Italia e i Promessi Sposi (Los novios) de Alessandro Manzoni)


Por Aura Cenzato / Integrante del Club de Lectura de Ábaco

Italia “el jardín de Europa” como decía despectivamente el canciller del Imperio Austro-Húngaro de Francisco I, Metternich defensor del más duro absolutismo en 1800, la tierra donde “los Zitronen bluhn” (los limones florecen) como decía Goethe, fue siempre codiciado territorio de conquista de reinos e imperios extranjeros.

Desde las invasiones barbáricas a la caída del Imperio Romano, Italia se configuró como un conjunto de señorías, ducados, condados, principados, reinos, repúblicas marineras todos independientes en lucha o en alianzas entre ellos, cada cual buscando a veces apoyo en potencias extrajeras y donde el Estado del Vaticano ocupaba la parte central del país. No haber creado un Estado Central, por un lado, dio espléndidos resultados en las artes y arquitectura, al querer rivalizar cada Señor con los demás, pero también propició las invasiones extranjeras: austríacas, españolas, francesas, cuyas influencias culturales y comportamentales están todavía presentes en la Italia de hoy. Grosso modo, al norte de Italia estaba el Reino de los Savoia, francecizante (Piemonte) y el dominio Austro Húngaro (Lombardía y Véneto) y el sur de Italia configuraba el Reino de las Dos Sicilias de los Borbones Españoles. Pero no siempre fue así de simple. No olvidemos el concepto de que el Poder tenía origen divino y que cada Rey o Emperador aspiraba a ser ungido por el Papa. Tampoco olvidemos el enredo genealógico creado por matrimonios de conveniencia política que permitía que territorios enteros pasaran de una casa real o imperial a otra.

El Norte de Italia después de la invasión de los Longobardos, quedó fragmentado en ducados, sobresaliendo el Ducado de Milán con la familia Visconti remplazada después por la familia Sforza. Estamos en los años de 1.500. Bien sea porque buscaban apoyo, bien sea porque eran vencidos en guerra, el norte de Italia pasaba de la ocupación francesa a la ocupación germana hasta volverse botín de la guerra entre el rey francés Francisco I y el emperador Carlos V de Habsburgo y así pasar al dominio español (1535) hasta 1706 cuando los austriacos ocupan la Lombardía, reduciendo el dominio español al sur de Italia y Sicilia y a pesar de que las invasiones de Napoleón mantendrán su dominio hasta las guerras de independencia donde Austria vencida entrega la Lombardía a Napoleón III quien se la regala al Rey de Piemonte Vittorio Emmanuele I que finalmente unificó a Italia,…mas no a los italianos cuyo regionalismo, culturas y dialectos diferentes subsisten y hacen de Italia un país supremamente regionalista e  individualista.

Esta fragmentación política durante siglos impulsó, sin embargo, una pluralidad artística que se refleja no tan solo en las grandes urbes, sino en pueblos y pueblitos de todo el país.  

Genera un sentimiento raro esto de resumir siglos de historia en pocas líneas y una sensación de vértigo asomarse desde cada frase y mirar cuáles deben haber sido las vivencias humanas heroicas, dramáticas, ¡pendencieras, subyugadas o intrépidas en tantos acontecimientos!

Todo esto, y me perdonan la digresión, era para ubicar la historia que se desarrolla en la novela I Promessi Sposi (Los Novios) de Alessandro Manzoni. Un clásico de la literatura italiana del ‘800’. Publicada por cuarta vez en 1842 en su versión definitiva después de haber “enjuagado los trapos en el Arno”, es decir, haberse despojado de “lombardismos” y haber pulido su prosa en la lengua de Firenze, por antonomasia la mejor lengua italiana.

“Los novios es el título de la obra más importante del escritor italiano Alessandro Manzoni. El libro es el primer exponente de la novela italiana moderna y con la Divina comedia de Dante Alighieri es considerada la obra de literatura italiana más importante y estudiada en las escuelas italianas.”[1]

La novela transcurre en Lombardía, principalmente en Lecco y Milán, entre 1628 y 1630, durante el gobierno español. Cuenta la historia de los prometidos Renzo y Lucía, quienes se ven separados por maquinaciones criminales y que tras varias aventuras vuelven a reunirse al final.

