Los Elegidos. Capítulo Decimoséptimo.


-Silencio.

 

Los guerreros no se callaban. Los magos hacían juegos de manos.

 

-Silencio.

 

Se peleaban con sus espadas de mango de plata. Hacían malabares con bolas de fuego, con rayos de colores. Diana comenzaba a enfadarse.

 

-Callaos de una vez.

 

Pero a Quirón no le hacían ni caso.

 

-Tenemos que empezar la reunión…

 

Desde la tribuna. El mago a la derecha de Prometeo. Diana a su izquierda. La Orden al completo sentada frente a ellos. Del techo colgaban lámparas de papel, en el suelo había adornos florales.

 

-Nada, que no me hacen caso.

 

Diana miró a Quirón. Los ojos entornados. Las pupilas dilatadas.

 

-Si quieres, puedo pedirles yo que guarden silencio.

 

El gris de Quirón se cruzó con el azul de Diana. La capitana sonrió. Se levantó. Prometeo les contemplaba distraído. Daba golpecitos en la mesa con los dedos.

 

-Chicooos...

 

Uno de los magos hacía burbujas de jabón con su báculo. Sus compañeros le aplaudían.

 

- ¿Me haríais el favor de callaros?

 

Dos de los guerreros jugaban al tenis usando sus espadas como raquetas. Ajax dormía. Esperaba la hora de la comida. Diana lo había intentado dos veces. Se le acabó la paciencia. Tomó aire. Hinchó el pecho. Quirón se agarró las ropas. Prometeo se sujetó a la mesa.

 

-¡¡¡SILENCIO, BASTARDOS!!!

 

Y se hizo el silencio. Los cincuenta muchachos la miraron petrificados. Sus simpáticos ojos azules acababan de convertirse en dos chorros de fuego helado.

 

-¡¡Al primero que diga una sola palabra le arranco la cabeza a mordiscos!!

 

Y Ajax se despertó.

 

- ¿Ya comemos?

 

Diana le oyó. Diana le vio. Diana desenfundó su espada. Diana la lanzó contra él.

 

Y el acero cruzó la sala, rozó a varios muchachos, se clavó en un pliegue del traje del niño, se lo llevó por los aires y atravesó el perchero de la entrada dejando al crio suspendido junto al abrigo de Prometeo.

 

- ¿Alguien quiere decir algo más?

 

Todos se sentaron. Guardaron un respetuoso silencio. La pequeña túnica blanca de Ajax se mojó en su parte inferior. Diana le hizo un educado gesto a Quirón. Le cedió la palabra. El mago tardó en reaccionar. Tardó en ser capaz de cerrar la boca.

 

-Bueno…, os hemos reunido porque el Alto Maestre tiene que comunicarnos algo de suma importancia. Así que..., que..., -Quirón aun miraba al pobre Ajax intentando soltarse- que le cedo la palabra.

 

Se dejó caer en su silla. Hizo un gesto a un par de magos para que fuesen a ayudar al niño. Fueron. Le bajaron. Le trajeron de vuelta su espada a Diana. La capitana dio una dentellada al aire cuando se la entregaron. Salieron corriendo. Era una broma. Pero ellos no se fiaban. Prometeo ya había empezado a hablar, ya estaba terminando.

 

-...así que he decidido aceptar la petición del emperador.

 

Un murmullo general se apoderó de la sala. Magos y guerreros se miraron unos a otros. Diana contempló a Prometeo espantada. Creyó ver a su padre junto a ella.

 

-Yo no deseo marcharme de la Montaña. No pienso abandonaros. Aceptaré la magistratura de Primer Consejero bajo la condición de poder continuar mi vida aquí. Sólo si el emperador me lo garantiza, asumiré el cargo.

 

La división de guerreros se dividía en cuatro columnas, cada una de ellas comandada por un oficial. Uno de ellos, el valiente Héctor, intervino.

 

-Pero Alto Maestre, ¿si aceptas el cargo de Primer Consejero no implicará eso que tarde o temprano tú mismo seas el siguiente emperador?

