A continuación, disfrutaran de una exquisita selección literaria que incluye cuentos, poemas y microrrelatos realizados por escritoras para todos los gustos. Créditos de la imagen: María Fernanda Ramírez Díaz de Lotus Design Instagram: @lotusdesign_lat
En esta tercera parte podrás leer los trabajos de Claudia Silgado, Angela Penagos, Yolanda Ramírez, Devora Dante, Maria Marta Van Gelderen, Yurelis de los Angeles Castellón, Monica Soto Icaza, Pilar Pedraza Perez del Castillo, Ruby Becerra, y Viviana Vanegas.
Teologia IV :La Mañana
Escuchas la voz de la muchedumbre
Abres tus manos
Y
Ves el infinito que desgoza los caminos,
La casualidad es el momento.
No, no estamos cansados Señor,
Sigue bostezando, manda tu espíritu para aplacar tu ira
Vente a vivir cerca del mar,
Verterás feliz el semen pródigo de la eternidad,
La inmortalidad te pedirá cerrar los ojos por un momento
Una noche,
Abrir un hueco,
Destruir tu mundo, quedarte aquí sin ser tú
Nadie notará tu ausencia
Los perros cuidarán tus pasos, sabrás del domingo
Pinta un pájaro
para cuando despiertes encuentres el camino
Claudia Silgado Villadiego
Alma de mujer
Una mujer
tiene alma de sol entero,
trae reflejos de ternura
y la música de los afectos.
Una mujer
tiene en la memoria
la luz del paraíso,
que mira a veces
en la costumbre
de su oficio.
Una mujer
Imagina la vida en plural,
camina por las calles
con aquella amiga
que conoce el sufrimiento.
Una mujer
se levanta muchas veces,
crea nuevos sueños
en esta ciudad
de muros ásperos
que la sigue desde lejos.
Una mujer
es una mariposa en vuelo
y en su metamorfosis
roza la muerte
para seguir viviendo.
ÁNGELA PENAGOS LONDOÑO
Vacaciones en “la nevera”.
Quiero tener cachetes colorados, “come verduras, dijo mi tía”. Sonrío por la calle con el abrigo rojo que me hizo mi abuelita. 1981. Música andina en la séptima. Casetas rojas con amarillo, “dame una chocolatina Muu y un maní dulce”. Algodón de azúcar en el Parque Nacional.
En el apartamento de chapinero… ¿Bolitas de hielo en la ventana? NIEVEEE. En el balcón sale humo por la boca cuando hablamos y mi tía amontona sillas del comedor en la puerta antes de dormir. De regreso a Cartagena, con mi hermano, en el avión, llevamos agua en un frasquito, para ver si llegaba fría. No llegó fría.
Yolanda Ramírez
Actriz y escritora.
Soy
Me reconozco…
en mi abuela campesina
en mi madre ama de casa y lectora
en mi suegra partera, refinada y luchadora
en las mujeres Maestras de las letras, música, pintura y poesía
Que son maestras en las calles, en escuelas
y también en las cocinas
Soy Mujer blanca, negra
alma noble, alma soberbia y bravía
Mujer de altos vuelos
de algunas duras caídas
Soy mujer que cumple promesas
y los sueño los realiza
creo en la magia de las manos
y en el amor de una sonrisa
Soy musa, diosa, vientre
Soy vida.
Soy
Me reconozco…
en mi abuela campesina
en mi madre ama de casa y lectora
en mi suegra partera, refinada y luchadora
en las mujeres Maestras de las letras, música, pintura y poesía
Que son maestras en las calles, en escuelas
y también en las cocinas
Soy Mujer blanca, negra
alma noble, alma soberbia y bravía
Mujer de altos vuelos
de algunas duras caídas
Soy mujer que cumple promesas
y los sueño los realiza
creo en la magia de las manos
y en el amor de una sonrisa
Soy musa, diosa, vientre
Soy vida.
Dévora Dante
Tareas domésticas
Amanece temprano, desvelada.
La lucidez del alba no le trae alivio.
El cielo esconde los escombros de un destino fallido.
Por instinto de una vida anterior, abre ventanas.
Los rulos se desconsuelan
y el olor a tristeza no escapa.
