La palabra pecado, (del latín peccātum), es utilizada por las religiones, para referirse a la transgresión que se hace de forma voluntaria y consciente de la ley divina.
Expertos en teología moral consideran el pecado como “un acto malo, o la omisión culpable de un acto bueno obligatorio”.
De ambos conceptos, podemos entender, que pecado es todo aquello que se aparta de lo que es correcto y justo.
Para el cristianismo, el hijo de Dios; se hizo hombre para recibir el castigo en nuestro lugar, y así, perdonar nuestros pecados y salvar a la humanidad. Sin embargo, la consecuencia de ir en contra de los preceptos divinos contenidos en el libro sagrado, es perder la salvación que nos fue otorgada mediante su sacrificio.
Análogamente podemos ver que la Constitución Política de Colombia consigna los deberes que el hombre tiene con la sociedad, la patria, la familia y consigo mismo. La transgresión de estos preceptos, no implica perder la vida eterna, y en numerosos casos, ni siquiera conlleva un castigo severo a causa de la desidia de los jueces para impartir justicia y la negligencia de los ciudadanos para reprochar los actos de sus semejantes contrarios a la ley.
El incumplimiento a los deberes políticos nos puede arrebatar la calidad de vida. Elegir al gobernante equivocado y permitir la violación de los principios de rango constitucional, con absoluta sumisión y adormecimiento, es incurrir en una omisión al deber político y social, que como ciudadanos estamos obligados a cumplir. No podemos guardar silencio frente a los actos que dejan en evidencia una clara contravención de los preceptos legales y constitucionales.
La participación en el control político, es un derecho y un deber inalienable que tenemos los colombianos, desconocido por la mayoría. La omisión en su ejercicio facilita la proliferación de la corrupción, dejando como resultado el empobrecimiento del Estado, y con ello, la miseria, el hambre, la injusticia, la pérdida de los valores, violencia muerte y una cadena de violaciones de los derechos humanos fundamentales.
Si no nos comprometemos con la enseñanza y aprendizaje de las acciones constitucionales y mecanismos de participación ciudadana, estaremos condenado a la nación a un futuro desgraciado, sumergido en la exigüidad.
Así las cosas, perder la vida eterna por atentar contra la ley sagrada, es solo un pronóstico de un desventurado futuro post mortem, mientras que en la tierra padecemos una vida miserable, rodeada de delincuencia, escases de servicios públicos esenciales, violencia, injusticia, apoyada por la omisión en la participación del control político y social que debemos ejercer como constituyentes primarios y pueblo soberano.
La voz del pueblo, es la voz de Dios. Ruego porque la unidad nacional sea fortalecida, que la vida de todos los colombianos sea protegida, que la convivencia, el orden político, económico y democrático justo, sea una realidad y no letra muerta en el preámbulo constitucional. Los pecados contra la ley divina se resuelven con el arrepentimiento, los pecados contra la política, se resuelven con el conocimiento.
Debemos estudiar nuestra constitución y participar activamente, para poner fin a la tiranía de la corrupción. Es momento de erradicar la indiferencia y contribuir con nuestras decisiones al bienestar común y el cumplimiento de los objetivos del Estado Social de Derecho plasmado en nuestra constitución, en lugar de convertirnos en la raíz de los problemas yendo en contra de nuestros deberes por nuestra acción o por nuestra omisión.