 

Prometeo bajo la mirada. Encontró la de Diana. Las velas se derritieron.

 

-Sí, significa exactamente eso.

 

A la capitana se le cayó el mundo encima. Cerró los ojos. Dio un golpe en la mesa. Se levantó de su asiento y se fue. La agitación en la sala se manifestó en su plenitud. Todos murmuraban. Quirón se acercó a Prometeo.

 

-Tranquilo, déjame hablar con ella.

 

Y salió detrás de Diana. En la sala la discusión hervía. Los guerreros se sentían orgullosos que de la Orden surgiesen los gobernantes del Imperio. Apoyaban en pleno la decisión de su Alto Maestre. Los magos les recordaban que la Orden se creó para ser un consejo y no una granja de reyes. Protestaban ante lo que consideraban una traición. Prometeo escuchaba en silencio. Prometeo no decía nada. Se abrieron las puertas. Entraron Diana y Quirón. Volvieron a sus asientos. Quirón le dio una palmada en el hombro a Prometeo al pasar a su lado. Diana no le miró. Todos guardaron silencio. El mago permaneció de pie. Tomó aire. Se dirigió a la Orden.

 

-Miembros de los Elegidos, decidme, ¿qué es el Imperio? ¿qué sabemos nosotros de eso que llaman Imperio? -Quirón fue mirando uno a uno a los presentes. - Yo os lo diré: nada. No sabemos nada. Desde que éramos niños, desde antes que muchos de vosotros tuvieseis recuerdo alguno, hemos vivido en este monasterio, aislados en esta montaña que ya sentimos como nuestra. Pero el Imperio es mucho más que lo que hayamos podido leer en los libros o lo que nos cuenten las tradiciones. El Imperio son campos y bosques, llanuras y montañas, ríos y mares. Son ciudades que se pierden en el horizonte, países enteros. Millones de personas viviendo a nuestro alrededor.

 

¿Cómo podemos desde lo alto de nuestra roca, tan convencidos como estamos de nuestra superioridad, decidir el destino de algo tan grande? ¿Como podemos arrogarnos semejante poder basándonos en orgullos, glorias y tradiciones que crearon hombres muertos mucho antes de nuestros nacimientos? ¿Es que nos hemos creído nuestros nombres? ¿Es que de verdad nos consideramos dioses y héroes? No. No os dejéis engañar por vuestras ropas.  Hay muerte en el Imperio. Hay injusticia en el Imperio. Hay crueldad y tiranía en el Imperio. ¿Y nosotros pensamos únicamente en quién debe gobernarlo? Conozco mejor que ninguno de vosotros cuál es el destino de la Orden. Pero también conozco cuál es la realidad del mundo en el que vivimos. Y, creedme, no es hermosa. Es una realidad gris, turbia, una mentira que piensa que por ser tan fea hemos de creer aún más en ella. El Imperio es un secreto a voces. Sabemos cómo nació, pero nos comportamos como si lo ignorásemos. Sabemos cómo se mantiene, pero preferimos callarnos. Sabemos que nada tiene que ver con los principios que rigen la Orden, pero no intervenimos.

 

Muchos decís que el destino de la Orden es ser un consejo que gobierne el Imperio. ¡Abrid los ojos! ¡Mirad la realidad que nos envuelve! Todos sabéis que eso es un sueño, una bonita idea que nació para nunca llevarse a cabo. ¿Somos el semillero de los nuevos reyes? ¿Somos un proyecto de otra época con el que ya nadie sabe qué hacer? No lo sé. Pero lo que sí sé es que el destino no existe. El destino es algo que creamos nosotros mismos cada día. Somos libres de elegir uno u otro. Eso es lo que nos hace merecer un destino, un futuro. Aquellos que no tienen el valor de seguir a sus vidas allá donde éstas los lleven no merecen vivirlas. Por ello, cuando miro a Prometeo veo un milagro. Veo un hombre que decidió crear su propio destino. Que viniendo de la nada soñó con llegar más lejos de lo que nunca nadie había llegado. Creedme, si he de depositar el Imperio en las manos de alguien, es en las de aquel que lo único que deseó gobernar desde el día en que nació fue a sí mismo. Las manos de un hombre libre.

