En estos ires y venires de la docencia me he topado con múltiples situaciones y expresiones de amigos, compañeros o gente del común que me obligan a reflexionar si realmente son seres pensantes o son muñecos de ventrílocuos que no abstraen más allá de la superficialidad de los acontecimientos o de la realidad. Asumen como verdad revelada lo que dicen sus líderes y viven el mundo sin existirlo, siendo manejados a su antojo; viven, según Kant, en la minoría de edad, no entienden ni comprenden ni interpretan su mundo. Algunos llaman a estas personas manipuladoras, líderes espirituales o líderes políticos; otros lo denominan mesías.
Estos seres débiles y estólidos viven por vivir y no para existir. La frase de “Pienso, luego existo” o “el cogito, ergo sum” de Descarte ha pasado a la historia sin comprenderla en su esencia, no obstante haber pisado los claustros académicos y no han dejado huella, sino haciéndose a un título y pavoneándose de ser profesionales. La academia pasó por ellos, mas ellos no pasaron por ella. Su razón o la capacidad de razonar les quedó muy grande. El entendimiento no les dio para mirar más allá de sus narices. Como se expresa en el siguiente latinazgo «Quod natura non dat, Salmantica non præstat».
Considero que el ser humano no sólo debe vivir, sino existir en el buen sentido de esta máxima filosófica cartesiana. De nada vale creer que el conocimiento es estático y la ciencia la hacen personas con inteligencia supraterrenal. El conocimiento se transforma cuando el ser humano reflexiona sobre la razón de ser, la importancia y el aporte de éste a la sociedad.
¿Pero a qué viene todo esto? Todo viene a colación por la forma como un grueso número de persona considera que enseñar no es más que repetir lo que dicen los libros, que el maestro está para que sus discípulos repitan como loros lo que el establecimiento desea que se haga en las aulas de clases. Olvidándose que la esencia del enseñar está en la capacidad que posee el maestro de catalizar las potencialidades, destrezas, competencias y habilidades de sus discípulos, en la capacidad de despertarles amor por el conocimiento descubierto por los mismos estudiantes y no por la fórmula ofrecida por él.
Me imagino a Jesús, modelo de maestro, caminado por las calles empedradas de los pueblos antiguos de Oriente Medio respondiendo a sus discípulos de forma tan directa y escueta, sin enseñarle a descubrir con sus parábolas, el verdadero sentido del amor al prójimo y de cómo guiar al pueblo judío hacía la liberación del yugo opresor de los Romanos. Enseñar es enseñar a pensar. No dar respuesta, es enseñar a descubrir los pros y los contras de las cosas. Que los discípulos realicen abstracciones, que se diviertan descubriendo el meollo y esencia de las cosas.
Todo maestro debe enseñar para la autonomía y la libertad, para que la existencia se disfrute, para que no haya una recua de mulas y ovejas cometiendo errores que más tarde la historia les cobrará. Se enseña para ser libres, que los seres humanos puedan autodeterminar su propio ser y existencia. Enseñar no es manipular, es señalar aristas para que se pueda decidir con la racionalidad el qué hacer y qué no hacer, demostrando, eso sí, el respeto por los demás y por la propia vida. Que no haya incoherencia que rompa con aquellos principios de la racionalidad kantiana de “pensar por uno mismo”, “ponerse en los zapatos del otro” y “ser consecuente entre lo que se piensa y se dice”.
¿Pero a que viene todo esto? Pues he leído exabruptos conceptuales y comentarios sin ningún fundamento racional y hasta a seudocríticos rasgándose las vestiduras, porque un docente está supuestamente adoctrinando a sus estudiantes de undécimo grado, puesto que puso como actividad de reflexión el análisis de unos capítulos de la serie Matarife. He aquí el desconocimiento de lo que es enseñar, ya que a los estudiantes se les debe enseñar a defender sus planteamientos y que mejor manera de presentar un texto en este formato para generar controversia y enseñar los que es la discusión argumentada y el debate polifónico. Muy seguramente habrá estudiantes que se pondrán de acuerdo con el periodista, como también habrá quienes estarán en contra, creándose un debate respetuoso y abierto donde todos podrán opinar y defender sus argumentos. ¿Entonces, cómo se enseña a argumentar a los estudiantes? ¿Repitiendo lo que dicen los medios o enseñándoles a que infieran significados subyacentes en los textos? O ¿Poniendo este tipo de parábolas para que los discípulos aprendan a debatir y defender sus argumentos? Creo que la escuela está para enseñar a pensar y no para doblegar o mancillar la racionalidad de los estudiantes. Todo esto me recuerda un meme que circula en las redes que es muy diciente “ La lectura libera al ser humano de la ignorancia” por eso no quieren que nuestros estudiantes aprendan a leer críticamente, sino a obedecer lo que diga el establecimiento a través de la masificación de la ignorancia, disfrazada de educación de calidad.
Édinson Pedroza Doria, profesor de Castellano y Literatura del Distrito de Cartagena de Indias en la Institución Educativa Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Magister en Neuropedagogía de la Universidad del Atlántico. Especialista en Metodología para la Enseñanza del Español y la Literatura, Universidad de Pamplona. Licenciado en Lenguas Modernas, especialidad Español-francés, Universidad del Atlántico.