El autor de "Ayer la vi"

Sandy Rico, el sabanero más antillano


Conocí a Sandy Rico unos días antes de que ese cantautor sucreño se marchara hacia los Estados Unidos.
Nos presentaron en la vieja sede de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (Sayco), seccional Bolívar, Edificio Fernando Díaz, Avenida Daniel Lemaitre. Estaba con los locutores Álvaro Güeto Barboza y Jennys González Castellón haciendo bromas sobre el ambiente musical de Cartagena y rememorando algunos pasajes del espectáculo, como cuando hizo parte de algunas de las orquestas más afamadas de la Región Caribe.
Ese día supe que de su pluma habían surgido canciones famosas como “Ayer la vi”, “El vendedor de rosas”, “Dile que vuelva” y “La mamá de Claudia”, que no únicamente ganaron mucha aceptación en las épocas en que se publicaron: también se quedaron como clásicas de la música tropical cartagenera.
Un tiempo después, conversando con el cantante Juan Carlos Coronel sobre los pormenores de su incursión en la salsa romántica, salió a colación el nombre de Sandy Rico, porque fue uno de los primeros compositores que participaron en esa producción inicial, que contó con el concurso del músico y arreglista bolivarense Rey Arturo González.
Ahora no recuerdo si Coronel también lo expresó en esa conversación, pero algo cierto es que “Ayer la vi” fue el tema que empezó vendiendo el LP, que se tituló simplemente “Juan Carlos Coronel”. Y no solo eso: se erigió como una de las composiciones de obligado repertorio del vocalista de “Patacón pisao”.
Vinieron más canciones y más éxitos, pero, por diversas circunstancias personales y familiares, Sandy Rico aprovechó la oportunidad de viajar hacia el país del norte, donde completó cualquier cantidad de años viviendo específicamente en la ciudad de Miami. Dice que desde su llegada se aventuró a asumir cualquier oficio que le ofrecieran (tal como pasa con todo latino recién llegado), pero siempre pensando en abrirse campo en el ámbito artístico hispanohablante.
Después de 15 años de estadía en el extranjero, el cantautor se vio obligado a regresar a Cartagena en busca de resolver algunas cuestiones de no poca importancia para él y su familia, eventualidad que aproveché para hacerle algunas preguntas sobre su carrera musical y sobre su aporte al despunte de las orquestas cartageneras en el panorama musical colombiano de los años 80.
La respuesta fue un monólogo que abordó desde su nacimiento en Sincelejo, hasta sus primeras correrías infantiles en la música y su decisión de mudarse a Cartagena en donde desarrolló una carrera artística significativa, aspecto que siempre reconoce a boca llena, sin mezquindades y sin amnesias intencionales.
En esos momentos, su vida fue un constante ascenso entre el canto, la composición y los negocios, proezas que se notaban en lo mucho que lo solicitaban las orquestas, en sus vestimentas y prendas de finas marcas y en su éxito con el sexo opuesto. Pero llegó el quiebre que marca el final de los 15 minutos de gloria de cada ser humano, e igualmente su decadencia se fue notando en el progresivo alejamiento de los escenarios y en las vestimentas de obligatoria modestia.
Y fue precisamente con esta imagen como la capté el día en que nos conocimos: lucía un descolorido suéter de beisbolista y una maraña de cabellos que no se acercaba ni un poquito a la imagen esplendorosa de la carátula que le diseñaron en la disquera Codiscos cuando fue el cantante líder de la orquesta La Mayor.
Ahora conversamos en medio de un almuerzo, que vamos devorando mientras él asiente con la cabeza cuando le recuerdo esos pasajes de su vida en Cartagena. Habla con el acento salpicado de esa mezcolanza entre anglosajón, cubanía y borincanidad (si me permiten el término) que caracteriza a los caribeños inevitablemente influenciados por la cultura gringa.

Hay que ver cómo camina...