Las horas atraviesan
la opacidad del mediodía, y ella tiende
el hambre de todos en la mesa.
Zurce y remienda
el holocausto de una tarde eterna.
El tiempo no recupera su verdadera edad.
Con dolor civilizado entra en la noche
y arropa sobre la almohada el desamparo.
Los días se parecen unos a otros. Pero hay un instante, esencialmente necesario,
en el que puede ser feliz. Solo de vez en cuando.
María Marta van Gelderen
Buenos Aires, Argentina
Mujer
Mujer, que luchas a diario por demostrarle al mundo que tú dulzura no te hace débil.
Qué enciende la llama de tu pasión después de un torrencial aguacero de lágrimas.
Qué día a día se levanta sonriendo al mundo como si su alma no incinerara de dolor.
! Sí!, Te han hecho sufrir sin merecerlo y más de una vez tu único refugio ha sido tan solo tu almohada.
A ti te digo, mujer inquebrantable, jamás dejes de sonreír, el sol irradia siempre que lo haces.
Y recuerda, eres refugio de muchos corazones heridos y el anhelo de más de un corazón enamorado, eres fuerte, eres guerrera! Eres tú!.
MUJER...
Yurelys De Los Ángeles Castellón Martínez.
1.
Quemé mis naves. Hice arder los puentes. Soy isla poblada con las mujeres que me habitan. Soy nido. Lumbre. Témpano. Soy música. Silencio. Lujuria. Soy tierra abierta a la exploración. Campo magnético que desorienta brújulas y voluntades.
Soy el viento de mi propio incendio.
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2.
Creo en la percepción de la materia, creadora de combustión en mi carne, de clarividencias y utopías.
Creo en el pasado y en el presente, en las huellas y premoniciones de mi historia, en la sustancia y la nada.
Creo en tus dedos y tus texturas, en la temperatura de tus ojos en mi cintura, en la poesía que creamos mientras arde el mundo.
Mi credo es el placer.
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3.
Te creí héroe. Fuiste verdugo. Mis muñecas incandescentes derritieron la hechura de tu voluntad sobre mis manos.
Pudiste ser inmortal, mas tus ojos están hechos de material efímero: no vislumbraron que hasta en mi nombre se encuentra oculta la palabra libertad.
#poesíaMSI
Mónica Soto Icaza. Poeta
México.
RESISTIR
Hilos de plata cubren
pensamiento y su mente.
Profundos surcos enmarcan
las muecas de su cara
y su instinto recrea instantes
que ya no pueden morir.
Trata de mantener los ojos abiertos
cerrarlos es revivir aquello,
sentir los golpes y zarpazos,
oír el llanto de los niños
y aquellos recorriéndole
desnudo todo su cuerpo.
Dolió tanto el pasado…,
horas perdidas en el infinito,
cosas enterradas en su vientre,
distancias sin recorrer,
rostros que aun la acechan
grandes espacios en soledad.
Mascullas tus maldiciones
y escupes incrustadas penas,
longevas condenas
maceradas con inmenso dolor
junto a hojas de coca y sorbos de alcohol.
Ojalá hubieras muerto con ellos te repites
pero resististe, anhelando sobrevivir…
Pilar Pedraza Pérez del Castillo
Periodista radiofónica, escritora, narradora cuentista y poeta.
Cochabamba-Bolivia
LIBRE PURA, LIBRE VIRGEN, LIBRE SILENCIOSA
¡Escribe, hermana mujer! Siéntete libre para echar las palabras al viento, libre pura, libre virgen, libre silenciosa. ¡Shhh! Dale rienda suelta a la delicadeza, a la feminidad escarchada, dulce, frágil, como las flores del florero que tanto le gusta a mamá. ¡Shhh! No hables mal de los hombres de este linaje familiar impecable. No le cuentes a nadie las verdades de los abuelos, de los hijos de sus hijos. ¡Jamás! Jamás pongas a rodar la versión de las abuelas, de sus hijas, ni la tuya. ¡Shhh! No hables de tus experiencias, de tus secretos que son mejor no saber, que nadie sepa que deseas, que nadie sepa que has tocado límites, pasado puertas prohibidas para mujeres o que un hombre te hizo ver centellas ¡Maldito el hombre que te dio placer! No merece mi saludo y maldita tú, hermana mujer, por permitirle tus vergüenzas
¡Calla! ¡Callejera! No publiques lo que sientes, bien te he demostrado toda mi vida que las mujeres no nacieron para sentir, ni para discernir sobre placeres, esos son solo para mí y para los hombres que como yo las usamos a ustedes tan estúpidas que creen que nos casaremos después del sexo frío. ¡No te atrevas a ser como yo! ¡Descarada! ¡Cara dura!
