Martes, 17 de abril de los corrientes.
Aunque el día estaba cobijado por un halo de incertidumbre y oscuridad, me preparé, como lo hacían los pretorianos antes de ir a la guerra para defender al emperador. Con esfero, libreta y grabadora en mano, me dispuse, desde tempranas horas de la mañana, para cumplir, no con un deber periodístico, sino, con una responsabilidad humana que demandaba de las más altas calidades.
Antes de dirigirme al Hotel Casa Medina, nuestro punto de encuentro, di inicio a mi ritual de preparación, propio de quienes somos masoquistas por convicción y creemos en el mundo de lo posible. Empecé recordando las palabras de Oscar Wilde, en The picture of Dorian Grey: “La mejor manera de liberarse de una tentación, es ceder ante ella”; mismas que cobraban especial significado en este encuentro paradójico, puesto que, aunque la entrevista era con uno de los personajes más mentirosos por excelencia, de la Nación; es, ese mismo, quien hoy dirige el timón de un barco decadente llamado: República de Colombia.
No lo puedo ocultar, esperaba que hiciera más de lo que dijera (así sólo fuera en la entrevista). En una sociedad provocadora, como la nuestra, es común escuchar más palabras que ver su materialización con hechos; tan común, como normalizar el ambiente cultural dominante en el que vivimos hace más de doscientos años de vida republicana: la mentira y la corrupción -seguramente, como sociedad, nos hizo falta ir a terapia con Foucault-.
Tenía claro, en mi guion, que no iba a rogarle o insistirle, pues hacer uso de esos verbos implicaba llegar a los adjetivos: aburrimiento y molestia. Esperaba, eso sí, que tuviera una mente de primera calidad o una inteligencia de primer orden, en palabras de Piglia y Fitzgerald, respectivamente, pues tenerlas, implicaba superar un típico aspecto del pensamiento neurótico: no poder concebir los dualismos, es decir, no lograr estar en armonía o tranquilidad con la existencia de ideas que se contradigan. A lo mejor, era pretencioso de mi parte, es cierto; sin duda alguna, buscaba entrar en ese sombrío rincón de la prisión que todo ser humano guarda en su interior.
A eso de la nueve menos treinta, llegué al salón La Merced. Allí, el maître me ofreció algo de beber. Pedí un Suntory Hakushu, single malt de la nación del sol naciente, que, con el primer sorbo anticipaba el resultado de la entrevista: yuzu, lima, menta, pepino y melón, combinación perfecta que evocaba lo terrenal y no lo efímero; y, como no, un puro romeo y julieta -el preferido de Churchill-, que no sólo me brindaba una dulzura progresiva con sus notas de cedro, avellana y miel, en medio de ese escenario hostil, sino que, me indicaría en el momento de la última bocanada, el fin de la entrevista.
El presidente llegó media hora tarde. Como es propio de los de su clase, no me ofreció excusas; me agradeció por mi comprensión. ¿Por qué no hacerlo? -pensé yo, en un arranque de falsa deferencia e inferioridad-, es el presidente de esta casa de lenocinio y debo respetarlo.
Se sentó enfrente de mí. Le pregunté por el motivo de su llegada tarde, para amenizar la conversación y le respondí: seguro el tráfico, que es una calamidad en esta ciudad; sin embargo, me contestó: no, Señor periodista. Fue la locomotora infernal, que es el mundo mismo; aquel, que me distrae con frecuencia de la muerte que me susurra al oído -entre risas me lo decía-.
Pasé a preguntarle por su afiliación política, recordándole que cada palabra pronunciada como los silencios que tuviera, tenían consecuencias. Su respuesta me desconcertó. Fue tajante y contundente. Periodista -me dijo-, su pregunta me genera arrechera, como dicen los santandereanos -continuó-. ¿Cuál es el propósito de saber si soy godo, cachiporro, eleno, disidente, de las AUC o de las AGC? -me preguntó-. La respuesta es sencilla, amigo periodista, soy colombiano, eso significa que soy un campesino. Es cierto, a veces me visto con Ferragamo, Crocs o Ralph Laurent; me transporto en Toyota, Lexus o Mercedes, pero al final del día mi actividad es trabajar para conseguirle comida a mi familia y, de alguna manera, garantizar eso mismo para el resto de los colombianos.
