Para nadie es un secreto que el presidente Iván Duque ha tenido un reto muy grande con la pandemia del Covid-19, una situación atípica, que no solo tomó por sorpresa a los gobiernos del mundo, sin importar si es el país más rico o más pobre, y puso a prueba la capacidad de reacción y de improvisación de todos los mandatarios.
Obviamente, las naciones con un mayor reto han sido aquellas que están en vía de desarrollo, por la falta de presupuesto, en algunos casos, por un sistema médico deficiente, entre otros factores.
El caso colombiano no es la excepción, porque ningún líder por muy estudiado que sea, ha tenido la experiencia en el manejo de pandemias. Sin embargo, puedo decir que, a pesar de las dificultades, Colombia ha tenido un buen desempeño en esta inagotable situación que ha “golpeado” significativamente a las economías, al empleo, la política social, el costo vida, etc. El presidente Duque, junto al ministro de salud, Fernando Ruiz, se ha esforzado para implementar algunas estrategias, pese al bajo presupuesto de nuestro país, para que la población pueda vacunarse, y se han llevado a cabo campañas de prevención y alerta. Sería injusto no reconocerlo.
Y digamos que, de alguna manera, esta situación también ha servido para entender por qué algunas metas, planes de acción e incluso, políticas públicas no se podrán cumplir al terminar esta vigencia, porque definitivamente las prioridades han cambiado y eso se siente aún más en los territorios, en donde los desafíos son mayores. Desde el 2020 a la fecha, todo se vale para las administraciones, repito, porque es una circunstancia inesperada, que solo unidos como sociedad podemos controlar. Poco a poco recuperamos la normalidad, en la medida en la que somos más conscientes y responsables.
Pero, sin duda, el reto más significativo lo tendrá el próximo presidente de Colombia, que deberá no solo conectar con las necesidades de un pueblo, sino que está en la obligación de diseñar y ejecutar un plan económico robusto y eficiente, que recupere la confianza interna y extranjera, que impulse a las micro y medianas empresas, que genere una política de empleo formal, que busque alternativas que ayuden a bajar la deuda externa que, de acuerdo al Banco de la República, sumó $157.172 millones de dólares (unos $602 billones) a corte a abril de este año, una cantidad que representa el 51,9 % del Producto Interno Bruto (PIB).
Es tradición y táctica que la política se mueve por emociones, por cercanía y por empatía, pero estamos en un momento en el que no solo necesitamos un mandatario simpático que nos gobierne por los próximo cuatro años (2022-2026), sino un verdadero gerente público, con la capacidad y la experiencia en el desarrollo de planes económicos que nos ayuden a renacer como el ave fénix y nos impulse para que la recuperación del coletazo que nos dejó el Covid-19 se demore menos tiempo. Ya hay algunos nombres en la baraja, que valdría la pena analizar, porque desde la experticia económica podrían tener propuestas interesantes y acordes.
Definitivamente, a mi parecer, el próximo mandatario de los colombianos será aquel que conecte con un discurso de esperanza y una propuesta económica contundente y estructurada. Así que, compatriotas, pensemos bien el voto.