Manuel Pedraza, reportero gráfico

Manuel Pedraza: “Todavía hay mucho que hacer con la cámara”


Las premoniciones no siempre son asuntos de espíritus superdotados, ni de iluminados por la Providencia.

También suelen hacer parte de la cotidianidad de un fotógrafo.

Eso cree Manuel Pedraza. Y lo ratifica acabando de subir al piso 13 del edificio Entremares, del barrio Bocagrande.

Allí reposa la piscina. Pero Pedraza, desanimado por el cielo plomizo y la amenaza de lluvia que se cierne sobre su cabeza, tiene pocas intenciones de sumergirse. De pronto, deja de conversar con uno de los conserjes del edificio y mira hacia el horizonte de la bahía de Cartagena. Una neblina espesa, pero veloz, vuela sobre los contenedores de los muelles del barrio El Bosque.

Antes de detectar el fenómeno, Pedraza conversaba y observaba la rareza de los árboles volteando sus hojas; las mariamulatas volando hacia ninguna parte, el mar y la bahía fragmentándose en vetas blancas y espumosas, los carros traficando lentamente...

“Algo está pasando”, se dijo moviendo la cabeza en varias direcciones, hasta que sus ojos chocaron con la nube que venía volando rauda por los lados de El Bosque. “Mierda, un vendaval”, gritó señalando hacia la bahía.

Pero la escena no pudo quedar registrada en la cámara del siempre reportero gráfico, porque debió bajar a su apartamento en el noveno piso y, cuando quiso regresar al décimo trece, las cosas habían vuelto a la normalidad.

El año que viene cumplirá tres décadas de haber tomado en sus manos, por primera vez, una cámara para ganarse la vida. Había llegado a Cartagena procedente de la ciudad de Buga (Valle del Cauca) y recién retirado de una facultad de Comercio Exterior, de la que no tiene ningún diploma que lo acredite como tal.

El 4 de febrero de 1983 entró al diario El Universal, en donde ya trabajaban su hermano Gerardo Pedraza, como redactor; y su cuñada Margarita Vieira, como reportera gráfica. Ese mismo día nombraron a un nuevo capitán de puerto para Cartagena, y Pedraza fue el encargado de cubrir la ceremonia. Esa fue su primera foto como reportero gráfico.

Ahora mismo, dice odiar la reportería de orden público, pero también reconoce que irónicamente fue esa parte del periodismo la que le dio un buen porcentaje de los 23 premios que recibió durante su carrera en los medios impresos. Fue la secuencia fotográfica de un suicidio la que hizo que Pedraza obtuviera su primer premio Simón Bolívar, el que de paso también sería el primero del diario El Universal.

Una mañana de 1985, Pedraza estaba cubriendo la colocación de la primera piedra de la que sería la clínica Henrique de la Vega, a orillas de la Avenida El Bosque, cuando se presentaron los primeros signos de otra premonición.

Un disparo. La gente corre. Pedraza abandona la clínica, sin periodista y sin vehículo. A la entrada del barrio Nuevo Bosque un joven de 17 años se roba el revólver de dotación de un agente de la Policía, que es su padre. Se apodera del carro campero de un vecino y conduce veloz hacia la avenida, en donde colisiona con un bus del servicio urbano.

El carro no le obedece. Se baja. Hace otro disparo, amenaza a los pasajeros y los obliga a abandonar el bus. Pedraza lo sigue en un taxi hasta el barrio Manga en donde se suman patrullas y motos de la Estación 100 de la Policía.

El fugitivo se pierde de la vista del reportero gráfico. Pedraza regresa a El Universal en busca de un vehículo, y de inmediato se entera de que el adolescente está alcanzando la entrada al barrio Bocagrande. La persecución continúa hacia el barrio El Laguito, en dirección hacia el Hotel Cartagena Hilton.

Pero el joven se detiene, desciende del bus, corre hacia el mar y suspende su carrera cuando el agua le llega a las rodillas, no sin antes hacer tres disparos al aire. Pedraza y los agentes del orden suponen que ya agotó todas las municiones, pero el fugado exige que no se le acerquen. Grita con todas sus fuerzas que matará a quien se le aproxime.

Apunta a Pedraza, quien permanece tranquilo creyendo que el arma está descargada. El joven se cansa de amenazar, dirige el cañón hacia su propia cabeza y se quita la vida a la vista de todo el mundo y de la cámara de Pedraza.

Unos días después, se supo que el padre del suicida buscaba a los policías que supuestamente habían liquidado al hijo, según los titulares de una prestigiosa cadena radial. Las fotos de Pedraza sirvieron para poner las cosas en su puesto.

Al año siguiente, la secuencia del suicidio se fue a competir en el Premio de Periodismo Simón Bolívar con otras fotos de orden público que contenían las escenas desgarradoras del siniestro de Armero y de la toma del Palacio de Justicia. Pero ganó Pedraza, quien confiesa que creyó tener pocas ventajas frente al resto de los concursantes y sus imágenes históricas.

Vinieron más fotos de orden público y más premios, por consiguiente, puesto que Pedraza duró diez años cubriendo el conflicto armado colombiano en los Montes de María, al centro del departamento de Bolívar. Allí volvió a galardonarse con imágenes de la toma guerrillera al municipio de Montecristo, pero también conoció a los principales jefes de los grupos subversivos que hacían noticia diariamente en el país, mientras transcurría el régimen de terror impuesto por Pablo Escobar y el Cartel de Medellín.

“Pero me cansé de esa violencia”, recuerda Pedraza, tratando de darle más importancia a la foto de la mariamulata que tomó en los jardines del Hotel Cartagena Hilton, cuando la ciudad sufría una larga suspensión del servicio de agua potable y el clima soleado no era el más generoso. Otra premonición: los pájaros oscuros volando desesperados por los predios del hotel, hasta que uno de ellos se atreve a aterrizar en cercanías de una llave de agua que nadie abrió ese día. El pájaro mete el pico y la cámara lo congela para siempre como el símbolo de la crisis que se estaba padeciendo. Otro premio para el autor.

Fue el fotógrafo de dos gobernadores consecutivos, actividad que lo aburría terriblemente, hasta que se cayó un avión con 54 pasajeros en cercanías del municipio de Marialabaja. Pedraza se ofrece como reportero gráfico y regala los rollos de las fotografías que había logrado en medio del desastre. Allí le picaron nuevamente las ganas de volver a la reportería gráfica. Y lo hizo. El periódico El Tiempo y las agencias internacionales AP, AFP y France Press fueron sus nuevos escenarios.

Ahora es empresario. Su despacho se llama Pedraza Producciones. José Manuel Pedraza, su hijo, es su socio y gestor principal. Y sigue creyendo que cuando el reportero gráfico desarrolla el olfato, suele dar la impresión de que las noticias lo persiguen. “Pero no —dice—. Lo que pasa es que se acostumbra a relacionar ciertos signos no comunes con lo que podría pasar más adelante: un ruido raro, un rostro angustiado o eufórico, un silencio profundo, en fin; todo eso tiene que terminar en algo noticioso”.

Me atrevo a decirle que con las nuevas tecnologías y las facilidades para manejar las cámaras digitales y los computadores, cualquiera podría enrolarse en la reportería gráfica.

—No te creas —replica—, todavía hay mucho que hacer con la cámara.


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