Lamentable, nosotros los políticos, hemos sido endiosados e idealizados. Freud lo explicó con gran habilidad al hacer un paralelo entre el enamoramiento y el amor -me dijo-. Verá, cuando se está bajo los efectos químicos (un hechizo) del enamoramiento, ve todo maravilloso, lo engrandece, es más, cree que el otro es más capaz que usted en todo lo que desarrolle; sin embargo, eso es idealizar, es decir, la pretensión de proyectar o transferir ideales propios que no han podido ser alcanzados. Mayúsculo error. Ahí es donde radica el núcleo de la cuestión, el problema no son los políticos, la mentira o la corrupción, el problema es cada individuo que pretende solucionar las cosas con la actuación de los demás. Eso significa que cuando se cae el velo de la idealización, es donde se alcanza el amor genuino, se deja de ver el producto de nuestra fantasía y pasamos a ver la persona real. Así funciona la política.
Aunque cruda su respuesta, le hallé toda la razón, eso me permitió pasar al siguiente tema y preguntarle: ¿Cómo ve la situación del país? Alzó las cejas al unísono y me dijo: en mi posición no basta con ver la situación del país, mi propósito no es ver cosas que otros no han visto, eso le corresponde a los científicos, profesores y filósofos; mi función es, en términos de Schrödinger, pensar lo que nadie ha pensado sobre lo que todos ven, por ejemplo, entender las causas de la riqueza y no las de la pobreza.
Sentía que cada respuesta suya, lo hacía digno de la calidad que ostentaba (un estadista) y de conversar conmigo, claro está. Mientras transcurría el tiempo, la mañana empezaba a acariciar el meridiano y, por gracia de la vida vi sus medias (marca Mario Hernández con bananos estampados), con lo que se me ocurrió decirle: La campaña política que usted vivió estuvo enmarcada por el clamor de un cambio, ¿usted es el cambio?
Con un gesto de desagrado, pasó su mano derecha por la frente, tomó aire y me dijo: Me extenderé en mi respuesta, ya entenderá el por qué -continuó-. Los colombianos quieren un cambio; sin embargo, no saben qué tipo de cambio. Es sencillo -me dijo-, los políticos colombianos, en la actualidad, son como los filósofos cínicos. Le pedí que fuera más explícito y me dijo: hay una anécdota bastante particular; La naturaleza de estos filósofos era ser provocadores, tanto así, que Diógenes de Sínope, se autocomplació sexualmente en medio del ágora, pero al mismo tiempo eran austeros. Esa austeridad de Hiparquía (considerada como de las primeras mujeres filósofas de la historia), está de moda por estos días en la política. Quieren ir en bus al trabajo, cerrar ministerios, renunciar a beneficios propios de su cargo, regalar o disminuirse el salario con un único propósito: brindar una imagen de transparencia.
Eso, Señor periodista, ha provocado una claudicación de la acción política, en el momento en que se le entrega el proceso político a un asesor de imagen; como sociedad, somos más estéticos que éticos, importa más el qué dirán y el sentimiento pasajero, es decir, ahora no importan las ideas, no hay convicción en ellas, seguimos modas y estadísticas creyendo que vamos por buen camino porque todo el mundo lo hace o porque es el resultado de la encuesta y lo natural es anticiparse al deseo del otro para decirle que se lo va a cumplir; no obstante, la pregunta sería: ¿Las cosas se deben seguir haciendo sólo de una manera y son correctas porque la mayoría lo hacen de una forma determinada? No, esa es la única respuesta. Para infortunio nuestro y de la Nación, vivimos de lo audiovisual; hacerlo, genera una altísima perdida de profundidad, eso ha llevado a que el cultivo de las letras allá muerto, por ejemplo. Somos una sociedad y un Estado esnobista. En Colombia lo artístico es lo ordinario, lo burdo. Existe genialidad en quien dice groserías, saluda a sus amigos diciéndoles: Nea y manejando una moto DT -sonrío-.
Su intervención me daba más respuestas de las que buscaba, supe que no lo había asesorado J.J Rendón, debía haber alguien con más fundamento detrás -pensé-. Eso me permitió ser osado y preguntarle: ¿Cómo se considera, desde lo político?
