Lo primero que padres y educadores debemos fomentar en nuestros niños, en materia de educación sexual, es un concepto amplio de lo que significa la sexualidad, es decir, enseñarles que la vida sexual humana no se reduce a la genitalidad, lo cual escuetamente se traduce en la superación del "pipicentrísmo" y el "vaginocentrismo" en las relaciones interpersonales.
Un meme que me enviaron estos días podría ayudarnos a entender mejor lo dicho anteriormente, en la imagen en la que aparecen un niño una niña de aproximadamente 3 añitos se leía el siguiente párrafo: "A tu hija no le gusta mi hijo ni quiere ser su novia. Deja de sexualizar a tan temprana edad las relaciones de los niños cuando simpatizan".
En este sentido, educar sexualmente implica ayudar al niño o la niña a ser consciente del sexo al que pertenece y a sentirse satisfecho con él; a que sepa que tanto los niños como las niñas son igualmente valiosos como seres humanos y que sus diferencias enriquecen y hacen más interesante la vida de todos.
Esto significa que los niños y las niñas tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones: ambos deben participar por igual en las tareas de la casa, ambos necesitan la misma comida, el mismo tiempo para jugar y descansar, el mismo cariño de sus padres.
Es responsabilidad de los adultos hacer el mayor y el mejor esfuerzo para propiciar que tanto las niñas como los niños se sientan capaces de llevar a cabo todo tipo de actividades, ya sea cocinar o reparar algún objeto. Los niños y las niñas son igualmente inteligentes y deben tener las mismas oportunidades para desarrollarse.
Desde que la más temprana edad es conveniente para ellos que les demos buen ejemplo de lo que significa respetar a todos los seres humanos, cualquiera que sea su género o preferencia sexual.