Por: Ignacio Vélez Pareja / Miembro del Club de lectura de Abaco
No lo puedo eludir. Cada vez que respiro, huelo. Puedo cerrar los ojos, usar guantes en las manos, no comer o no beber, taparme los oídos, pero no puedo dejar de respirar.
Desde los orígenes de la Humanidad se ha disfrutado el placer del aroma y la fragancia. El "per fumum" -perfume- era la ofrenda que se quemaba a los dioses y llegaba a ellos a través del humo con todos los olores de mirra, incienso, bálsamos, esencias, aceites y hierbas aromáticas. Se ha "castigado" el olfato porque se asocia con la pasión y por lo tanto, con el pecado. Pasión producida, ya sea por el aroma natural que expele el ser humano o por el perfume provocador que este usa para seducir. De ser ofrenda divina en la antigüedad, el perfume, y en particular el olfato, pasó, en los siglos XVIII y XIX a ser descalificado como el sentido de la animalidad, aunque Manuel Gutiérrez Nájera, en Cuentos frágiles, de 1898, nos dice que “el amor es el perfume de las almas”. Es excluido por los filósofos del campo de la estética, relegado por los fisiólogos a un residuo de la evolución y adscrito por el psicoanálisis, a la muy temprana edad del ser humano.
En un libro macabro, El Perfume, Patrick Süskind relata la vida de un hombre de finísimo olfato, Grenouille, asesino obsesionado por robar el perfume de sus víctimas. Grenouille vivió en el siglo XVIII y podía oler hasta marchitar por completo el aroma de su víctima. Encuentra a una muchacha y se da cuenta de que nunca había olido nada tan hermoso. No quería creer que fragancia tan exquisita, pudiera provenir de un ser humano. Su sexo olía a un ramo de nenúfares, su piel, a la flor de un damasco. La estranguló mientras le preocupaba perder siquiera, un ápice de su fragancia.
En cuestiones de olfato hay que tener en cuenta el contexto. Indudablemente el olor a sexo es grato, atractivo, estimulante y excitante, cuando el ser humano está en el momento adecuado. Asimismo, el mejor afrodisíaco no es una comida en especial, o una ropa, o un perfume, sino "una mujer desnuda y en lo oscuro” como dice el poeta Mario Benedetti, con todo lo que eso significa de placeres olfativos, gustativos y táctiles.
El poder evocador del aroma y del perfume.
¿Quién no se ha sentido perseguido por el aroma sutil, no del perfume parisino, sino de esa fragancia embriagante del objeto amoroso que lo persigue como el olor a pólvora de los muertos en el mundo macondiano? El olfato es al sexo lo que los ojos y los oídos son al intelecto. Deberíamos poder detectar cuándo el ser amado está dispuesto para el amor, como cuando éramos primitivos, pero la industrialización y las "sanas costumbres" acabaron con esa posibilidad. Se ha rebajado al olfato a mero instrumento de la animalidad y el instinto. Aquello de la química en el amor es cierto y tiene que ver con los humores que producen un aroma, un olor característico. Y es ese olor el que puede generar rechazo o atracción (¿fatal?). El olor persigue al enamorado y se vuelve una obsesión. O como dice Baudelaire:
"Guiado por tu olor hacia encantadores climas,
veo un puerto repleto de velas y de mástiles
todavía fatigados por la ola marina,
mientras que el perfume de los verdes tamarindos,
que circula en el aire y dilata mi nariz,
se mezcla en mi alma con el canto marinero".
(“Guidé par ton odeur vers de charmants climats,
Je vois un port rempli de voiles et de mâts
encore tout fatigués par la vague marine,
pendant que le parfum de verts tamariniers,
qui circule dans l'air et m'enfle la narine,
se mêle dans mon âme au chant des mariniers)
O decir que te deleitas con todos mis sabores. Escudriñas los recodos más recónditos de mi alma. Me trasplantas al infinito y contigo llego, extasiado, a los confines del universo. Sacerdotisa de mi pasión, dueña de mis aromas, acércate más, ámame sin detenerte. O, un sueño. Otra vez el relámpago. Acaricio tu cuerpo y beso tu rosa, pero son tus pies. Tu aroma me invade y las estrellas me iluminan. Estás a mi lado, abandonada a tu cuerpo. Mis manos te dicen de mi amor y de mi soledad. No te vayas, necesito tu piel. Sin tu alma arrimada a mi corazón, estoy solo con el hastío de la pasión en sosiego. Tu olor es un olor que respira paz... transparencia de alma... y recorre campos infinitos de flores silvestres. Cuando inhalo profundamente tu ser, el bienestar me invade... retengo mi respiración para aprisionarlo por instantes. Déjame permanecer en el olor... en la paz... en la plenitud... que la nitidez de tu aroma me produce.
La sociedad es contradictoria: elimina el olor natural, que es el que produce la "química" del amor, al reemplazarlo, a veces, por una vulgar fragancia de consumo masivo. Sin embargo, en los años sesenta los hippies quisieron llevar a la gente a lo natural y dejaron de usar perfumes y fragancias. Se guiaban solo por el olor íntimo de sus cuerpos. Sus relaciones, dependían del perfume que exhalaban el nombre del amado y el nardo de la mujer, como en el Cantar de los Cantares del Rey Salomón.
