Que saque lo mejor de nosotros.


Una vez más la Heroica resiste el ataque de un enemigo. En esta ocasión no se trata de los galeones y buques extranjeros que combatió Blas de Lezo, ni el sitio inhumano de Pablo Morillo, en esta ocasión enfrenta un enemigo invisible, que viene por la vida de quienes nos dieron la vida, aquellos que nos enseñaron lo bueno y lo malo, personas que a punta de años recorridos llevan en su cuerpo muchas canas y toneladas de sabiduría, ha venido a llevarse a nuestros mayores.

 

Como médico formada en esta ciudad, que he visto pasar deslizamientos, brotes de otras enfermedades infecciosas y fenómenos sociales como el desplazamiento forzado por el conflicto armado, debo reconocer que nunca antes había sentido tal escalofrío al contemplar que en esta ocasión, nuestro enemigo cuenta con un aliado aun peor que la enfermedad misma: la falta de conciencia de una buena parte de los ciudadanos.

 

Comentarios como: “soy joven, a mí no me pasará nada”, “Eso a mí no me da”, “si no salgo a trabajar no tendré para comer” “quieren parar la ciudad porque ellos sí tienen para aguantar cuarentena sin trabajar” solamente demuestran que no hemos dimensionado la situación que enfrentamos, o algo peor, que lo sabemos, pero no nos importa.

 

Comprendo que hay sectores extremadamente vulnerables en nuestra ciudad, recorro con frecuencia semanal uno de los más estigmatizados, la avenida perimetral, y habiendo observado en múltiples ocasiones su población puedo destacar que habitan es estos sectores un buen número de adultos mayores que si esto se sale de control corren el riesgo de pagar con su vida las consecuencias de nuestra desidia.

 

Durante mis años de estudio se me formó con una consigna: “la vida es sagrada”; los problemas que he enfrentado como cualquier otro ser humano me llevaron más allá de ese refrán: “Cada vida cuenta, sin importar la edad ni el diagnóstico que tengan”. No entiendo que hizo que nuestra sociedad comenzara a creer que los años convierten a las personas en seres de segunda clase, que no merecen que se les valore, proteja y respete como al más pequeño de nuestros niños o el más vital de nuestros adultos jóvenes.

 

Todos tenemos en nuestra familia a alguien mayor, alguien por el cual lloraríamos si algo les pasara, en mi caso tengo a mis dos padres, de 84 y 79 años cada uno, que son para mí la mitad de mi mundo; es por ellos que me levanto; voy a mi trabajo; me cuido de manera sistemática, casi compulsiva y tiemblo de solo pensar que una mala decisión les signifique el contagio.

 

Sé que no soy la única que piensa así; y esta crisis no solo nos enfrenta al dilema de si miramos a un lado y dejamos que la pandemia siga su curso y se lleve a la tumba a los que pueda solo porque ya llegaron a viejos; no, nos da una bofetada en nuestra cara indiferente a nuestras profundas brechas sociales, a la desigualdad, a la miseria en la que muchos de nuestros ciudadanos viven, para quienes los próximos días representan un horizonte lleno de incertidumbre y temor al hambre.

 

Cartagena: no sabes cuánto lamento verte así, pero la enfermedad ya está aquí, solo nos queda enfrentarlo. Todos tenemos algo que perder, pero también algo para ganar.

 

Tenemos 2 opciones: nos dejamos llevar por la indiferencia y seguimos nuestra vida como si nada, o peor aún, le abrimos la puerta al caos, el egoísmo, el pánico, el acaparamiento de alimentos y la consigna de “sálvese quien pueda”, los motines carcelarios, los actos vandálicos como el saqueo y caemos en la anarquía; o nos dejamos consumir por la codicia al obligar a trabajadores a laborar sin importar el riesgo que corren ni la angustia de sus familias.

 

Nuestra segunda opción es tomar la decisión firme e irrevocable de que esta crisis saque lo mejor de nosotros; que procuremos tender una mano amiga a quien no tiene, compartiendo lo mucho o poco que tengamos, a cuidarnos para cuidar a nuestros mayores, entender las situaciones ajenas, a apoyar a todo nuestro personal sanitario que arriesga su vida con muchos menos recursos de los que tienen los países desarrollados, muchos de ellos actualmente en condiciones psicológicas y laborales paupérrimas, pero que aun así salen a enfrentar a un enemigo oculto por ti, por mí, por todos, a pesar de que tienen miedo. Entender que la vida no tiene precio, dirigir nuestra mirada a los más vulnerables, entender finalmente que un pueblo dividido jamás prosperará y que por eso no prosperamos, que es momento de poner nuestras diferencias políticas que nos han polarizado por años a un lado y nuestros intereses personales, pensando en el bien común y avanzar decididos en sacar a nuestra cuidad de esta crisis. Decidamos que esta situación saque lo mejor de nosotros, es nuestro derecho y deber. Dios bendiga a Cartagena.


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