En su cara se extendió una sonrisa de oreja a oreja y me dijo: ¿Me quiere meter en problemas sin haberme posesionado? -Soltó una carcajada-. Mire, yo soy un social demócrata de derecha o un conservador subversivo, es decir, busco el cambio, pero desde la estructura. Reformar el sistema de salud, reformar el agro colombiano, el sistema tributario, el sistema de la función pública, entre otros, pero con argumento. Eso da cuenta de una continuidad programática, de una fidelidad ideológica y un respeto por los principios. En la actualidad, se pretende agradar a todo el mundo y todas las ideas, se busca renunciar a lo que es propio, existe una pretensión de fungir como el más berraco y malo, que cree triunfar con todas las mujeres, cuando en realidad lo que sucede es que ellas ven el disfraz a través de su instinto maternal cuando lo ven actuar; pueden ver la inseguridad del niño interior y ellas lo hacen suyo queriéndolo.
Por primera vez, en un político, escuchaba respuestas genuinas, sin pretensión alguna, más allá de la de atender su compromiso conmigo. Se me acababa el puro y sabía que el final se acercaba y sólo tenía tiempo para dos preguntas más, así que, como en pelotón de fusilamiento, disparé: ¿Cómo le pareció el último debate presidencial?
Su risa fue prolongada. Me miró a los ojos con un determinado sarcasmo y me dijo: ¿Ese circo tiene categoría de debate? -continuó- quien es necio de juicio siempre creerá tener respuesta a todas las preguntas y quienes responden lo hacen con miedo, pues no quieren ser sacrificados en el altar de la democracia, es decir, las urnas de votación. Uno de ellos, se dedicó a rememorar un expresidente; el otro, sólo tuvo dos momentos de lucidez; el tercero, dijo que no inspiraba cosa alguna; y, el cuarto no le dio la materia gris para asistir. La conclusión es clara, el presidente soy yo, no ellos.
Para este punto de la entrevista sentía que no estaba ante un presidente. Se acababa el tiempo. Tomé la última bocanada de mi puro; organicé, en debida forma, la estructura y el tema de mi pregunta. Exhalé y le pregunté: ¿Qué le ha dejado la vida y qué espera de ella?
Tomó su vaso de whisky, bebió su último trago; un trago largo e intenso como la vida misma. Lo puso sobre la mesa, se acomodó en la silla y me respondió: A esta altura de la entrevista ya somos amigos, así las cosas, amigo mío, le respondo. La clave de la vida es querer. No se puede desconocer que la vida es como una fiesta, donde las almas se chocan y se encuentran. En esa fiesta, unos llegan y otros se van, unos viven borrachos y otros sobrios, unos disfrutan y otros sufren; lo que queda claro es que uno debe ser oportuno con oportunidad, eso significa irse o llegar a tiempo, tomar o no, en la fiesta. Sin duda alguna, me considero un dialéctico con prestigio de beligerancia; mismo que, aunque ha tenido sabores agridulces y el amor, del que le hablara al principio, sólo me ha dejado pesares; he aprendido de la vida que así el toro sea difícil de lidiar, tomar decisiones desde lo temperamental es prescindir de raciocinio. Me ha enseñado que Colombia se cobija con el manto de la impunidad y la indiferencia. De ella he aprendido a ser un vehículo de aprendizaje para los terceros -se sonrió-. He servido para que las personas sin argumento e ideas hagan proselitismo a partir de la satanización de mi figura, algo propio de las fábulas de Esopo. El argumento es simple buscan crear un enemigo y tan pronto lo encuentran, tiene política.
De la vida espero que me deje seguirle preguntando; hacerlo me mantiene despierto. Le pido que me deje hacer las cosas con ganas, somos físicamente finitos y la muerte me espera. Por último, le pido que me deje hacer historia; la historia que nos toca vivir, es decir, responder a la necesidad de hacer destino. Le pido me deje recordar que el camino a la gloria, empieza en el infierno. Le pido que me permita pedirle a Dios por el pecador que más lo necesita desde hace más dos mil siglos: satanás y, como no, que sea ejemplo y no burla; que no odie, eso es propio de los cobardes y poderle preguntar al mundo: ¿Qué es lo que siempre quisieron hacer y nunca se animaron a hacerlo?
Con esa pregunta termino nuestra entrevista. Me sentía en un sueño. Al cuestionarme por esto, me di cuenta que, en efecto, lo era. De inmediato se lo atribuí a las energías, pues en ese hotel, unos meses atrás había muerto el baterista de Foo Fighters. Pedí otro trago y empecé la entrevista.