¿Acaso crees que puedes ser como yo? Le diré a nuestra madre que eres una libertina, una pobre ilusa casquivana que se cree un macho andando de cama en cama ilusionando camaradas, saliendo a la madrugada de las sábanas aún mojadas de tus miserias, como si Dios te hubiera dado un miembro viril, como si mi Dios te hubiera hecho hombre. Solo él nos pudo hacer hombres a nosotros, los machos, ustedes vayan a llorar a la cocina. ¿Acaso crees que queremos leer tus tonterías? Nadie jamás querrá saber lo inverosímil. En cambio, te encasillarán como la mujerzuela de siete pasados que pretendes ser si sigues divulgando esa pornografía barata que escribes, que no leeré así me obliguen, prefiero que mis ojos ardan de dolor a leerlo. ¿Quién dijo que las mujeres pueden andar por ahí acostándose con cualquiera? ¡Ve! Consigue un marido que de una vez por todas te calle la boca, que te ponga a criar sus hijos como un padre autoritario y te reprenda por creerte li bre ¡libre! Ja ja ja. Nunca serás libre mientras esté yo y mis camaradas que te mantengamos calladita. Ya verás como Dios te tiene un buen marido designado para ti. A cada mujer, el creador le tiene un hogar guardado, un nido de amor basado en sus designios para que la hembra esté donde él manda. ¿Qué hay de comer? Ve y me traes algo ¿No ves que he
trabajado todo el día? ¿Y tú que has hecho? ¡Shhh! No escribas más esas bobadas ¿Ya viste lo bonito que está el atardecer? ¿Las flores? ¿La sonrisa de los niños? ¡Hay tanto por exaltar desde la feminidad! Y tú escribiendo esa basura de viejas morbosas que no han tenido un macho de verdad que las revuelque. Es la última vez que te lo digo en estos términos, tienes que ser delicada como mamá, como la abuela y como la mujer de mis sueños. ¡Calla! No hables tan duro que parece que fueras hombre, siéntate bien, sonríe, no seas tan amargada.
¿Qué dirán de esta familia si te ven así, cómo eres? ¡Shhh! ¡Escribe, hermana mujer! Siéntete libre, libre pura, libre virgen, libre silenciosa.
Ruby Becerra
La revolución de las ollas de presión
Remberto Mendoza trataba de sacarle el aire a la olla de presión con cuidado de no quemarse, de no explotar, mientras trataba de espantar a sus hijos de la cocina a punta de gritos; quienes reclamaban su atención llorando por hambre, por calor o solo por vicio. Entre los vapores infernales y los lloriqueos infantiles, Remberto pedía ayuda de su mujer, que se hacía la desentendida desde la sala. Porque estaba muy cansada de tanto trabajar en la semana, porque esas cosas de la casa no son para mujeres.
El cielo se iba poniendo cada vez más oscuro y Remberto no dejaba de pensar en eso y en la descomunal tanda de ropa que había lavado desde temprano en la mañana. Las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer. Remberto tenía a su hijo menor en brazos, mientras meneaba el guiso de los frijoles. Todo el trabajo de la mañana se le estaba mojando y algo muy adentro también. En su mente se anegaban sus recuerdos felices, sus horas de disfrute, su juventud, su pasión. Todo se había mojado, así como su tanda de ropa limpia. Remberto insistía en llamar a su mujer y ella no reaccionaba, —porque esas cosas no son pa hembras, son para los hombres —repetía sin cansancio.
Los niños seguían llorando y él no podía dejar de pensar en esos ruidos, en la música que creaba la lluvia golpeando las tejas, el sonido de la ropa mojándose sin remedio, en los lloriqueos, en el silbido del vapor de la olla y el crujir de la mecedora donde su esposa se mecía para distraer el calor y el aburrimiento.