“Son muchas las personas en Cartagena y en el resto de la Región Caribe que creen que soy de esta ciudad. Pero no: yo nací en Sincelejo cuando todavía pertenecía al departamento de Bolívar. Nací exactamente en la Calle La Palma,  del barrio El Bosque, en el hogar de Antonio Ramón Rico Barreto y María Cristina Moreno Alquerque. Ellos me bautizaron como Cosmen Alberto Rico Moreno, pero con el tiempo y el abrazamiento de mis inquietudes musicales me rebauticé dos veces: primero me llamé 'Joe Rico'; y después, 'Sandy Rico', remoquete que sobrevivió con más fuerza que el anterior, pero después te explicó el porqué de esos cambios.
Hubo un momento, y yo estaría muy pequeño cuando eso, en el que mi padre se dedicó a la música tocando las congas y los timbales, lo que a la larga considero el único antecedente musical que recuerdo en mi familia, porque mi mamá era una ama de casa consumada a la que nunca le interesó nada que tuviera que ver con música.
Creo que yo tenía como unos 10 o 12 años de edad cuando, con un grupo de muchachos de la cuadra, cogíamos las latas donde venían las galletas y nos íbamos para una de las esquinas de nuestra calle, donde vivía la señora Hilda Tinoco, cerca al acueducto de Sincelejo, y ahí nos poníamos a tocar todo lo que estuviera de moda, pero lo hacíamos con tanto desorden y tanta entusiasmo que los vecinos terminaban echándonos de por ahí, dizque porque hacíamos mucho escándalo.
Después, recuerdo que uno de los muchachos que me acompañaban tenía un acordeón de dos teclados, y me aventuré a tocarlo en un reinado. Nos montamos en una carroza e íbamos por toda la calle tocando ‘La piña madura’, que fue la única pieza que acerté a ejecutar con ese instrumento. Ahora considero que ese fue un atrevimiento de muchacho, porque nunca más me interesé en el acordeón y jamás aprendí a tocarlo como es debido. Y la verdad es que no  soy experto en ningún instrumento, ni percutivo ni melódico. Compongo mis canciones percutando sobre una mesa o con silbidos que imitan los instrumentos que imagino debe llevar la pieza, pero jamás he necesitado de instrumento alguno para esos menesteres.
Más adelante me reuní con unos muchachos del mismo barrio, Eduardo y Apolinar Romero, quienes tenían un conjunto de acordeón. El acordeonista era Apolinar, quien interpretaba muy bien la música de Alfredo Gutiérrez, pero lo hacía por distracción, casi nunca tocaba por dinero. En cambio Eduardo, el hermano, sí tocaba en las plazas públicas, en las corralejas, casetas, etc. En ese tiempo me atreví a darle unos cuantos golpes a la conga y a hacer coros. Tenía como 15 años en ese momento, y ya me iba con los Romero para pueblos como Buenavista y El Hueso. 
Al mismo tiempo, participaba en las semanas culturales de mi colegio interpretando baladas románticas como ‘Voy a rifar mi corazón’, de Rodolfo Aicardi. Aunque fue una lucha, porque la gente siempre esperaba que uno cantara las baladas de protesta de Piero y de otros que salieron con esa propuesta en los años 60, pero yo, como buen rebelde, siempre me salía con la mía e imponía mis canciones de amor.

Del jardín de mis amores...

