Rafael Cassiani, director y cantante del Sexteto Tabalá, del palenque San Basilio

Rafael Cassiani y su tambor de guerra


A Rafael Cassiani no hay que rogarle mucho para que cante.

Solo es pedirle que recuerde una de las canciones de su repertorio, para que desenfunde el pito que tiene por voz e inunde el espacio con esas frases semejantes a lamentos que emergen de alguna recamara misteriosa.

Aunque cercano a los 80 años, su memoria también parece una partitura imborrable, en donde aún permanecen las imágenes de cuando tenía ocho años de edad y contemplaba a Carlos Cassiani Cañate, su padre, ejecutando la gaita macho, el pechiche del lumbalú, el tambor alegre y su propia alma inmensamente festiva.

Cassiani empezó agitando las maracas, pero cree recordar que al mismo tiempo descubrió el instrumento que sus orichas le habían puesto en la garganta desde que estaba en el vientre de Creceliana Cassiani, su madre.

La memoria, además, le alcanza para seguir recordando que fue su tío Martín Cassiani Cásseres quien fundó el primer sexteto que llegó al palenque San Basilio, una réplica de otro sexteto que conocieron en la mítica Zona Bananera, del departamento del Magdalena.

Rodaba el año 1930. Un grupo de palenqueros, entre los que se encontraba Martín Cassiani, fueron a trabajar a la Zona y allá se relacionaron con un grupo de obreros cubanos, quienes alegraban los fines de jornadas laborales ejecutando canciones extrañas con un grupo igualmente novedoso para los bolivarenses: un sexteto que sonaba alegre, no obstante el estar compuesto únicamente de percusión. No estaban las gaitas ni los pitos que se conocían al otro lado del río.

Se llamaba Sexteto Habanero, y sus integrantes se dedicaban a recordar las canciones del Sexteto Nacional de Cuba, que en ese momento era el sonido insignia en aquellas tierras.

Los músicos cubanos, al percibir la fascinación de los palenqueros, decidieron obsequiarles los instrumentos para que continuaran propagando las canciones que aquellos habían traído de la isla caribeña y que todavía perduran en el inventario del grupo.

De regreso a Palenque, Martín Cassiani y sus paisanos llegaron cargando la marímbula, los bongoes, las maracas, la timba, las claves y la guacharaca. Los seis integrantes se turnaban los cantos, aunque todos hacían coros para responder a la sonería de la voz líder, como ha seguido sucediendo durante más de 80 años.

Pero los palenqueros no solo heredaron los instrumentos sino también el nombre. No solo se llamaban Sexteto Habanero, sino que al concluir cada canción gritaban en coro: “!Viva el Sexteto Habanero!”.

Eso sucedió hasta que el lingüista Sebastián Salgado los escuchó tocar y terminó increpándolos para que recordaran que no eran cubanos sino palenqueros, de manera que lo mejor era renombrarlos con un término del habla bantú: “Tabalá”, que significa “tambor de guerra”.

Y con ese tambor guerrero que llevan en las manos y en el espíritu han inventado canciones como “Clavo y martillo”, “Cortaron a Helena”, “Agua”, “Esta tierra no es mía”, “Yo salí pa’ Cartagena”, “Reina de los jardines”, “En busca de una vitrina”, “Pegadita de los hombres”, “Dámelo”... En fin, historias que han retumbado en todo el Caribe colombiano y en el interior del país, pero también en Norteamérica y Europa.

Historias que retornaron la leyenda a La Habana y a Santiago de Cuba, en donde los congratularon en medio del asombro y la sonrisa. “Los queremos -nos dijeron-, porque ustedes preservaron una tradición que nuestros abuelos defendieron con su alma, pero que las nuevas generaciones no supieron conservar. En Cuba no tenemos ni un solo sexteto y ustedes lo siguen resguardando allá en su Palenque”.

Para homenajear a Rafael Cassiani, los organizadores del festival se esforzaron por llevar a Palenque al guitarrista africano Bopol Mansiamina y a otros cantantes y músicos, quienes fueron el arrebato de las juventudes pobres de Cartagena en los años ochenta y parte de los noventa.

Son como estrellas sonoras que inspiraron a gente como Viviano Torres, quien, recién llegado a Cartagena, descubrió que el soukus africano tenía alguna relación enigmática con la música palenquera, solo que los artistas del Continente Negro aplicaban los instrumentos melódicos, la armonía, mientras que los palenqueros seguían apegados al imperio de la percusión.

Pero del matrimonio entre los tambores, las guitarras y los pianos nació Anne Zwing, el ya legendario grupo de Viviano, propuesta que no ha logrado convencer a Rafael Cassiani de que Tabalá también debería emprender sus propias aventuras sonoras.

“En Cuba se acabaron los sextetos -anota enérgico-, porque se pusieron a meterles un poco de instrumentos que no tienen nada que ver con esa música. Yo no sé si los jóvenes músicos palenqueros están pensando en meterle armonía al grupo, pero, mientras yo esté vivo, Tabalá seguirá sonando nada más con percusión”.

Ni siquiera las nuevas tecnologías amedrentan a Cassiani y a sus compañeros: entran a los estudios de discográficos y graban por bloques o en directo, pero el resultado siempre es alucinante: un golpe de guerra.