 

Conozco a Prometeo desde que éramos niños, todos le conocéis. Sabéis como es. ¿Alguno de vosotros cree que ansía el poder? ¿Alguno cree de verdad que él desea alejarse de la Montaña, de sus tierras o de su mar? Yo pondría mi vida en sus manos. Es mi superior, pero ante todo es mi amigo. Sé que él no desea cargo u honor alguno. Si acepta un rango que le acabará alejando de algo que ama tanto como este monasterio es sin duda porque tiene poderosos motivos y no me cabe duda de que entre ellos se encuentra el bien de todos nosotros. Tanto vuestra capitana como yo apoyaremos al Alto Maestre en la decisión que ha tomado. Si considera que su deber es aceptar el cargo de Primer Consejero, el nuestro es apoyarle y confiar en que su decisión sea la acertada. Yo confío en él. Y os pido que vosotros también lo hagáis.

 

Quirón continuó en pie unos instantes más. Prometeo miraba a su amigo. Diana mantenía los ojos cerrados. Movía nerviosa los dedos de las manos. Hubo un silencio. Los cuatro oficiales de la división de guerreros se miraron unos a otros. Asintieron con la cabeza. Se levantaron al tiempo. Héctor habló en nombre de ellos.

 

-Los guerreros siempre seremos fieles a las decisiones de nuestro Alto Maestre y de su Capitana. Allá donde ellos vayan, allá iremos nosotros.

 

Quirón miró a los magos. Ellos no tenían escala de mando. Y la mayoría siempre había desconfiado de la institución de Alto Maestre, a la que consideraban un gobierno encubierto de los guerreros. Se miraban nerviosos. Buscaban respuestas. No se decidían. Al fin, un báculo se levantó. Poco a poco, los demás también lo hicieron. Todos aceptaron.

 

.......       .......       .......       .......       .......       .......       .......      

 

La sala de reuniones quedó vacía. Prometeo de pie junto a la ventana. Observaba como los magos y los guerreros volvían a sus edificios del monasterio. Quirón a su lado. Diana continuaba sentada. Los árboles se movían lentamente sacudidos por un viento triste, cansado, fuera de época. Se escuchaban los cantos de los pájaros, las llamadas de las aves que buscaban pareja. El Sol se hundía detrás de las montañas. La oscuridad se iba apoderando de la Montaña.

 

- ¿Sabes lo que has hecho, Prometeo? ¿Te das cuenta?

 

Diana le hablaba sin moverse de la silla. Mirándole apenas de refilón. La figura del Alto Maestre aparecía como una estaca negra clavada junto al cristal de la ventana. En silencio. Sin contestar a la muchacha.

 

-Prometeo, hoy has aceptado la venta de tu alma. Te has entregado al emperador. Te has rendido a su voluntad, Prometeo.

 

Quirón la escuchaba sin ser capaz de reaccionar. No comprendía el porqué de la agresividad de Diana.

 

-Pero, Diana, Prometeo podrá seguir en la Montaña, aunque se convierta en Primer Consejero. Lo hará al igual que lo hizo tu padre.

 

Los ojos de Diana atravesaron el pecho de Quirón. Gritó como pocas veces lo había hecho.

 

- ¡No lo compares con mi padre, Quirón! ¡No compares a Prometeo con mi padre! ¡Él nunca será como mi padre! ¡¡Él jamás será como él!!

 

Diana se levantó. Tiró la silla de una patada. Las palabras le ensangrentaron la garganta.

 

- ¡Me parece muy bien que demos imagen de unidad de cara a la Orden, pero me niego a continuar la comedia también con vosotros! ¡Prometeo sabe perfectamente que me repugna que se involucre en las maquinaciones de mi padre! ¡Y, sin embargo, aun y sabiéndolo, decide por su cuenta, sin consultarme y en contra de mi voluntad!