En una de esas veladas escolares me vio alguien que pertenecía a la orquesta 'Casino Tropical', dirigida por el maestro Primitivo López, cuyos cantantes eran José Tous y Misael Villarreal. Ellos me llevaron a un primer ensayo, pero desde el principio les hice saber que lo mío eran las baladas. Me dijeron que no había problemas, que empezara con ese estilo y por el camino contemplaríamos otras posibilidades. 
La primera balada que canté fue ‘Mi plegaria’, de César de Guatemala: ‘Si en la noche azul/oyes el eco enamorado de mi voz/escúchalo mi bien/ que es para ti’/. Esa fue la primera balada que se montó en esa orquesta, que era básicamente para interpretar porros y toda la gama de la música sabanera. Mi primera presentación fue en el Club Montería, que se volvió una locura cuando canté ‘Mi plegaria’. Me tocó repetirla varias veces esa noche, pero el director me recomendó que también le parara bolas al repertorio musical para que me aprendiera algunas de las piezas. 
Recuerdo que me aprendí ‘Yolanda’, que en ese momento la tenía pegada Pastor López. Creo que también canté un tema de Joe Madrid, quien en ese tiempo pegaba fuerte con la música tropical;  otro de Gabino Pampini con El combo impacto, que se llamaba ‘La luna y el toro’; Y un tema llamado ‘Gutuguro’, que interpretaba la orquesta venezolana Federico y su combo.
Ya para ese entonces la salsa empezó a llamarme poderosamente la atención. No sé decirte por qué. No sé si era por la percusión, los arreglos, los cantantes, pero me parecía una música mucho más interesante que cualquier otra. A veces creo que era por su parentesco con la balada, en cuanto a cambios y matices melódicos. El caso es que mi repertorio se montó con base en puros temas salseros, entre esos los de Joe Arroyo, que estaba súper pegado con la orquesta de Fruko.
A propósito, era tanta mi afición por la salsa que, viendo que estaban de moda los Joe (Joe Quijano, Joe Cuba, Joe Batán, Joe Pastrana, etc.) decidí que mi nombre artístico sería 'Joe Rico', porque la verdad es que Cosmen era de muy poca recordación y, por lo tanto, poco comercial.
Y me enfrenté al formato salsero sin tener ninguna formación musical, en el sentido de lo académico. Aún así nunca se me ocurrió que debía inscribirme en alguna escuela de canto o de música. Todo lo aprendí  en la calle y sobre la marcha. De modo que cuando me sentí preparado para enfrentar mejores retos, me acordé que en Cartagena tenía una hermana en el barrio Martínez Martelo, quien siempre me había brindado la opción de probar suerte en esa ciudad; y terminé de tomar la decisión, porque para ese momento Diva Zapa Prens, mi novia y después esposa, estaba esperando a mi primera hija, factor que también me empujó a salir de Sincelejo.
Pero la cosa no fue tan fácil. Cuando les anuncié a los de la orquesta que me vendría para Cartagena, algunos se enojaron y otros trataron de atajarme. '¿Y tú piensas irte para Cartagena a enfrentarte a esa leonera que tienen allá? Allá están Joe Arroyo, Wachy Meléndez, John Jairo Murillo, Felipe Sembergman...'
Yo los escuchaba, y hasta me asustaba un poquito, pero la idea de emigrar me agitaba por dentro.

Yo quiero cantar con el alma...

