Domingo, 13 de noviembre del 2022.
El reloj marcaba las diez menos treinta y el cumplimiento de una vieja promesa se materializaba. Suena el teléfono celular, con el abrumador “ding”, para notificar: “Almuerzo en el “Exilio”. Hora: 12 del meridiano. Dress code: White tie. Sin acompañante”. Fue tal el afán experimentado, que no sabía si sacar del armario el chaqué o el frac, pues la determinada combinación del inglés con el español, regla de uso para aquellos neocolombianos que han hecho tránsito por una ventanilla de migración internacional, me tenía aturdido.
Me vestí tan rápido como se recibe un aguardiente de bienvenida, en la zona cafetera. A tiempo, faltando cinco minutos para el medio día, el camarero me recibía el abrigo y me acomodaba en la mesa. Mis contertulios llegaron en punto. Tenía incertidumbre, ¿para qué me habrán citado?, ¿era necesario el formalismo?, ¿serían portadores de buenas o malas noticias? Conservar la calma, en estas circunstancias (idénticas a las que vive el país), era un imperativo ético, de lo contrario, acabaría con lo que quedaba de mi salud mental – pensé en ese momento -.
La conversación transcurría con un tono de aparente tranquilidad - aunque la hostilidad tenía la misma carga atómica que el oxígeno - hasta que, en un arranque de superioridad intelectual, le respondí a uno de mis interlocutores, la Hidra de Lerna, que parecía cuatro en uno, a su intervención sobre las maravillas del mundo exterior, diferente al colombiano. Le dije: las políticas identitarias limitan al ser humano en lugar de permitirle crecer. No se mientan. Hacerlo es distintivo de los hipócritas. Esos, que hablan de paz pero golpean a su pareja; piden consciencia ambiental, pero se movilizan con diez camionetas blindadas, impulsadas por diésel; piden responsabilidad social, pero procrean como conejos; perdonan, pero no olvidan; se rasgan las vestiduras, argumentando la necesidad de abortar en la semana veinticuatro de gestación, pero se indignan por políticas públicas para el control de la natalidad; pelean por educación digna, sin embargo, en lo poco que les va bien es en la hechura de un “fili”; abogan por dignidad laboral, pero explotan sus trabajadores con salarios ínfimos creyendo que hacen labor social con los pobres sudacas; dicen trabajar por premiar el mérito, no obstante, olvidan el problema de éste: las oportunidades no son iguales para todos. Como si esto no fuera suficiente, involucran a Dios en cada decisión, atribuyéndole obligaciones que no le corresponden. Olvidan que previo a la grandeza se ubica la responsabilidad. Ya lo decía Churchill: ningún gobierno – inclusive el ser humano (considero yo) – puede dar algo que no haya tomado de usted primero.
La Hidra, energúmena (propio de su naturaleza), me respondió diciendo que mi posición era machista, sexista y patriarcal – tantos adjetivos y sus significados, de los que no veía vínculo causal, pensé, y que hoy en día son la solución a toda discusión perdida -. La comprendí. El ser humano promedio olvida que la mayor parte del tiempo lo pasa tropezando en la oscuridad; pasa por alto su condición de náufrago que navega por las inclementes situaciones y momentos de la vida, cuyo único propósito es llegar a puerto seguro.
Dos de mis interlocutores, Ana y Débora, mujeres valientes y sabias, me pidieron que fuera más benévolo con la Hidra. En principio no lo consideré, después recordé que el éxito de los estúpidos es seguridad, ante todo, contrario al mar de dudas que son los inteligentes. Una de ellas, Ester, mujer sensata, cambió de tema y me preguntó: ¿cómo ve la situación de Colombia bajo el gobierno actual?
En el interludio de mis pensamientos, mientras la sinapsis hacía su trabajo para dar una respuesta políticamente correcta, al fondo del salón, se entrelazaban las notas de “El clave bien temperado” de Bach, donde preludios y fugas, dictaban la intensidad con que el pianista accionaba las ochenta y ocho teclas del piano que fungían como fuente de sensatez para mi respuesta. Pedí un dry Martini, agitado no revuelto, con vodka en lugar de ginebra. No quería comprometerme, pero, al mismo tiempo, no podía perder la oportunidad. Tomé un sorbo de mi trago y le dije que el pasado tenía una especial particularidad: puede modificarse; los historiadores de oficio o por conveniencia política no paran de demostrarlo – continué -; la vida, en sí misma, es un espectáculo. Es imperativo ser visible a cualquier precio; importante es lo que se proyecta como imagen, es decir, impera la forma sobre la esencia, el número de likes o vistas, sobre el contenido ofrecido. Eso le pasa al gobierno actual.
