Los últimos años se ha estudiado el fenómeno de las llamadas “cámaras de eco”. Éstas surgen cuando al usar las redes se activan los algoritmos y sólo se obtienen contenidos cercanos a nuestras ideas. De esta manera se cerca al usuario a participar en un entorno cerrado que es afín con sus gustos o intereses.
El problema es que cuando se conversa sólo con quienes piensan de manera semejante esas opiniones se vuelven más extremas. Proteger nuestra integridad nos obliga a agruparnos con los que están en situación igual a la nuestra. A eso se le conoce como tribalismo y Erich Fromm aseguró que ése es un camino hacia el nuevo oscurantismo.
Hoy se acusa a las cámaras de eco de resquebrajar la democracia por el sesgo que imprimen y porque se han convertido en una amenaza al pensamiento crítico.
Viendo el panorama del periodismo en Colombia estoy por creer que los algunos medios se comportan como esas cámaras odiosas. Hace unos días un grupo de medios adversos al gobierno subía el volumen a una noticia calificando al ejecutivo de “régimen”. Los que vivimos de esto sabemos que eso es vil manipulación de los términos y del tono.
Eso sólo por mencionar un caso, pero cada día nos arrojan lluvias de titulares intencionados. Pareciera que se sientan a esperar a que lleguen a sus “carpetas de entrada”, o las puertas de sus redacciones imponentes, los pedacitos avaros de reservas del sumario, los videos y grabaciones de conversaciones filtradas que al final tratan de editar. A ese periodismo tribal la historia cobrará cara la factura de las mentiras.
Por otro lado, conozco a cronistas formidables que en la provincia comen junto a los desventurados, dialogan con los escombros de la guerra y trabajan a cambio de salarios mezquinos. Esos periodistas no almuerzan con ministros ni son llevados en el avión presidencial, tienen que pelear por su nota diaria, trabajan metidos en montes y en inundaciones. Son quienes aportan nuevas formas de relatos y nuevas formas de ver esta sociedad. Sin dudas están transformando el oficio.