Llegué a Cartagena en 1978. 
A los pocos días, mi hermana me relacionó con la gente de un sector de Martínez Martelo que llaman 'El callejón de los gatos', porque es muy estrecho. Enseguida la relación con los muchachos que se la pasaban vacilando ahí fue muy buena. Ellos me invitaban a conocer los pocos sitios de esparcimiento que la ciudad tenía en esas épocas,  pero el primer contacto con la música vino a los dos meses de mi estadía.
Un trompetista cordobés llamado Ciro Olascuaga, con quien ya me había conocido en Sincelejo haciendo parte de la Casino Tropical, empezó a relacionarme con el ambiente artístico. El sitio de reunión de  los músicos era el Parque del Centenario. Allí me reencontré con Ciro y le comuniqué que me había radicado definitivamente en Cartagena. Él comenzó a regar la bola en el gremio y a dar buenas referencias sobre mí.
El resultado de las buenas gestiones de Ciro fue la formación de un grupo pequeño, que se armó exclusivamente para amenizar las noches de un prostíbulo en el barrio El Zapatero, detrás de la fábrica Postobón, pero no duré mucho allí, porque el dueño del establecimiento les tenía prohibido a las meretrices que bailaran con los músicos. Tal parece que nosotros no éramos muy bien vistos en esos tiempos.
El asunto es que yo, ignorantemente, me puse a bailar con una de las muchachas, cuando de pronto se presentó el dueño y nos dijo que hasta ese día estábamos ahí. Yo, para no quedar mal con los muchachos ni permitir que los dejaran sin trabajo, me disculpé con ellos y con el propietario, y preferí renunciar a un trabajo que ni siquiera llegué a ejercer.
Más adelante, nuevamente Ciro  Olascuaga me hizo conocer con el maestro Antonio Beltrán, quien era el propietario y director de la orquesta 'Toño y su combo'. Ellos tenían sus presentaciones en diferentes sitios de la ciudad y de la Costa, pero los domingos iban a distraerse al Yate Alcatraz, una de esas embarcaciones que, partiendo del Muelle de los Pegasos, llevaban turistas a las islas de Cartagena. Allí les brindaban whisky y comida a los músicos, y hasta tenían derecho a bailar con las turistas.
Los cantantes de Toño eran Hebert 'El diablo' Castañeda y Gustavo Osorio. Mientras ellos cantaban, yo me tomaba mis whiskys y presenciaba la presentación de la orquesta, hasta que Ciro le sugirió a Toño que me pusiera a cantar, y el maestro accedió sin problemas.
Me mostraron el repertorio y me preguntaron que si podía cantar ‘El emigrante latino’, que era un éxito en la voz de Juan Piña. Cuando empecé a cantar, noté que Toño y Hebert se ubicaron frente a la orquesta y, cuando la canción iba por la mitad, se hicieron señas positivas, como diciendo: 'ah, vaina, canta bien el indiecito'. Canté otras tres canciones y Toño me invitó a que asistiera al siguiente domingo.
El segundo domingo llegué con media hora de anticipación para ayudar a preparar el escenario y, de paso, congraciarme con los músicos, a quienes poco conocía. Esa vez volví a cantar, pero me preocupaba que no tenía ingresos. El hospedaje y la alimentación me las proveía mi hermana, mientras yo conseguía trabajo, pero la leche de mi hija era la que siempre estaba en veremos. Y para mí se estaba volviendo jodido salir de la casa los domingos y regresar con algunos tragos encima, cansado y con los bolsillos limpios.
Sin embargo, seguí yendo al yate como invitado. Al cuarto domingo, antes de salir de mi casa, le pedí a un vecino que me prestara 50 pesos, con la promesa de que se los devolvería en cuanto me cayera alguna platica. Pasaron dos domingos y nada de dinero. El vecino me cobró, con mucha elegancia, pero me cobró. Casualmente, ese día era domingo por la mañana, y le dije, sin saber muy bien por qué, que esa misma tarde le devolvía su dinero.
Lo cierto es que la presentación en el yate se terminó y yo quedaba con los ojos claros cuando veía que Toño les pagaba a todos los músicos y a mí ni me miraba. Entonces, decidí acercarme y le dije:
--Oiga, don Antonio, necesito un favor suyo.
--Dime, Joe
--Yo tengo una hija recién nacida, y por ella estoy necesitando dinero, porque le faltan algunas cositas que no le he podido comprar.
--Hombre, espérate un momentico.
 Don Toño se metió la mano al bolsillo y sacó un rollo de billetes, de los cuales me dio 300 pesos, que eran un dineral en aquellos tiempos. Imagínate que el billete de mayor denominación era el de 50 pesos, y con uno de esos le pagué al vecino que me había prestado para el alimento de la niña.

Las manos prodigiosas, Dios mío...

