Por: Juan Antonio Pizarro Leongómez
Vivir en Cartagena de Indias, a donde nos mudamos mi mujer y yo hace tres años y medio, y no toparse con Alfonso Múnera o con sus libros es un imposible físico. Tanto él como sus libros rebosan ciudad, rebosan Caribe. Una amiga común, María Elsa Gutiérrez de Ábaco Libros en el Centro Histórico, nos presentó hace un par de años y a partir de ese momento nos cruzábamos con la frecuencia que permitía una etapa pre-pandémica. De sus escritos, tenía una muy vaga idea acerca de “El fracaso de la nación”, vaguedad que pude subsanar cuando lo empecé a leer después de conocer al autor. Luego, en casa de Iliana Restrepo y Nacho Vélez, tuve la oportunidad de conocerlo mejor y empezar un fluido intercambio de ideas que sigue hasta hoy.
Además de leer sus libros, participé vía Internet en muchas de sus charlas sobre La Heroica, sobre su bahía, sobre sus gentes, lo que me fue dando una visión del cosmos histórico que Alfonso ha ido construyendo para entender lo que somos como ciudad, como país y como región Caribe.
La primera lección de esta cosmogonía es que aun cuando la solución a nuestros males no la vamos a encontrar en el pasado, no es posible encontrarla si no conocemos ese pasado. En ese sentido, los tres libros de Múnera (“El fracaso de la nación” ya mencionado, “Fronteras imaginadas” y “Olvidos y ficciones”) constituyen una especie de diván freudiano, donde podemos mirarnos y remirarnos y ver la personalidad que, como país, hemos construido. Aquí no se trata como imagino ocurre en cualquier búsqueda sicoanalítica, de que nos guste o no lo que somos, sino de saber exactamente cómo somos para poder, a partir de ese conocimiento, construir lo que queremos ser.
El problema para hacer un psicoanálisis colectivo es ese: debe ser colectivo, y la segunda lección de la trilogía de Múnera nos muestra que nunca hemos podido actuar de esa manera. Desde el comienzo de nuestra historia independiente, en ese período muy mal bautizado como “La Patria Boba”, empezamos dos deportes nacionales en extremo dañinos y destructivos:
• El primero, agarrarnos todos contra todos, incluso frente al enemigo común, como ocurrió después del 11 de noviembre de 1811 cuando Cartagena de Indias envió un ejército contra Mompox o cuando se enfrentaron centralistas contra federalistas en la guerra de Santa Fe, con Antonio Nariño a la cabeza, contra las Provincias Unidas, con Camilo Torres como presidente de estas. Deporte que hemos practicado con entusiasmo a través de los años: Bolívar contra Santander, liberales contra conservadores, Uribe contra Santos, el Sí versus el No, Petro contra Uribe, para sólo nombrar unos pocos enfrentamientos de los muchos que se han dado en nuestra historia.
• El segundo, desconocer el rol que en la vida nacional jugaron, juegan y jugarán los que conforman el 90% de los colombianos, pues según muchos historiadores la libertad la lograron el 10%, los criollos blancos, hombres de origen español, y la civilización se concentró en el interior del país donde ellos predominaban. Por largos períodos fueron borrados de tajo de nuestra historia las mujeres, los indios, los negros y los mestizos que conforman la mayoría de nuestra población. Ese desconocimiento llevó, entre otras cosas, a abandonar, por una parte, las fronteras donde esos criollos blancos eran minoritarios, lo que ocasionó la pérdida de Panamá y, más recientemente, la de amplias zonas marítimas en el conflicto con Nicaragua; y a mantener, por otra, durante el siglo XIX y la mitad del XX, altas tasas de analfabetismo entre esos sectores de la población lo que ahondó su marginalidad y nivel de desigualdad e impidió que aprovecháramos el talento de millones de mujeres y hombres colombianos.
De acuerdo con la trilogía, en los siglos XVII y XVIII, Cartagena de Indias fue posiblemente el puerto más importante del Caribe y, por ende, una de las ciudades más importantes del globo. Por su bahía salió el 40% del oro del mundo que se producía en las minas de la Nueva Granada;tuvo lugar uno de los mercados más importantes de esclavizados (una tragedia que comportaba riquezas fabulosas); y se reunía, por meses, la famosa flota de galeones que traía mercancías de Europa y se llevaba a cambio el oro, la plata y las piedras preciosas americanas. En los años 20 del Siglo XIX, Colombia (que así se llamaba lo que después bautizaron como La Gran Colombia) fue un faro de la libertad no solo para este continente sino a nivel global. Su prestigio llevó al naciente México a solicitar nuestra ayuda para expulsar a los españoles del último baluarte en San Juan de Ulúa y a plantear alianzas para liberar a Cuba y Puerto Rico del yugo español. Ambos destellos, el de las riquezas y el del prestigio libertario, se desvanecieron con el paso de los años, dejándonos como otro país del montón.
Y esa es la tercera lección de Múnera: si pudimos soñar en grande en el pasado podemos hacerlo de nuevo hoy, cuando tenemos muchos más elementos, trilogía incluida, para conocernos mejor y darle una vuelta a nuestra historia: no la del pasado que ya pasó, sino la del futuro que está por hacerse. Hay muchos indicios de que podemos voltear la torta si nos disponemos como Fuenteovejuna, todos a una, a soñar el país que queremos. Tenemos una base, la trilogía de Múnera, y una necesidad, construir un país mejor, lo que no sé es si tenemos la voluntad para soñar en conjunto.