Verá usted. Este gobierno, se afana por hablar de deconstrucciones sociales, políticas y económicas, desconociendo que lo existente no se ha terminado de construir. Se ofende con una facilidad asombrosa, que no corresponde con sus deseos de paz total. Sin ir lejos, quieren imponer sus posiciones. Desconocen, por ejemplo, el adecuado uso del participio activo del verbo ser, que es: ente; por lo tanto, al referirse a la persona que denota la capacidad de ejercer la acción, se habla de presidente o vicepresidente, al margen del género que realice la acción; sin embargo, traen a Judith Butler, para decir, que ese género es una construcción social y que no debemos percibirnos como hombres o como mujeres. Seguramente saldrán a decir que la composición física del ser humano, no son átomos, sino historias – solté una carcajada irónica -.
Menos gimnasio y cosméticos; más sicoanálisis – continué -. ¿Vivimos la vida o la vida nos vive? – le pregunté -. Recuerde que las preguntas siempre tienen truco – le advertí -. Debe saber leer las palabras, pues estás tienen múltiples efectos en el futuro de las cosas. No me responda por ahora – le dije -. Escuche lo que le voy a decir y llegue a una conclusión. The Economist, ubicó a Colombia como una “democracia flexible”, con tendencia a un régimen híbrido, que, en términos prácticos, es el régimen anterior al autoritarismo. La reforma tributaria, que no es reforma y no responde a principios tributarios constitucionales, esconde la inflación como impuesto regresivo. ECOPETROL, empresa con mayoría accionaria estatal, presentó utilidades netas por 26.6 billones de pesos, a septiembre de este año, es decir, una reforma tributaria y 6 billones más; sin embargo, la profesora de párvulos (sin demeritar la gran labor de las licenciadas), como si fuera una niña berrinchuda, dice que los Estados desarrollados deben dejar de crecer y nosotros de explotar hidrocarburos, pues de no hacerlo, ella dejará de tomarse el tetero. El Acuerdo de Paz, que, con alto grado de apariencia defendían en campaña, está quedando huérfano. Hoy, la atención está dirigida a negociar con narcotraficantes y bandidos comunes. Ha de estar contento, en su tumba, Escobar, pues sus ideas se materializan después de veintinueve años de su asesinato. Al comisionado de paz, el ministro del interior, defensa y de justicia, les ha quedado grande caracterizar los fenómenos del conflicto; no son precisos con la terminología que utilizan. Los acuerdos parciales, son un retroceso a los procesos alcanzados. Si se fija, en detalle, no hay exclusión de sometimiento; por lo tanto, ¿qué podrá hacer la justicia?
Los legisladores, como de costumbre, legislan a pupitrazos en lo que les conviene, pues este gobierno ha aceitado muy bien la maquinaria. No se bajan los sueldos, contratan trabajadoras sexuales, se la pasan borrachos o dormidos. Hoy, los que fueran contendores, son los mayores defensores del gobierno. El país se desmorona. La falta de cohesión del gabinete ministerial y de quien los dirige, demuestran que la cabeza va por un lado y el cuerpo por otro. Razón tenían los abuelos al decir: una cosa es lo que piensa la mula y otra la que la arrea. Basta con recordar que la falta de una postura coherente en cuento a la transición energética, le ha salido costosa al país y sus habitantes. El dólar en sus máximos históricos y, con él, la deuda externa. No hay una meta clara sobre reducción de la evasión y de austeridad; todo es etéreo. El marco fiscal de mediano plazo naufraga, por desconocimiento del Estado mismo. El ministro de hacienda olvida que son las familias y las empresas quienes dinamizan la economía, sin ellas, somos un Estado fallido; pero claro, que tiempo va a tener para pensar en eso si lo ocupa llamándole la atención a los niños de su kínder. Hacen un plan de desarrollo, posterior a la “reforma tributaria”; es algo como decir: me compro unos zapatos y luego miro como los ajusto a mi talla.
¡El tiempo se acaba, no hay tanto como se cree! Veo una constante corrupción semántica. Me siento un héroe de guerra en tiempos de paz. ¿Quién lo diría? El país se dirige con una brillantez estúpida.
Ester, ¿qué piensa? – le dije-. Me respondió: ¿Qué podemos hacer? Compleja pregunta – pensé-. Es fácil – continúe -, la adversidad es la mejor fuente de la virtud; al superar obstáculos se logra alcanzar resultados óptimos. No se puede desconocer que de las peores experiencias hay un encuentro con nuestra esencia humana, aquella de la que emana lo mejor de nosotros. Fama, placer y poder son cosas que caducan, en este mundo finito. Hoy sólo veo eternidad, donde existe una razón para nuestra existencia, es decir, Colombia. Nación que se debe abrazar, como se abraza a la mujer que se quiere, no que se desea, para medir la temperatura mutua del corazón y con eso saber qué rumbo tomar; dejar de un lado la venganza, que sólo es una forma ociosa de aflicción. Tomar de Colombia, en términos de Bukowski, una buena ración de su culo fresco, para entender que es una fantasía femenina clásica que todo hombre quisiera tener.
Me despedí. Tomé un último sorbo de mi copa y les dije: ¡Llegué a puerto seguro!