Una de las máquina de escribir que usó Hemingway. Museo de arte e historia en Cayo Hueso - foto Silvia Casabianca

¿Puede salvarnos la poesía?


Por Silvia Casabianca

Cuando los medios nos abruman con noticias de masacres, guerras, actos terroristas, atracos y homicidios y llega el momento en que nos encontramos sufriendo de ansiedad durante actividades cotidianas, como tomar el transporte público, citarnos en un centro comercial, o comprar boletas para ir a ver al equipo favorito en un estadio, pienso que si algo clave le falta a la vida en este momento de pesadillas aterradoras es poesía.

Mientras los líderes mundiales y los que se candidatizan para gobernar pronuncian palabras de despecho y odio y calculan cómo aumentar su poderío, hacerse a las reservas naturales, destruir recursos para levantar armazones de concreto, o torturar, aumentar su poder y vigilar, yo creo que el camino hacia la convivencia, la justicia social, la protección del planeta, y la paz es otro.

En un mundo donde todo se mercadea y trafica, incluyendo cosas que antes de la electricidad o del descubrimiento de las ondas de radio era impensable vender o comprar – como la imagen pública, el prestigio, la fama, la salud o los amigos – hace falta un sentido poético que haga sonar la alarma y despierte el hemisferio derecho del cerebro y los circuitos que en la corteza prefrontal se activan motivándonos a cuidar el uno del otro.

Aunque sea una teoría y despierte controversia, los avances de la neurociencia nos permiten definir que el hemisferio derecho del cerebro es parsimonioso, simbólico, proclive al arte y a la apreciación de la belleza, en contraste con el hemisferio izquierdo que es impaciente, lógico, parlanchín y matemático. Así mismo, la neurociencia nos lleva a la conclusión de que en vez de competir y guiar nuestros actos por la búsqueda de recompensa y la necesidad de eliminar a un igual a quien vemos como rival, podemos juntar esfuerzos, afiliarnos, entendernos, apoyarnos y cooperar para enfrentar las fuerzas que en la sociedad se oponen al progreso material y espiritual de los seres humanos.

No cuesta trabajo pensar que vivimos en un mundo donde los circuitos dopaminérgicos y el hemisferio izquierdo (esa atafagada mitad del cerebro), nos dominan y son responsables por mucho del sufrimiento que estamos viendo en el mundo. Esta verdad se vuelve evidente en nuestro destructivo estilo de vida, la forma agresiva en que nos relacionamos con los demás, el afán con que vivimos, e incluso los “placeres” que elegimos (drogas, comida no saludable, alcohol, o deportes violentos). Puede que la codicia, la avaricia, la pereza, la ira, la arrogancia sean pecados capitales, pero más que nada parecen producto de un desbalance entre hemisferios cerebrales o respuestas que nacen en la parte más primitiva de nuestro cerebro.

No tiene por qué ser así. Acudamos, por ejemplo, a la poesía, que no es simplemente ese tejido encantador y a veces magistral de palabras que usa metáforas para expresar sentimientos. La literatura, incluida la poesía y el arte en general son producto del trabajo armónico de los dos hemisferios cerebrales y nos abre puertas a la experiencia de la empatía, que ofrece rescatarnos el alma cuando los acontecimientos que se ganan los titulares de los periódicos nos encogen el corazón.

Personalmente, si las noticias me tienen contrita el alma, me aferro a la poesía como salvavidas. Me duele la mitad del pecho cada vez que suspiro profundo porque no puedo apartarme de la realidad y dejarme encantar por “jingle bells” de una publicidad que pretende fabricarnos sueños que solo enriquecen a otros, pero, especialmente, cuando entro en contacto con aquellos que a causa de crímenes, guerras o desastres naturales han perdido a sus seres queridos, sus haberes, sus trabajos.

Puedo elegir cambiar de perspectiva.

En vez de aceptar teorías conspirativas, de creer que el ser humano está perdido, que el planeta no tiene futuro, que debemos armarnos hasta los dientes y ver enemigos en cada esquina, puedo recordar el potencial enorme del ser humano, ese potencial que se expresa en su capacidad para unirse, crear, embellecer, sentir compasión, amar y ser solidarios.

Aldous Huxley decía: “Cuanto más se prolongue la violencia, tanto más difícil les resulta, a aquellos que la han empleado, encontrar la forma de realizar actos compensatorios no violentos. Se crea una tradición de violencia y los hombres aceptan escalas de valores, de acuerdo con las cuales los actos de violencia se computan como hechos heroicos o virtuosos”.

Pienso que esos lenguajes del corazón que son la la literatura, incluida la poesía, y el arte en general, pueden ponernos en un camino consciente hacia un mundo mejor.

Lo decía Antoine de Saint-Exupéry cuando el Principito conversaba con el zorro sobre rosas.

“—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.

Fernando Pessoa, nos lo recuerda en este poema: 

El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe,
sienten, en el dolor leído,
no los dos que el poeta vive
sino aquél que no han tenido.

Y así va por su camino,
distrayendo a la razón,
ese tren sin real destino
que se llama corazón.

 

Nota: Foto de Silvia Casabianca: una de las máquinas de escribir que usó Hemingway. Museo de arte e historia en Cayo Hueso.

 


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