—¡Ya estuvo bueno! —dijo Remberto. Gritó histérico en la cocina, se fue hasta la sala y le montó los dos hijos en las piernas a su esposa. —¡Allá está la olla con los frijoles, tu verás si la dejas estallar! —¡Me voy! —dijo Remberto, mientras salía de su casa en plena lluvia.
Así llegó el día, sin que nadie lo esperase. Como si de pronto el mar amaneciera sin un solo pez, sin un camarón y todos tuvieran que resignarse a su nuevo estado. Remberto se dedicó a hablar con otros esposos cansados, aburridos y estos a su vez también lo hicieron con otros. El rumor fue creciendo y los hombres reclamaban más atención, más tiempo para ellos y para sus hijos. Fueron tejiendo redes fuertes que se consolidaron silenciosamente hasta que el estruendo de las palabras y las acciones fue imparable. A la salida de la misa de la madre Bernarda, en los encuentros no tan casuales en el mercado, los hombres empezaron a sentirse respaldados y airosos reclamaban equilibrio.
La llamaron “la revolución de las ollas de presión”, aunque Remberto dijo que fue más por la tanda de ropa que se le mojó. Las mujeres no lo vieron venir, ni en la lectura de café donde el Señor Heliodoro, ni en sus sueños plagados de presagios.
Que la tradición, que las tareas del hogar son compartidas, que los hombres pueden laborar fuera del hogar para ayudar al sostenimiento y crianza de los hijos, que los hombres son tan fuertes como las mujeres. ¡Va pue!¡Nojoda!, decía una de las mujeres que se habían reunido en la cantina de Sixtina, mientras se apuraba la quinta cerveza. ¡Hasta aquí llegamos señoras! ¡Se jodió está vaina! Gritaban exaltadas, tratando de bajar el amargo de la garganta con cerveza o con ron. Con las caras sudadas, ceños fruncidos y cabezas bajas, trataban de entender una situación que los había golpeado como una vaca brava en una corraleja. Eso era lo único que se hablaba por esos días en el pueblo. —¿En qué momento llegó esta hijueputa mala hora? —preguntó Celina, abrazando su botella. Se miraron arrugando los ojos; no sabían si responder y tampoco querían saber. Marina López carraspeó fuerte, destapó otra cerveza de la canasta y se la apuró de un sorbo. Secó su boca con la mano y las miró a todas como si tuviera la verdad en la punta de la lengua. La atención estaba puesta en ella, esperando que les dijera una solución milagrosa a todo ese problema.
—Bueno muchachas, esta vaina no la vamos a resolver ahora. Me toca irme, porque hay que ayudar a Danilo con las tareas de los pelaos. ¡Aprieten sus abarcas que este mundo ya se jodió!
Y así fue cambiando todo y en las casas los hombres del pueblo dejaron la ropa en la batea y los calderos humeantes para meterse en los asuntos de las mujeres. Muchas de sus amigas preferían quedarse en casa entre semana para pasar sabroso con sus hombres y joder la vida con los pelaos. En los bares ahora también había hombres jugando billar y tomando ron. Los burdeles seguían trabajando, pero ya no era como antes. Muchos hombres decidieron dejar esa vida, cuando vieron nuevas oportunidades para su sostenimiento.
No fue fácil. Muchas se resistían al cambio; pero terminaron cediendo por miedo al escarnio. El nuevo estado se había vuelto imparable y no había rezos, ni vigilias que pudieran cambiar eso. Algunas decían que eso fue pura brujería importada, melodrama moderno y porquerías de la televisión. La mayoría terminaron por aceptarlo, o no decían nada, porque estaban cansadas de lanzar patadas al aire.
En casa, Remberto se acomodaba en la hamaca con su mujer, mientras los niños dormían con la música de los sapitos y los chirridos de los grillos. Remberto no tuvo que volver a rogar por ayuda. Entre él y su esposa se dividieron las tareas de la casa para evitar que la vida se les inundara de rabia y desilusión. Sus hijos llorones, no dejaron de llorar y reclamar atención, pero ahora había una mujer que también se interesaba por jugar, por estar, por ser una madre para ellos.
Viviana Vanegas Fernández