 

Diana se acercó a Prometeo. Gritó a un paso de él.

 

- ¡Pues, para tu información, que tú te dediques a convertirte en el hombre más poderoso del universo también me afecta a mí, Prometeo! ¿Qué es lo que pretendes? ¿Qué te acompañe a tu destino triunfal como una buena mujercita? ¿Qué te sirva y obedezca? ¡Estoy cansada de que todos os dediquéis a gobernar mi vida! ¡Mi padre, tú...! ¡Todos, maldita sea! ¡¡Puede que sea una mujer, pero no soy ningún pelele!!

 

Le agarró de las ropas. Empezó a sacudirle. Le golpeó repetidas veces en el pecho y la cabeza. Lloraba. Se deshacía por dentro. Acabó derrumbándose a los pies del chico. Prometeo se agachó. La cogió. Le apartó el pelo de la cara.

 

-Venga, Diana. Háblame, cuéntamelo.

 

Diana le miró. Sus ojos le contemplaron enrojecidos.

 

-Cuéntame lo que te pasó en Berlín. Dime lo que no quisiste decirme en la fiesta, lo que te atormenta desde entonces.

 

Diana desvió la mirada. Quiso soltarse. Prometeo la sujetó.

 

-Por favor, Diana. Confía en mí.

 

Diana le volvió a mirar. Se perdió en el interior de sus ojos verdes. Le hizo una leve caricia en la mejilla.

 

-Suéltame.

 

Prometeo la soltó. Ella le siguió mirando unos instantes. Se levantó. Fue junto a la ventana. Descansó su cuerpo en el cristal. Vio el monasterio escondido tras los árboles. Las luces de los edificios encendiéndose una a una. El humo saliendo de las cocinas en las que se preparaba la cena. Los chicos dirigiéndose a los comedores. La noche conquistándolo todo poco a poco. Trató de imaginárselo años atrás.

 

Ve a los magos y a los guerreros de la primera generación. Hay tantos hombres como mujeres. Todos ríen, van de un lado para otro, hacen mil cosas diferentes. Parece una fiesta. Se oye música tradicional alemana mezclada con acordes mediterráneos. Ve a un par de guerreros cargando con enormes jarras de cerveza y algunos panes embadurnados con tomate y aceite. Le hace gracia la mezcla de estilos.

 

Ve una pareja apoyada contra el muro de uno de los edificios. Se besan. Se dicen cosas al oído. Se susurran te quiero. Ella es una mujer alta, de largos cabellos negros. Él tiene el pelo dorado. Reconoce su sonrisa abierta y confiada.

 

Y, de pronto, humo de color negro. Ventanas rotas de las que salen llamas. Todo lleno de polvo. Se ve a varios magos corriendo, pero no ríen, están huyendo. Una luz sale de las nubes de aire oscuro. Un destello. Caen contra el suelo. No se mueven. Han muerto.

 

Ve una mujer arrastrándose sobre los cascotes. Es a la que antes besaban. Una mano aparece tras ella. La coge del pelo. La mujer grita. Se revuelve. No sirve de nada. Un gran cristal. Apoyado contra su espalda. Ella lo ve. Trata de soltarse. No lo consigue. Un ruido seco. La cuchilla transparente asomando en su pecho. Sus ojos perdiéndose en el cielo. La mano suelta el cuerpo. Se ve el brazo, el tronco, la cara. Es el hombre que le decía te quiero. Diana ve a su padre con los dedos manchados de sangre. Su madre muerta en el suelo.

 

Diana se dio la vuelta. Miró a Quirón y a Prometeo. Les enseñó sus mejillas mojadas. Y ellos las vieron.

 

.......       .......       .......       .......       .......       .......       .......    

 

- ¿Se ha dormido?

