Un dolor punzante y desgarrador, y una profunda decepción en la humanidad fue lo que sentí al ver la reconstrucción de los hechos que llevaron a la muerte de George Floyd en Estados Unidos. Es incomprensible que una persona, que no opuso mayor resistencia, muera no solo en custodia de la autoridad sino bajo su mano, es un abuso de su investidura como agentes de la ley y de la confianza que los ciudadanos, todos los ciudadanos, deberían poder depositar en ellos.
(Y si, en Colombia debería indignarnos igual o más las muertes violentas que se acumulan sin justa causa y sin que nadie, nunca, responda por ellas).
Entiendo la rabia que despertó a nivel global y las ganas de gritarle al mundo que algo en los seres humanos está podrido, muy podrido, pero no entiendo los estallidos de violencia que solo pueden germinar en más resentimiento, ni la vandalización del comercio y mucho menos de monumentos históricos con la finalidad de borrar aquello que nos ofende.
En el 2001 los talibanes destruyeron los que se consideran fueron los Budas tallados en piedra más altos del mundo, ubicados en la ciudad de Bamiyan (Afganistán), por considerarlos ídolos falsos. Una pérdida inestimable para el patrimonio universal.
Con la misma furia ciega, durante las últimas semanas algunos manifestantes la emprendieron en contra de los monumentos que rinden tributo a personajes nefastos pero que jugaron un rol en la historia de cada país, como el rey Leopoldo II de Bélgica, quien invadió lo que hoy es la República Democrática del Congo y provocó la muerte de más de 10 millones de congoleses en un dominio sangriento y aterrador; o el de Edward Colston que traficó alrededor de 80 mil hombres, mujeres y niños entre África y América para ser explotados como esclavizados.
En Cartagena algunas voces empezaron a preguntarse si no debería hacerse lo mismo con la estatua de Pedro de Heredia.
La historia de la humanidad está llena de capítulos de horror que sabemos que ocurrieron porque hay registros documentales, literatura, obras de arte, reportes periodísticos y fotográficos, y sobre todo, porque hay monumentos que permiten generar discursos entorno a sus múltiples significados tanto pasados como presentes.
Pretender borrar los horrores de la humanidad no reivindica a las víctimas. En Alemania se conservan los edificios que hicieron parte de los campos de concentración Nazi, en las paredes de la iglesia San Felipe Neri, en Barcelona, se ven las perforaciones ocasionadas por una bomba lanzada durante la guerra civil española que provocó la muerte de más de 40 personas; la iglesia Kaiser Wilhelm, en Berlín (Alemania), sufrió con los bombardeos de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, en 1950 las autoridades pretendían demolerla y los ciudadanos se opusieron. Hoy en día sus muros ennegrecidos y los cráteres de los impactos contrastan con la intervención contemporánea que se le realizó; todos ellos son un recordatorio de los efectos devastadores de las guerras.
Los ciudadanos tienen derecho a decidir cuáles héroes honrar y cuáles no merecen los homenajes, pero no bajo la adrenalina de una turba incendiaria que va destrozando todo a su paso.
Cuando hablan de eliminar monumentos, como si eso fuera a cambiar lo acontecido, recuerdo el Ministerio de la Verdad de novela de George Orwell, 1984, cuyos funcionarios se encargaba de revisar todos los contenidos producidos para reescribir los que no se ajustaran con la doctrina del régimen que gobernaba; son acciones radicales que no propician una conversación sobre los problemas de raíz que aún tenemos arraigados en nuestra sociedad, entre ellos, la discriminación.
El último intento violento de reivindicación de la memoria afro se dio en el Museo Etnológico Quai Branly, en París, un grupo de activistas pretendía devolver a África un poste fúnebre Barí del siglo XIX, aduciendo que fue robado durante la colonización. La misma finalidad pero con otra estrategia es la que adelanta desde hace más de 10 años, el arqueólogo egipcio y ex ministro Zahi Hawass, quien reiterativamente le ha solicitado al Museo Británico de Londres, al Louvre en París y al Museo de Artes Finas de Boston, entre otros, devolver los objetos arqueológicos egipcios que tienen en sus colecciones para exhibirlos en el Gran Museo Egipcio que se proyecta abrirá a finales del 2020 en El Cairo, lugar en el que deben estar para orgullo y reparación de los egipcios.
En Cartagena se han adelantado iniciativas que le apuntan a enriquecer el discurso histórico de la ciudad, rescatando a los personajes que fueron obviados en su momento por las élites dominantes, como el monumento a las mujeres mártires que participaron activamente en los sucesos independentistas, ubicado en el Camellón de los Mártires; y la ‘Ruta del Esclavo en Cartagena’, una iniciativa de la Unesco desarrollada en las ciudades que recibieron a la diáspora africana desarraigada a la fuerza de sus lugares de origen, que busca visibilizar la historia de la esclavitud a través de un recorrido por sitios estratégicos en la ciudad. Son iniciativas que suman, enriquecen y de verdad reivindican el papel de los silenciados.