La inseguridad que se vive en Cartagena está “geróstico”, haciendo referencia a una palabra que no está en la Academia Real Española, pero que mi abuela materna, oriunda del municipio de Ciénaga de Oro (Córdoba), utilizaba muy bien para expresar que algo era difícil o complicado.
En las últimas horas en la ciudad se registró el atroz asesinato de la niña Alejandra Llorente y de su padre, el comerciante Jaime Llorente, minutos después de que él la recogiera junto a sus hermanas en el colegio Biffi, ubicado en el barrio Providencia. Estos actos de violencia cada vez son más recurrentes en la capital de Bolívar, donde habitantes y turistas deben lidiar con la zozobra y el miedo de si serán víctimas de robo, atentados o cualquier otro acto criminal mientras recorren las zonas turísticas, los cientos de historia y tradición que reúne la emblemática ciudad Heroica.
Suena exagerado pero no es así. El informe de calidad de vida ‘Cartagena cómo vamos’, detalló que durante el primer semestre de 2022 se registraron 316 casos de muertes violentas, 91más que en el mismo período de 2021, lo que representa un aumento del 40%.
Los homicidios también crecieron. En los primeros 6 meses del año hubo 187 casos, 75 más que en el mismo período de 2021, entre otros. Cifras que demuestran la ausencia de una administración eficiente, el sometimiento de una ciudad víctima del sistema corrupto, de la clase política y la falta de autoridad.
Hoy, el llamado es para el alcalde William Dau y el Gobierno Nacional para que se “pongan los pantalones” y tomen las riendas de la ciudad, para que tracen una estrategia de seguridad, un plan de reactivación económica y social, y ayuden a la ciudad a salir de la precariedad en la que se encuentra.
Los cartageneros nos cansamos de vivir con miedo; nos cansamos de sobrevivir “raspando la olla”, y nos cansamos de que nuestros niños mueran injustamente.
¡Cartagena duele y mucho!