Al tiempo que iba dando mis primeros pasos como músico en Sincelejo, también se me ocurrían algunas cosas que yo consideraba canciones. Tal vez por el ambiente folclórico que se vivía en esos lares, mis primeras composiciones giraban en torno al chandé, al cumbión, al fandango, etc.
Pero cuando empecé a prestarle atención a la salsa (y mucho más cuando llegué a Cartagena) mi concepto de la creación musical cambió. La estadía con Toño y su combo creo que fue determinante en eso.
Después de los 300 pesos que me pagó Toño, la tarifa subió a 500, que se pagaban los domingos cuando nos tocaba presentarnos en el yate. Pero cuando teníamos presentaciones en sitios diferentes, y todos los fines de semana, la paga era de dos mil pesos. Obviamente, con esas dos entradas mi situación económica cambió de manera enorme.
Un día, Toño me dijo, 'te vas a quedar fijo en la orquesta'. Pero ese nombramiento se quedó en  el aire por un buen tiempo, porque cualquier día se presentó el maestro Lucho Bermúdez, quien era muy amigo del empresario Amín Díaz (propietario del Alcatraz) y le pidió a este que hablara con Toño para que incluyera en la orquesta a la cantante Zaida Saladén, que creo era ahijada del maestro Lucho.
Así fue. Zaida se quedó como cantante líder y yo me quedé esperando en la banca. Un día me llamaron los de la Casino Tropical para que los acompañara en unas presentaciones, pero les respondí que, como ya tenía mi trabajo fijo (lo cual era mentira) tenían que pagarme taxi y hotel para hospedarme en Sincelejo.
Ellos respondieron que me estaba poniendo pretencioso, que ya me creía estrella, y por eso resolvieron no llevarme. Pero resulta que las personas que los querían contratar lo primero que les preguntaron fue que si el muchachito aquel (o sea, yo) todavía estaba cantando en la orquesta. Ellos mintieron, dijeron que sí, y volvieron a llamarme. Entonces, me puse más pretencioso, porque me acordé que cuando me venía para Cartagena me dieron a entender que yo no tenía capacidad para responder como cantante en esta ciudad.
Después de varias discusiones accedieron a pagarme lo que yo pedía. Me pagaron a regañadientes, pero me pagaron. Aunque no fue mucho lo que duré en Sincelejo, porque al poco tiempo el maestro Toño me llamó, ya que Zaida Saladén se había ido para Bogotá a trabajar en la orquesta de Lucho Bermúdez.
Ahí estuve por un largo tiempo en el que hicimos presentaciones no solo en Cartagena sino también en toda la Costa, donde alternamos con las orquestas internacionales de moda, dado que en la orquesta de Toño había puros músicos profesionales con los que aprendí muchísimo. 

El Nene, el dichoso Nene...

Yo era el más joven de los integrantes de Toño y su combo, así que puedes imaginarte el entusiasmo, la fiebre y la energía que me diferenciaban de los demás  músicos, quienes eran todos unos veteranos. 
Un día yo estaba en el estadero La Piragua, del barrio Bocagrande, cuando de pronto se apareció Víctor 'El Nene' del Real, pero no se sentó en el establecimiento sino que me esperó en otro de enfrente. Cuando por fin pude atenderlo, me dijo que el compositor barranquillero Adolfo Echeverría, propietario y director de la orquesta Los Mayorales, estaba necesitando un cantante, porque Saulo Sánchez estaba un poco desordenado y ya se le salía de las manos. El Nene era el pianista de Los Mayorales, por eso se sabía todo el repertorio y me lo dejó escrito en una hoja para que lo fuera ensayando, por si me interesaba integrar esa orquesta.
Por esos días ya se estaban acercando los carnavales de Barranquilla, de manera que si aceptaba la invitación mi debut sería de doble responsabilidad: reemplazar a un monstruo como Saulo Sánchez y poner en alto la presencia de la orquesta en los carnavales.
La verdad es que no demoré mucho pensando en el cambio. A los pocos días le dije al maestro Toño que me iba para Barranquilla, y no hubo ningún problema ni talanquera. El primer ensayo con Adolfo tampoco se demoró mucho.  Al final, Adolfo me hizo saber que le habían gustado mi voz y mi estilo. Pero duré menos de un año trabajando con ellos, porque no me agradaron los manejos económicos de la orquesta.
Me retiré aun a sabiendas de que el locutor Ley Martin quería hacerme una producción; pero lo cierto es que, al interior de la orquesta de Adolfo, El Nene y yo estábamos fraguando una grabación que sería la primera de una agrupación que teníamos en mente. Ya Joe Arroyo nos había dado la cumbia ‘El resplandor’; Ramón Chaverra, el tema ‘La chismosa’. Pero con mi retiro, El Nene debió conseguir a Juan Carlos Coronel, quien fue finalmente quien grabó esas composiciones, que constituyeron el primer LP de El Nene y sus traviesos.
Estando nuevamente en Cartagena,  Moisés de la Cruz, el promotor estrella de la disquera Codiscos, quien me había visto cantar con Adolfo en los sitios de moda de Barranquilla, me propuso un contrato para grabar una producción discográfica con su empresa. Acepté la propuesta y a las pocas semanas ya estábamos ensayando las canciones en la casa de El Nene.
Después, nos fuimos para Medellín a grabar. En unas jornadas grababa El Nene conmigo, y en otras grababa con Juan Carlos Coronel, pero la mezcla que le hicieron a mi producción no fue la mejor. Ahora pienso que hubo manos mal intencionadas en ese asunto, porque cuando estábamos en el estudio escuché un sonido muy bueno; pero cuando el disco salió al mercado, ese sonido era pésimo.
El LP se llamó ‘Sandy Rico presenta La Mayor’, porque en ese momento decidí que el nombre de 'Joe Rico' no iría más. Necesitaba otro que fuera más sonoro, más contundente, de más alta recordación y todavía no sé de dónde me salió el remoquete de 'Sandy'. Y así me quedé para siempre.
En ese LP incluimos la canción ‘Juanita’, de mi autoría,  que se oyó en los carnavales de Barranquilla y me puso en el nivel de Juan Piña y Joe Arroyo, quienes eran los monstruos de la música tropical en la Colombia de esa época. También incluimos una salsa de mi autoría que se tituló ‘El alma negra’. Con ella no pasó mucho, pero me empecé a perfilar como compositor de salsa, no solo en Cartagena sino en todo el Caribe. Todo eso con la ayuda de Ley Martin.
Sin embargo, con La Mayor no hubo nada a nivel de presentaciones. Eso, sumado a la pésima mezcla que le hicieron al disco, hizo que me decepcionara un poco del ambiente musical y me dediqué enteramente a los negocios. Más bien tuve una especie de intermitencia en la que a veces aparecía y otras veces me escondía y no quería saber nada de música, hasta que me rescató Alfonso Gómez, que ya tenía su orquesta Alfonso y su octava potencia.