 

Prometeo asintió con la cabeza. Quirón esbozó una ligera sonrisa. Dejó la ventana. Las estrellas ya le habían cansado. Se sentó en un sillón delante del sofá en el que acababa de tumbarse Prometeo.

 

-Tenéis muy buenas vistas desde aquí.

 

Prometeo no respondió. Quirón bajó la mirada al suelo. Diana se había acostado. Prometeo estuvo con ella más de dos horas hasta que consiguió que conciliase el sueño. Tuvo que secarle las lágrimas, que abrazarla cuando se durmió un par de veces para enseguida despertarse en el centro de la misma pesadilla. Los dos chicos velaban el sueño de la muchacha en un saloncito contiguo al dormitorio en el que ella descansaba. Las luces medio apagadas. La noche envolviéndoles. El silencio clavándose en sus sienes.

 

- ¿La crees?

 

Prometeo miraba el techo. Buscaba una mancha. No la encontraba. No existía. El techo era perfecto. El mundo tomaba notas. Respondió en frio.

 

-Sí.

 

Quirón se llevó las manos a la cabeza. Se frotó el pelo. Suspiró con todas sus fuerzas.

 

-No..., yo no puedo creerla. Me resulta inconcebible. No soy capaz de asumir ese horror.

 

Prometeo se sentó en el sofá. Miró fijamente a su mejor amigo.

 

-Es su hija, Quirón. ¿Crees que diría algo así si no fuese cierto?

 

-Tal vez intenta evitar que te vayas de la Montaña.

 

Prometeo se levantó. Fue a un rincón del salón. Se reflejó en un espejo. No se vio.

 

-Sé que dice la verdad, Quirón. -se acercó al mago- Desearía no hacerlo, pero la creo. Creo todo lo que nos ha dicho. Palabra por palabra.

 

Dos ojos grises quisieron salir corriendo.

 

- ¿Y ahora qué hacemos?

 

Prometeo volvió a sentarse en el sofá.

 

-Nada.

 

Quirón arqueó las cejas. Casi saltaron de su rostro.

 

- ¿Cómo que nada?

 

- ¿Qué quieres que hagamos, Quirón? ¿Ir a Berlín y pedirle explicaciones al emperador?

 

Quirón movió las manos varias veces. Parecía perseguir una mosca a la que odiase con todas sus fuerzas.

 

-Prometeo, nos ha dicho que su propio padre, que nuestro maestro Jano, asesinó a toda la primera generación de la Orden. ¿Pretendes quedarte quieto y no hacer nada?

 

Prometeo sonrió oscuro.

 

-Bueno, ahora que lo dices, quizás yo sí que tenga que hacer algo.

 

- ¿A qué te refieres?

 

Prometeo levantó la vista. Empujo a Quirón en verde.

 

- ¿Quién crees que será el encargado de deshacerse de la segunda generación? ¿A quién crees que se lo pedirá el emperador?

 

Quirón abrió horrorizado los ojos. Se desplomó en el sofá junto a Prometeo.

 

-Te..., te lo va a pedir a ti.

 

Prometeo empezó a elucubrar.

 

-Si creemos a Diana, el Maestro Jano quiere perpetuar su estirpe en la magistratura imperial. Desea que yo le suceda no sólo porque crea que soy el mejor, sino porque sabe que eso implicaría que mis hijos y seguros sucesores llevarían su sangre, la de Diana. Lo planeó todo desde que me trajo al monasterio siendo pequeño. Fomentó nuestra relación pensando sólo en eso.

 

-Pero podrías renunciar, negarte a sucederle.

 

Prometeo movió la cabeza. Negó.

 

-No, él me conoce. Es prácticamente mi padre. Sabe cómo pienso. Sabe que tarde o temprano acabaría aceptando. Primero el cargo de Primer Consejero, al fin y al cabo no tendría que marcharme de la Montaña, y después el Imperio. Sabe que lo haría bien por agradecimiento, bien por arreglar tantas cosas como no me gustan. De hecho, es por ambas cosas por las que, antes de saber todo esto, había pensado en aceptar el cargo de Primer Consejero. A él le da igual, le da lo mismo si cambio el régimen político del Imperio de arriba a abajo. Lo único que le importa es que Diana y yo tengamos hijos y que alguno de ellos sea mi sucesor.

