"Los árboles y la gente solían ser buenos amigos"


Hace muchos años, en la entrada principal del barrio Los Alpes existía un árbol inmenso. Era el hogar de una banda de mariamulatas y otras aves que merodeaban el lugar. Cada tarde, el concierto de aves era ensordecedor, todos los días con más fuerza, una tocata diaria de sonidos y cantos que iniciaban pasadas las cinco de la tarde, una bulla que, en mi niñez se convertía en un espectáculo, ahora, en una melancolía. Recuerdo, una sombra permanente que cubría la entrada al barrio, siempre manchada de un fruto color rojizo, un color extraño, algunas veces rojo quemado, otras veces ámbar. En ese mismo lugar quedaba también un reloj de busetas, una mesa de fritos y uno que otro vendedor que gozaba de aquella sombra que cuidaba a todo el que necesitara de ella. Precisamente en el Fogón Cartagenero, aquel punto eterno de referencia, esa misma sombra, mítica y abrumadora, para muchos -me incluyo- se transformaba en hogar.

Ese espacio sagrado ya no existe. Las razones de su desaparición son varias, pero la realidad solo apunta a una: la modernidad. El árbol, ese portento, había que quitarlo, porque entorpecía la “nueva” construcción de ciudad. Aquel cuadro de naturaleza y sonido desapareció, desgracia que también ocurrió en distintos barrios de Cartagena, Las Gaviotas, por ejemplo. Se nos ha hecho difícil comprender la función de los árboles, paradójicamente, nos ha quedado grande su existencia. El día que entendamos que nosotros nos debemos a la naturaleza, ella, con su eterna sabiduría nos seguirá acogiendo en sus brazos.

El 5 de febrero del año en curso, vimos la caída de un árbol de caucho, precisamente el que vivía hasta el siniestro frente a los tribunales de la ciudad, uno de los varios que existen en el Centro Histórico. Éste era, sin duda, como todos los demás que todavía existen, un punto de referencia que ha trascendido en los años, fue espacio laboral de emboladores que gozaban de su existencia, fue sombra, confidente y amigo. Bajo el árbol de caucho, ése que ya no existe, solo hice una foto. Data del 11 de junio del 2016 durante esas correrías fotográficas por las calles, ¿Cuántas cosas pensé bajo su sombra, y nunca imaginé que el desamparo iba a ser tan grande cuando ya no estuviera? Esa foto de la que hablo, es la que ven a continuación.

Foto: Alexander Urzola

Desamparo. No encuentro otra palabra para esta novedad que no es tan novedad, estas cosas no suceden porque sí, un árbol de esta magnitud, no se acuesta al concreto porque le dé la gana. No logro ubicar otra palabra que defina esta situación para algunos insignificante que desamparo. Olvidamos el valor de estos seres, olvidamos la función indispensable que tienen en nuestras vidas, además de proveer oxígeno, son hogar, sombra, belleza, historia y amistad; no, eso no lo hemos entendido.

El desamparo no es exclusivamente para ellos, el desamparo es hacia nosotros mismos, el egoísmo hacia la vida, la grosería constante ante el planeta nos ha vuelto insensibles hasta con nuestro propio bienestar, ¿Cuántos de los que se beneficiaban del árbol de caucho lo cuidaban? Quiero pensar que esta situación ha prendido las alarmas ante las autoridades competentes, y han diseñado un plan de mantenimiento para toda la flora y fauna que existe en la ciudad, quiero pensar que, la lección que constantemente nos da la naturaleza, no caiga en saco roto y empecemos a valorar lo poco que ya nos queda.

Hayao Miyazaki, el gran artista japonés, escribió una escena hermosa en la película “Mi vecino Totoro”, sus protagonistas, van hasta un árbol inmenso de alcanfor para rendirle sus respetos y además para alzar una plegaria por un familiar enfermo. Tenemos tanto que aprender. El árbol de caucho todavía no nos abandona por completo, ha sido plantado de nuevo, inicia una travesía por su vida, empieza otra historia entre sus ramas, donde seguro lo veremos fuerte como en sus mejores años con la ayuda de su familiar, otro árbol que está justo frente a él, inmenso, rebosante, otro monumento viviente por cuidar, otra sombra que ampara a todo aquel que se siente solo. El árbol de caucho saldrá victorioso con el ánimo de su colega que lo aplaude todos los días para que no nos deje.