Juanita, ¿tú dónde estabas?

A Alfonso Gómez ya lo conocía desde los tiempos en los que él trabajaba en un estadero de Bocagrande que se llamaba Los Arrieros. Yo llegaba por allá siempre en son de parrandear, aunque una que otra vez cantaba dos cancioncitas, a petición de los muchachos de la orquesta. Y así quedamos siendo buenos amigos.
Después del fracaso con La Mayor, abrí un hotel en el barrio Marbella y me dediqué solamente a él, cuando un día oí en una emisora que dirigía Larry 'El Pupilo' Ortiz que se estaba programando un espectáculo con las mejores orquestas en la Gallera Pedro Rhenals, del barrio El Bosque, para un 31 de octubre. Mencionaron una cantidad de orquestas, pero mi sorpresa fue cuando dijeron: 'Alfonso y su octava potencia con Sandy Rico'.
Enseguida llamé a la emisora y le pregunté a El Pupilo que por qué me había metido en ese cuento, si yo ya estaba retirado de la música. Él soltó una carcajada y me dijo que había una cantidad de muchachitos que querían presentarse, pero que él quería darme la prioridad a mí. Así que lo que tenía era que ponerme de acuerdo con el maestro Alfonso para enlistar los números que íbamos a ejecutar esa noche.
Me busqué a Rey Arturo González para que me hiciera las transcripciones de ‘Jíbaro soy’, de Ralphy Leavith; y ‘La media vuelta’, de Gabino Pampini. Cuando canté esos dos temas, muchacho, te digo que ese recinto se quería caer. Tanto fue así que cuando terminé de cantar se me presentó Hugo Alandete diciéndome que lo acompañara a ver a un tipo que me quería conocer. Se trataba de un puertorriqueño al que aquí en Cartagena apodaban 'El Boricua', quien apenas me vio me saludó con tanta emoción que terminó diciéndome que aquí en Cartagena no había mejor cantante de salsa que yo, cosa que me dio mucha pena con Hugo, porque yo a él siempre lo respeté mucho, pero esa fue la opinión del tal Boricua.
Con Alfonso no hubo grabaciones, porque esa orquesta se formó más que todo para presentaciones y animaciones de eventos, pero eso me sirvió para reactivarme en la música. 

