A mis 40, veinte: Sexto Capítulo. Madre de una niña encantadora.


Madre de una niña encantadora

 

Cuando uno va cumpliendo una edad y sigue soltero, un fenómeno recurrente es que las mujeres con las que trate tengan hijos de relaciones anteriores.

-¿Es ese comentario una crítica a mi hija?

Al contrario, la hija de quien acaba de hablarles es una de las niñas más lindas, dulces y maravillosas que veré en mi vida.

-Mi hija ya duerme. Vayamos al cuarto de sus peluches, para que no nos oiga.

Y aquí me tienen. Hablándoles desde un momento de mi vida escrito en horizontal en el que una preciosa rubia de ojos azules, delgada y animosa, salta sobre mí mientras mis ojos no son capaces de apartarse de un Bugs Bunny gigante que me observa crítico y vigilante desde el rincón en el que lo hemos apartado para dejar libre la cama.

-¿No te gustó?

¿Cómo responder a una joven mujer, que acaba de ponerlo todo de su parte, que la imagen de un conejo de peluche de metro y medio no es lo más excitante y sí lo más perturbador para según qué actividades?

-Fue perfecto.

-Me mientes…

Claro que lo hago. Como para no hacerlo. Aunque, bien pensado, yo ya sabía que tenía una hija. Yo ya sabía que vivía sola con ella. Yo ya sabía todo antes de presentarme en su despacho con una pareja de donuts de chocolate y una sonrisa de oreja a oreja. Nadie me obligó a ser más amable de lo que la cortesía requería con una compañera de trabajo. No había necesidad, pero sí había deseo. Y, cuando hay deseo, el resto de consideraciones pasa a un segundo plano hasta que el segundo plano es la perspectiva de estar empezando una relación con una madre soltera cuyo cuarto del sexo es el mismo que el de los peluches y cuya hija juega contigo mientras su madre prepara la cena en familia que antecede a la noche de placer.

-Desasosegante noche de placer.

-El problema es que los hombres no sabéis lo que queréis.

Totalmente cierto. Pero, ¿quién lo sabe hoy en día? Esa imagen tradicional del hombre que va de flor en flor sin querer asumir responsabilidades y de la mujer que busca la estabilidad de la pareja y la familia está más pasada que los boleros. Las mujeres del presente son igual de veleidosas que los hombres. Hay hombres serios y mujeres serias, hombres caprichosos y mujeres caprichosas. Pero ya no es una cuestión de ser hombre o mujer cuál haya de ser tu patrón de comportamiento. Tristemente para mí, yo soy de los veleidosos y cuando vi a esta mujer no pude más que lanzarme a su conquista. Tiempos modernos estos, no armado con una espada, sino con un par de golosinas de pastelería industrial desaconsejada por todos los médicos.

-Que tuvieron éxito.

-¿Los médicos?

-Las golosinas.

Sería el azúcar, sería mi sonrisa sinceramente digna de toda confianza, sería que las madres solteras tienen tendencia a querer dejar de estar solteras o, al menos, insisto, la modernidad, tan solteras. Lo cierto es que a los donuts le siguieron un par de cenas y, cuando quise darme cuenta, el arrebato en la habitación de los peluches y el tomar conciencia de que estaba yendo en serio con una mujer que me había presentado a su hija antes de darme un beso.

-Normal que te plantearas cosas.

No sé si normal para otros. Quizá para ellos sería el escenario perfecto: ganas esposa e hija de una tacada. Y, encima, la niña ya está mínimamente crecidita y es guapa y cariñosa. No es por adelantarles la película, pero cuando yo termine con la protagonista de esta historia, uno de mis mejores amigos llamará a su puerta no instigado por otro, sino por mí, puesto que lo que para uno es una maldición, para otro bien puede ser una bendición y no tiene por qué el final de una relación significar que no desees lo mejor para aquella con quien estuviste y ya no estás.

-Eso sonó un poco cínico.

Llámalo como quieras, pero reconoce que noches como aquella en que fui a tu casa a saludar de camino a otro compromiso y la niña y tú, las dos al mismo tiempo, me sujetabais cada una de una mano diciéndome que me quedara a cenar, si bien con expresiones e intenciones totalmente diferentes, han de resultar por necesidad turbadoras para cualquier en general y para un solterón impenitente en particular.

-Fue una muestra de afecto.

-En ella sí. Cierto. En tus ojos…, había algo más que afecto.

