Cada vez que Turbaco cambia de administración, los miembros de la JAC de Plan Parejo le presentan al nuevo alcalde un pliego de peticiones que incluye la solución a la falta de agua, la pavimentación de las calles, la instalación del alcantarillado y la optimización del servicio de alumbrado público y domiciliario.
“Al principio nos dicen que van a estudiar el caso —dice Roque Maldonado—, pero después terminan diciéndonos, ‘ustedes tienen plata, construyan pozos, pongan la plata para el pavimento y nosotros ejecutamos”.
“Ese mito que de en Plan Parejo vive la gente más rica del mundo —recuerda Guillermo Rodríguez—, viene de la época en que muchos moradores de Manga y Bocagrande empezaron a comprar casas de veraneo en este lado. Por otra parte, en los años 70, los capos de la marihuana llegaban a los barrios de Cartagena y le decían a la gente que desocupara la casa, que les pagaban lo que fuera por ellas. La gente cogía la plata y compraba en Plan Parejo. Pero con el tiempo, y por los problemas que estamos contando, muchos resolvieron irse; pero todavía se cree que aquí viven los magnates de Colombia. Esa imagen nos perjudica, porque Turbaco no nos invierte un peso, pensando en que nosotros somos ricos”.
Por esa leyenda sin fondo, Plan Parejo fue declarado estrato seis, lo que más tarde se rebatió cuando la JAC solicitó que se bajara el estrato a cuatro, cosa que se logró, aunque todavía siguen pagando impuestos y servicios públicos como familias de estratos altos.
Entre las últimas respuestas que los dirigentes comunales han escuchado de la Administración pública, está la de pavimentar las calles, pero mediante un sistema de valorización a cuatro años.
“El trato consiste —explica Alfredo Salazar— en que nosotros debemos adelantarle a la Administración el 30% de lo que vale la obra; y el resto lo pagaremos durante cuatro años. Pero antes tenemos que hipotecar nuestras casas, para que, en caso de que incumplamos los pagos, la Alcaldía tome las medidas correspondientes.”
Otra de las respuestas curiosas que han escuchado de parte de los administradores es: “¿ustedes qué tanto es lo que exigen? Viven mejor que un poco de turbaqueros y ni siquiera votan por los políticos de aquí”, asegura Roque Maldonado, quien de paso anuncia que, para efectos de las próximas contiendas electorales, “ya estamos preparando un candidato al Concejo de Turbaco, para ver si así nos tienen más en cuenta”.
A su vez, Guillermo Rodríguez cuenta que “según los últimos rumores que nos han llegado, lo que se quiere con tanta exclusión y tanta falta de atención es que nos aburramos y nos vayamos, porque ya hay algunos personajes, entre esos políticos reconocidos, que están comprando casas y lotes a precio de huevo. Cuando nos vayamos, entonces sí van a poner Plan Parejo como una tacita de plata. Y la verdad es que nos acostumbramos tanto a la exclusión que cuando alguno de Plan Parejo va para el casco urbano, dice: ‘voy para Turbaco’, como si viviéramos en otro pueblo”.