En una noche de luna

Creo que todavía vivía en Martínez Martelo cuando compuse ‘Ayer la vi’. Eran los finales de los 80, y un día me puse a recordar situaciones de mujeres conocidas mías, quienes tenían sus esposos e hijos, pero una que otra vez se les daba por tener alguna aventura con un jovencito. Así nació la canción, que al poco tiempo se la entregué a Rey Arturo González, para que la grabara con Juan Carlos Coronel su primera producción de salsa romántica.
Tampoco estoy tan seguro de cuánto tiempo pasó desde que le di esa canción a Rey Arturo hasta que compuse ‘La mamá de Claudia’. Lo que sí recuerdo es que esa canción nació improvisada, porque un día llegó a mi casa un grupo de muchachitos del barrio a preguntarme cómo hacía para componer.
En esos tiempos andaba para todas partes con una grabadorita, de esas que usan los periodistas, y les dije a los muchachos:
--Fíjense bien.¿Cómo se llama la señora que está en aquella tienda?
--Esa es la mamá de Claudia, la chica buenona que vive en la otra calle.
--Escuchen: 'la mamá de Claudia tiene/algo que me gusta a mí/una bonita mirada/y una elegante nariz'. Y así, improvisando, les expliqué a los muchachos el proceso de componer canciones. Claro, cuando ellos se fueron se me ocurrió que lo que había improvisado no estaba tan malo y lo completé con otras frases. Ese tema también lo grabaron Coronel y Rey Arturo en su siguiente long play.
Estando en el hotelito que tenía en Marbella se me presentó Hugo Alandete, quien había dado un batazo el año anterior con su ‘Llora corazón’. Como consecuencia, él pensaba que su siguiente LP debía salir con un batazo parecido o mejor. Y me confesó que la cabeza no le daba para eso. 'Compadre –me dijo-- yo sé que el hombre para eso es usted'.
Acepté el reto y me quedé en el hotel tratando de sacar el tema. Intenté hacerlo con pedacitos de canciones que yo había hecho en el pasado, pero que nunca concreté. Mi esposa, que me acompañaba en el hotel, oía cuando yo tarareaba esos fragmentos y de pronto se me acercó diciendo: 'oye, tienes ratos que no me cantas nada'. Esa frase sirvió para iniciar la canción que yo estaba buscando: ‘Cántame una bella melodía/cántala como aquel otro día’. La titulé ‘Canto al amor’, y de una le gustó a Hugo, quien se anotó otro batazo en su siguiente producción.
Al año siguiente, nuevamente me buscó Hugo para que hiciéramos algo parecido al éxito pasado. Esa canción fue ‘Dile que vuelva’, un tema totalmente ficticio, porque no cuenta ninguna vivencia mía ni de nadie que yo haya conocido. ‘Desde que se fue quedé llorando/y hasta dije que no la quería/y ha dejado en mí una triste pena/y en el alma una gran agonía’/.
Cuando salió esa producción noté que gustaba mucho en las zonas arrabaleras. Por ejemplo: en ese tiempo había en el Mercado de Bazurto una zona de tenderetes cerveceros que llamaban dizque 'El salibón'. Allí se reunía toda clase de gente, pero más que todo carretilleros y choferes que pedían la canción a gritos, con la cerveza en la mano y los lagrimones rodándoles por los cachetes.
Cuando Juan Carlos Coronel se retiró de El Nene y sus traviesos, El Nene se aferró a su sobrino Frank 'El Chombo' Sembergman y a Albertico Puello 'El Halcón de Colombia'. Cuando decidió grabar con ellos, a uno de los primeros compositores que buscó fue a mí. Entonces me puse a analizar el ambiente de la salsa romántica y me di cuenta de que casi todas las canciones estaban enfocadas en lo sexual, todo era cama, deseo, etc. Y me dije: 'hay que hacer algo que vuelva a cantarle con elegancia a las mujeres'.
Así nació ‘El vendedor de rosas’, que ha sido la canción más escuchada en la voz de El Halcón.
Esas cuatro canciones que te acabo de mencionar no dieron los resultados económicos que yo esperaba de parte de Sayco, por lo que me vi en la necesidad de hacer una protesta en Bogotá y el resultado fue que prácticamente me vetaron en todas partes.
Mi situación económica empezó a decaer. Ya no producía para sostener a mi familia, pero se me presentó la oportunidad de viajar a Estados Unidos, y la aproveché. Ya completé 15 años de estadía en ese país. Ahora recién acabo de meterme en el ambiente musical de Miami con los artistas latinos, entre los cuales ya mi nombre está sonando, aunque modestamente, pero está sonando”.
 


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