-¿Y es eso malo? En aquel entonces estábamos viéndonos…

No lo niego. Y tenías todo el derecho a planear una nueva cena en familia seguida de otra noche de pasión. Tristemente, el compromiso que me impidió quedarme era otra mujer que no tenía hija, sino novio formal, esperándola en casa. Así que imagina el esfuerzo que para ella había sido escapar del novio. No podía hacerle un feo, renunciar a ella y ceder a vuestra petición.

-¿Para eso viniste a mí? ¿Para serme infiel a las primeras de cambio?

Acabas de resumir la historia de todos los matrimonios del mundo. La gente es infiel tan pronto puede y tiene la oportunidad. Los hay que dicen que jamás lo han sido, ni jamás lo serán. Porque no tuvieron la oportunidad, añadiré yo. O porque la tuvieron y no se atrevieron a tomarla. Sin ir más lejos, a mí ayer me sonrió una linda camarera y sólo el que les hable desde un futuro en el que ya me volví algo más decente impidió mi enésima caída en el pecado. Pero volvamos al presente. O sea, al pasado.

-¿Con quién hablabas?

-Les cuento a unos amigos que cuando tú y yo ya no nos acostemos, seguiré considerándote mi amiga.

-Qué consuelo…

Para nuestras noches de retozo y nuestros medios días de pecado vespertino. Qué hermoso es echar la siesta y no dormir un segundo. Qué hermoso ver el sol a las cuatro de la tarde, una pareja de hombros desnudos, tu cabeza dándose la vuelta para mirarme.

-¿Por qué se estropeó todo?

Por lo que se suele estropear siempre: por egoísmo. Lo pintamos con mil colores diferentes. Nos decimos que teníamos este o aquel otro motivo. Siempre suenan justificados, razonables, sensatos a nuestros propios oídos, pero no hay que engañarse. Las cosas se fastidian las más de las veces por el egoísmo de uno o, habitualmente, de los dos implicados. Falta de ganas de sacrificar esferas de autonomía, incapacidad para asumir que, cuando termina el ejercicio rítmico de frotación, hay toda una vida por delante en la que hay que intentar soportarse cuando, muy a menudo, ya no hay ni ejercicio, ni ritmo, ni frotación de ningún tipo.

-Tal como lo planteas ninguna pareja debería sobrevivir.

Justo. Por eso la gente tiene hijos y se mete en hipotecas, para vincularse mediante motivos objetivos que les impidan su más íntimo deseo: salir huyendo y poner kilómetros de distancia con ese tipo al que ya no reconozco o con esa señora que preferiría que no me reconociera.

-La vida es complicada y lo cierto es que a mí las hipotecas y los niños nunca me han atraído mucho.

-¿Pero no decías que mi hija era preciosa?

Y lo es. También un cuadro de Caravaggio. Y ambos han venido a este mundo para ser inalcanzables para este humilde juntapalabras. Uno ha de saber sus limitaciones y las mías respecto a ti están claras. Puedo ser tu amigo, puedo ser tu confidente, puedo ser tu amante y hasta puedo ser tu proveedor de azúcar, pero nunca seré el padre de tu hija.

-¡Jamás te pediría eso!

Y no lo has pedido. Y no lo pedirás. No creo siquiera que algún día lo pienses conscientemente. Pero todos sabemos que, aunque tú no lo hagas, tus hormonas, tus genes, tu naturaleza, llámalo como desees, ya lo pidieron por ti al meterse en la cama conmigo la primera vez.

-Y sabiéndolo, te metiste en ella.

Porque cada cual tiene su naturaleza y la mía me imantó a ti. ¿Cómo no sentirse atraído por una mujer tan bonita como tú? Después supe lo de la niña. Pero he de reconocer que, aunque lo hubiera sabido antes, igual me habría sentido irremisiblemente atraído por ti. La naturaleza de algunas mujeres quizá sea buscar un hombre. La naturaleza de algunos hombres sin duda es la de buscar a todas las mujeres.

-Valiente cínico estás hecho.

Mejor eso que hipócrita. Y no poco de lo segundo me sobrará en algunos momentos como para en este escatimar de lo primero. La verdad es que no quiero ser el único que te muerda la boca, no quiero ser el único que te ame, que te robe, que haga lo que sea que se diga en estos casos. No quiero ser nada, sólo deseo pasar fugaz por tu vida y con el tiempo, y tras los sinsabores de todo final, dejar un si no bonito, sí al menos agradable recuerdo en ti.

-¿Es mucho pedir?

-No para un niño inmaduro de cinco años.

-Jamás dije que fuera otra cosa.


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