Y a ti... ¿a qué te sabe la felicidad?


Indudablemente, la memoria sensorial es una suerte de máquina del tiempo que viene incorporada a nuestro cuerpo humano.

A veces un olor, un sabor o una textura nos hace viajar a los lugares y tiempos mas recónditos de nuestra vida.

Y como los olores, las texturas y los sabores nos evocan emociones que nos acarician o rasgan el alma, hoy quiero preguntarles:

Si pudieran describir el sabor de la felicidad...  ¿a qué les sabría la exactamente?

Me puse a pensar en esto muy seriamente, a propósito de la muerte de mi papá y la influencia que esto tuvo para dedicarme a estudiar cocina:

De él heredé la pasión por la música, la fascinación por contar historias y el gusto por la buena mesa: y esto no tiene que ver precisamente con recetas sumamente elaboradas, sino más bien con los sencillos actos de amor que inadvertidamente te restauran, te abrazan y te acarician, o que simplemente te hacen añorar tiempos que no volverán.

En una ocasión mi papá se quedó sin trabajo durante un año. Un año en el que se dedicó a cocinar y a las labores del hogar, mientras mi mamá trabajaba. Un día al llegar del colegio, encontré este almuerzo: pierna pernil (mi pieza preferida del pollo) guisada con papas, verduras y laurel. Arroz blanco y ensalada de pepino, tomate y cebolla aderezada con mayonesa, vinagre, ajo y algo de dulzor. Todo eso con un vaso grandote de jugo de maracuyá, mi jugo preferido. 

Ese día le dije cuánto me había encantado ese almuerzo y como su lenguaje del amor era  a través de los actos de servicio, durante ese año que él preparó el almuerzo para todos, sólo a mí, día tras día, me preparaba ese mismo plato. Esta era la escena: yo llegaba del colegio mientras él me servía el almuerzo que estaba recién hecho, cuidando siempre que lo comiera aún caliente.

Por eso a mi, la felicidad me sabría a ese plato.
La felicidad se resumiría a tener la bienaventuranza de volver a probar nuevamente ese plato hecho por la manos de mi papá.

Nunca pensé en preguntarle la receta, así como tampoco pensé en su muerte. Todos sabemos que aquellos a quienes amamos algún día morirán; sin embargo en un descuido casi eterno, los dotamos de una especie de inmortalidad que nos hace no medir el tiempo... por eso, si tuviera la oportunidad de devolverlo, le preguntaría esa receta, y hasta le pediría que la preparáramos juntos.

Pero el tiempo es inclemente y la muerte amarga y terrible para quienes nos quedamos.
Y entonces el único consuelo que nos queda a los que sobrevivimos, es aferrarnos profundamente a los recuerdos felices, para volver instantánea, sutil y pasajeramente, a saborear las mieles de la alegría a través de los oscuros pasillos de la nostalgia.


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