Es una novela histórica con un velado ataque a Austria, quien controlaba la región al tiempo de escribirse la novela. La distancia en el tiempo permite analizar críticamente su época. Los personajes son prototípicos: el tirano abusador Don Rodrigo que trata de secuestrar a Lucía, el cura Don Abbondio titubeante, débil y cobarde, el abogado corrupto Azzeccagarbugli (Buscapleitos). Sobresalen la figura del Innominato (Innombrable) poderoso personaje del mal que sin embargo entra en crisis de conciencia y acabará liberando a Lucía y la famosa Monaca di Monza (Virginia Maria de Leyva) figura trágica, amargada, frustrada y ambigua que sin embargo protege a Lucía.

El argumento es si se quiere sencillo, pero lleno de matices. “El señor del lugar, Don Rodrigo, obliga a Don Abbondio, cura de un pequeño pueblo junto al lago Como, a no celebrar el matrimonio entre Renzo Tramaglino y Lucía Mondella, quienes tienen que abandonar la aldea. Lucía y su madre, Agnese, ayudadas por fray Cristóforo, se refugian en un convento de Monza, mientras que Renzo marcha a Milán para obtener apoyo que le permita ganar su causa. Don Rodrigo hace entonces que a Lucía la rapte el Innominato ('El Innominado'). Pero la vista de la joven, tan injustamente atormentada, y la llegada del cardenal Borromeo provocan en el Innominado una profunda crisis de conciencia: en lugar de entregar a la joven a las manos de Don Rodrigo, la libera.

Entre tanto, Renzo ha llegado a Milán, en tiempos de perturbaciones y tumultos por la carestía del pan. Al final, tiene que huir a Bérgamo. Lombardía está asolada por la guerra y la peste, pero Renzo regresa a Milán para reencontrarse con su novia. Encuentra a Lucía en un dispensario al lado de fray Cristóforo que cuida a los enfermos; entre ellos, abandonado por todos, se encuentra Don Rodrigo moribundo. Cuando se erradica la peste, después de tantas vicisitudes, Renzo y Lucía pueden al fin casarse.”[2]

Si hay que buscar un mensaje en la figura de Renzo y Lucía es el poder de su simplicidad en el sentido evangélico: los simples de espíritu que emanan una energía clara y limpia que llega a transformar el mal.

Hay otro personaje formidable: el Cardenal Federico Borromeo, que en plena epidemia supo tomar decisiones fundamentales no tan solo en sentido religioso y espiritual, sino de salud pública, higiene y prescripciones frente a la Peste italiana, que fue una serie de brotes de peste bubónica que se produjo desde 1629 hasta 1631 en el norte y el centro de Italia, la gran peste de Milán, que cobró la vida de aproximadamente 280.000 personas, en las regiones de Lombardía y Véneto. En octubre de 1629, la plaga llegó a Milán y aunque la ciudad inició medidas de salud pública eficaces, incluyendo cuarentena y limitando el acceso de los soldados alemanes y mercancías, un importante brote surgió en marzo de 1630 debido a las medidas sanitarias relajadas durante el carnaval (¡Italianos tenían que ser!) con bajas registradas de 60.000 personas de una población de 130.000. Un primo de Federico Borromeo, Carlos Borromeo también había sido cardenal y también se había enfrentado a la peste que estalló en Milán en 1576 y duró hasta 1578.

La simpatía de Manzoni es toda en favor de los “simples”, de los humildes, lo cual era una novedad literaria y su prosa es cautivante tanto en la descripción de los personajes, como de la naturaleza, donde llega a tonos elegíacos y líricos muy emotivos. La peste milanesa de 1630, también es protagonista y está magistralmente descrita en la novela. Muy a tono para esta época de pandemia mundial.

 


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