El Canto más hermoso de Salomón, nos dice:
“Porque tus amores son más deliciosos que el vino;
sí, el aroma de tus perfumes es exquisito,
tu nombre es un perfume que se derrama:
por eso las jóvenes se enamoran de ti.
....
Mientras el rey está en su diván,
mi nardo exhala su perfume.”
Sin embargo, esa moda de los 60’s pasó, pues la Humanidad siempre ha gustado de los perfumes, aunque haya habido épocas oscurantistas que lo anatemizaron. A Cristo lo ungieron con bálsamos y perfumes y hay muchos pasajes del Antiguo Testamento, como vimos, donde se dice del uso de perfumes y ungüentos olorosos. Los guerreros lo utilizaban para ir a pelear. Pero, ninguno de los extremos conviene. Hay que disfrutar, tanto del aroma natural del cuerpo, como de la embriagante y evocadora fragancia que han producido los alquimistas de las esencias.
Contrario a lo que se puede pensar, el olfato guía al ser humano a buscar, no al igual, sino al contrario, al que tiene lo que le falta, el complemento. Esa fusión genética, lleva a la pareja procrear una descendencia mejor, genéticamente hablando. Los hijos tendrán más resistencias contra las enfermedades.
Hay firmas que ofrecen un servicio complementario para agencias matrimoniales y portales de citas basados en las correspondencias biológicas. Este negocio se inspiró en un estudio llevado a cabo en la Universidad de Bern en Suiza. Se reclutaron voluntarias para oler las camisetas que un grupo de hombres había llevado puestas durante tres días consecutivos y las numeraron por orden de atracción. A continuación, analizó la parte específica del ADN que codifica ciertas moléculas (que ayudan al sistema inmunitario del cuerpo a diferenciar entre sus propias células y sustancias extrañas y dañinas) y se descubrió que las mujeres preferían las camisetas de esos hombres cuyas moléculas se diferenciaban más de las suyas propias. La detección y clasificación de esos genes es algo que nuestros cuerpos hacen de forma automática e inconsciente. La conclusión es que con las personas que tenemos mayor compatibilidad, o mejor, complementariedad genética, “se siente una sensación de química extraña y perfecta” en forma de conexión profunda y más allá de una simple chispa.
Tras las huellas del placer olfativo
Nuestra sociedad no contempla la educación olfativa de manera explícita. A los niños y a los adultos se les educa de manera evidente el oído, la vista y quizás, el gusto. Por ejemplo, se hacen conciertos, recitales, exposiciones de arte, etc. pero no se permite tocar la obra de arte y mucho menos olerla -aunque ya no lo prohíba Carreño.
Hay muy pocas posibilidades de educar el olfato de manera específica. Se sabe que el color naranja es una mezcla de amarillo y rojo, pero pocos son capaces de desentrañar los sabores básicos (dulce, salado, amargo y ácido) en una mezcla y mucho menos los olores. Pensemos si alguna vez nuestros padres nos expusieron -o nosotros a nuestros hijos- de manera deliberada y sistemática a percibir aromas y a distinguirlos, a ejercitar el olfato.
O nunca, o muy pocas veces. Algunas madres se dedican a escuchar a Vivaldi o a Mozart con su hijo en el vientre para iniciar desde allí la educación musical (del oído), pero no hay disposición en el mismo sentido con el olfato. Sin embargo, debo reconocer que en los jardines infantiles ya se expone a los niños a las diferentes texturas; asimismo, en algunos museos llevan a los niños de 5 años y les dejan acariciar las esculturas y hasta el Código de Hamurabi (¡y yo que siempre creí que era una especie de libro-ladrillo como cualquier Código Civil que se respete!). Por el lado del gusto, hermano del olfato, hay algunos refinamientos que sólo se les permite a quienes pueden pagar un restaurante exclusivo y eso reduce el espectro a una ínfima minoría.
En cuanto al olfato y el arte, Oswaldo Maciá, (1960), artista cartagenero, escultor del sonido y el olfato, radicado en Londres, nos ilustra cómo los olores pueden hacer parte de una escultura. Los invito a visitar sus páginas: https://www.oswaldomacia.com/sculptures y https://www.oswaldomacia.com/the-opera-of-cross-pollination-for-catherine-petitgas. Maciá participó en la Bienal de Arte Contemporáneo de Cartagena, 2014: https://www.oswaldomacia.com/copy-of-fables-of-the-wind2
El atavismo del olfato puede ser una explicación para entender la falta de educación formal en ese tema. Por su naturaleza se podría pensar que no es educable. No es cierto, ya que muchos profesionales refinan su olfato y lo utilizan en el ejercicio diario de su profesión. Por ejemplo, el médico se ayuda con el olfato, ciertas enfermedades tienen olores característicos, lo cual le facilita diagnosticar la enfermedad o confirmar el diagnóstico preliminar. También están los expertos en perfumería y los catadores que han especializado sus narices en detectar las sutiles diferencias en fragancias de perfumes, cafés, vinos o licores que examinan.
A partir de ahora, desde ya, invito a que rescatemos todo el arco iris del placer olfativo que nos rodea.
Cartagena, mayo de 2020, en tiempos de confinamiento.