 

-Pero si te conoce tan bien, sabrá que tú nunca harás lo que él hizo.

 

Prometeo entornó los ojos. Se pasó la mano por el pelo.

 

-Sí, eso es lo único que no acabo de ver claro. Tiene que deshacerse de toda la Orden menos de Diana y de mí. Pero no es tonto, sabe que yo no voy a mataros.

 

Quirón suspiró aliviado. Prometeo no se dio cuenta.

 

- ¿Cómo lo hará, entonces? Él no va a hacerlo. Su cargo le hace estar demasiado vigilado. Y sabe que yo no lo haré. ¿Quién queda?

 

-Tal vez simplemente no lo haga. Tal vez no le vea la utilidad. ¿Qué ganaría con ello? Cuando sepa que te apoyamos para que seas el Primer Consejero, no nos considerará un estorbo.

 

Prometeo dudó.

 

-Sí, podría ser. Pero...

 

- ¿Pero?

 

-Piensa, una vez yo sea el emperador y mis hijos con Diana pasen a ser mis sucesores, ¿qué sentido tendrá la Orden? Lo tuvo para elegirle a él, lo tuvo para encontrarme a mí, pero ya no volverá a tenerlo si con Diana y conmigo comienza una dinastía. Será un cabo suelto, algo que sólo puede traer problemas. Lo lógico es que, en el momento en el que sepa que acepto sucederle, os mate a todos.

 

Quirón tragó saliva.

 

- ¿Y si no aceptases?

 

-Os mataría igualmente. Lo ocultaría de alguna manera y me atraería hacia él para así poder convencerme con el tiempo. Pensaría que es vuestra influencia la que me hace negarme. Por eso querría eliminaros.

 

Quirón empezaba a sentirse muy inquieto.

 

-Entonces, ¿qué podemos hacer?

 

-Lo que te he dicho desde el principio. Nada. Le diré que acepto ser el Primer Consejero, pero que de momento sigo sin querer ser su sucesor como emperador. Eso nos dará tiempo para ver cómo reacciona. No creo que intente nada hasta no tener una respuesta definitiva sobre esto último. Y, desde luego, no hará nada estando Diana o yo en la Montaña.

 

Quirón miró angustiado al Alto Maestre. El pobre mago creía sentir ya la soga acariciándole el cuello.

 

-Prometeo, ¿puedo hacerte una pregunta personal?

 

Prometeo asintió.

 

-Si te enfrentases con Jano directamente, cuerpo a cuerpo, ¿quién crees que ganaría?

 

El chico pensó. Tardó unos segundos en contestar.

 

-Hoy por hoy creo que él.

 

Quirón palideció. La soga le apretó de golpe.

 

- ¿Él?

 

Prometo se ratificó.

 

-Sí…, cada día que pasa soy más poderoso, es cierto. Mis cambios son cada vez más veloces. Pero aún no llego a su nivel. Al igual que yo, él es mago y guerrero al mismo tiempo. Tal vez mi fuerza y agilidad sean superiores a las suyas, pero su experiencia y su mayor dominio de la magia de combate le hacen superior. De momento, claro.

 

- ¿Y cuánto crees que tardarás en superarle?

 

Prometeo sonrió.

 

-No lo sé, Quirón. Tampoco me gusta el pensar que tal vez tenga que enfrentarme a mi maestro.

 

Una tercera voz apareció a sus espaldas.

 

-Sois demasiado optimistas.

 

Diana se había levantado. Se acercó a los dos amigos. Se dejó caer en el mismo sofá en el que ya estaban ellos.

 

-Tarde o temprano mi padre se querrá deshacer de este lugar y de sus habitantes. Quizás cuando aceptes ser su sucesor en la magistratura imperial, quizás cuando te niegues o quizás simplemente cuando le venga en gana. Puede ser que mi padre crea que tú no actuarás como él y por eso no te proponga destruir la Orden, pero no os confiéis, a él le da igual que tú, Prometeo, sepas o dejes de saber que él los ha matado a todos. Da por hecho que tu amor por mí o tu respeto y cariño hacia él te harán, si no comprenderle, al menos sí perdonarle. Además, se os olvida otra posibilidad.

 

Quirón se adelantó a Prometeo.

 

- ¿Cuál?

 

Diana se hundió en la mente de su padre.

 

-La única imprescindible soy yo.

 

- ¿Y qué quieres decir con eso?

 

Prometeo contestó al mago.

 

-Pues que a lo mejor en sus planes también entra el matarme a mí si es necesario.

 

Diana continuó.

 

-Lo cual significa, que decida lo que decida, lo hará pronto.

 

-Para así impedir que me vuelva más poderoso que él.

 

-Por si acaso decides no aceptar su oferta.

 

Concluyó Quirón. El mago se levantó del sofá. Al hacerlo, Prometeo y Diana cayeron uno encima del otro ocupando el hueco que él dejó.

 

-Es decir, que pase lo que pase, la única que siempre se salva es Diana. El que tal vez sí, tal vez no, es Prometeo. Y los que seguro que no somos el resto. ¿No es así?

 

La pareja asintió al mismo tiempo.

 

-Bien, o sea, mal. O sea, fatal.

 

Quirón daba vueltas por la sala. Intentaba tranquilizarse. No lo conseguía.

 

-Y vuestra solución es que nos quedemos quietos y esperemos acontecimientos.

 

La pareja volvió a asentir con perfecta coordinación.

 

-Salvo en que le digamos que sí, que aceptas ser Primer Consejero pero que lo de emperador aun no te acaba de convencer del todo. Y con eso ganaremos tiempo.

 

Y por tercera vez dijeron que sí. Quirón apoyó la frente en el cristal de la ventana. Comenzó a darse golpecitos contra la superficie traslúcida.

 

-Vamos a morir todos.

 

Diana se abrazó a Prometeo. Por extraño que pudiese parecer, la muchacha se sentía relajada tras haberse liberado de su secreto, más ligera, más...

 

-Ven a dormir conmigo, Prometeo.

 

Se apretaba contra él. Se frotaba contra su cuerpo. Prometeo sonrió. Se dio cuenta de que tal vez lo que le pedía Diana era lo más sensato y que, desde luego, no era nada que tuviese que ver con el mundo de los sueños.

 

- ¿Es que hasta en un momento como este no podéis olvidaros de..., de...?

 

Quirón, que ya se veía con un pie en la tumba, no encontraba la sensatez por ninguna parte. Diana se la explicó.

 

-Si mañana mismo o pasado o al otro hemos de morir, ¿vamos por ello a vivir tristes lo que nos quede de vida? Cada aliento es un regalo y yo no pienso desaprovecharlo. Tal vez la vida sea triste, Quirón, pero ser hombre es ser alegre.

 

Se levantó con Prometeo cogido de la mano. Se lo llevó al dormitorio. El Alto Maestre sonrió a su amigo.

 

-Ya has oído a la señorita, ser hombre es ser alegre. Habrá que hacerle caso.

 

Y cerró la puerta tras él. El mago quedó solo en el saloncito. Se sintió solo en el saloncito. Miró por la ventana. Vio las estrellas. Reían. ¿Cómo era posible que lo hicieran? En fin, pensó. Si a todos les da por ignorar a la muerte, ¿quién soy yo para llevarles la contraria? Se soltó la toga. Se quitó los calzones que él mismo había diseñado. Salió desnudo del edificio. Esa noche se bañaría en el primer rio que encontrase. Iluminado por la Luna. Disfrutando de seguir vivo. Y mañana..., mañana... Mañana es un momento demasiado lejano como para darle la menor importancia.


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