Los Elegidos. Capítulo Vigesimocuarto.


- ¡Ahora digámosle todos cuánto le queremos!

 

Quirón animaba a sus magos. Cantaban todos juntos.

 

`` ¡Te queremos mucho, Alto Maestre Prometeo! ¡Te queremos mucho y mucho! ´´

 

Prometeo subido en su moto. Diana de pie cogiéndole de las manos. Los magos formando un coro a un lado de la explanada. Los guerreros, en silencio y bastante avergonzados, en el otro. Esculapio a medio camino de todos.

 

- ¡Bueno, vale ya!

 

Los magos se callaron. Quirón se acercó a Prometeo.

 

-Ya sabes, esperamos que vuelvas lo antes posible.

 

-Al menos podrías irte en avión.

 

Diana no le soltaba. Se quejaba por cualquier cosa. Prometeo negó con una sonrisa. La muchacha infló enfadada las mejillas. Prometeo se dirigió a Quirón.

 

-Cuida bien de ella. La dejó en tus manos.

 

El mago asintió.

 

-No te preocupes, te prometo que nada más irte la ataré a una pata de mi cama.

 

Quirón le puso la mano en la cabeza a Diana. Apretó como si fuese su mascota.

 

- ¡Oye!

 

Prometeo les contempló divertido. Hizo que Diana le soltase. Se la entregó a su amigo. La muchacha se cogió del brazo del mago sin apartar sus ojos de Prometeo.

 

-Hacéis muy buena pareja.

 

Quirón y Diana se miraron el uno a la otra. Miraron a Prometeo. Hicieron al unísono el mismo gesto de repulsión. Sacaron la lengua. Esculapio se acercó a ellos. Prometeo le habló.

 

-Entonces, ¿de momento sigues prefiriendo quedarte aquí unos días más?

 

La expresión de Esculapio era cada vez más relajada. El monasterio tenía buenos efectos en él. Su toga ya no era tan roja.

 

-Sí, me gusta volver a disfrutar de mi hogar. No quiero desaprovechar esta segunda oportunidad.

 

-Pues ayer desaprovechaste una buena fiesta.

 

Esculapio sonrió ante el comentario de Diana. Lo hizo casi con naturalidad.

 

-Me temo que he perdido demasiadas costumbres en los años que he estado fuera.

 

Quirón miró satisfecho a Prometeo. Prometeo no dijo nada. Encendió el motor. Se recogió el pelo con dos cintas blancas. Se puso sus gafas de sol sonriendo burlón a Diana. La muchacha hizo un gesto medio de desagrado medio de haz lo que quieras. Levantó el brazo despidiéndose de la Orden. Magos y guerreros gritaron a su Alto Maestre, le desearon suerte. Un torbellino pelirrojo salió del grupo de los guerreros y se acercó a Diana. Se puso delante de ella. Gritó dirigiéndose a Prometeo.

 

- ¡Yo cuidaré de la capitana!

 

Quirón empezó a reír. Diana cogió a Ajax de la mano. Prometeo sonrió. Extendió el brazo hacia el pequeño.

 

-Así me gusta, guerrero. Tu Alto Maestre está orgulloso de ti.

 

Una luz tibia envolvió a Ajax. Una armadura de plata le cubrió el pecho y las piernas. Una espada apareció en su mano.

 

-Y eso para que cumplas tu promesa.

 

Ajax abrió la boca incapaz de decir nada. Sus ojos brillaban como dos luciérnagas que acabasen de descubrir las lágrimas. Sólo acertó a saltar encima de Prometeo y abrazarle con todas sus fuerzas. Quirón parpadeó muchas veces seguidas.

 

- ¿Cuándo has aprendido a hacer eso?

 

El Alto Maestre entregó el niño a Diana. Sonrió a su amigo. Hizo un gesto de duda, de no lo sé, de ojalá supiera nada. Elevó la vista al cielo. Las nubes. Es increíble lo despacio que se mueven. Sus ojos buscaron a Diana. La encontraron. Cogida del brazo de Quirón, apretando la mano del pequeño Ajax. Permaneció un segundo observándoles en silencio. Qué lejos has llegado, Prometeo. Cuánta gente te quiere. Cuántos te piden que vuelvas pronto. Mereció la pena levantarse de esa roca. Mereció la pena. Prometeo buscó en su corazón. Apenas unas palabras. El sonido de sus sentimientos. He aquí mi familia. Aquellos a los que amo.

 

-Hasta pronto.

 

La motocicleta hizo un ruido fuerte y seco. Ya salía del monasterio cuando oyó que gritaban detrás suyo. Una boca. Unos labios. El mundo respirando más despacio. Diana corriendo hacia él. Llegó a su lado. Le abrazó con todas sus fuerzas. Se colgó de su cuello. Se miraron. Las estrellas dijeron no te vayas. La Luna suspiró vuelve pronto. Sus almas se unieron en un beso. Sus labios se hicieron una caricia.

 

-Dime que volverás.

 

Los ojos de Diana se convirtieron en un poema narrado en futuro. No se conocen los versos, no se escucha la rima. No se sabe cómo terminará ni es educado preguntarlo.

 

-Volveré.

 

Un lienzo en blanco. Tres pinceladas. Un par de lágrimas. Ya tienes los iris de una diosa. Bésalos cuando nadie te mire. Bésalos ahora.

 

Diana le soltó.

 

                        Diana le soltó.

 

                                                Diana le soltó.

 

Diana se despidió de Prometeo. Hizo un gesto con la mano. Te quiero. ¿Quién lo dijo? Un sentimiento en el aire. Una mirada de amor. La motocicleta salió del monasterio. Mediodía. Primavera. El Sol. Una bola de hielo.

 

.......       .......       .......       .......       .......       .......       .......      

 

El atardecer. El día ya se acaba en la Montaña. En la cúpula que corona el edificio de los magos una figura levita con las piernas cruzadas. Sus recuerdos se reflejan en las pantallas de cristal que la envuelven. Su infancia, los momentos felices, su vida pasada, tan alegre como despreocupada. Mil risas distintas. Mil palomas que vuelan. Plumas en el viento. Canciones muertas. Ve el monasterio. Viaja en el tiempo. Un niño de toga negra. Una cría con pinturas de guerra. Un maestro que entrena con su alumno predilecto. Y un grupo de hombres llevándose a un muchacho de ojos negros. La felicidad ha huido de su rostro. La alegría se ha ido con otro. Le dicen esta ya no es tu casa, hemos de llevarte a otra parte, necesitamos tus servicios. Y él se va. Y a nadie le importa. Sus hermanos no detienen a los raptores, su hermana les sonríe, su padre cierra las puertas tras ellos. Se lo llevan. Se lo han llevado.

 

Le duele la cabeza. Le duele el pecho. ¿Quién le ha robado los sentimientos? El odio. La tristeza. La muerte con sabor a menta. ¿Cómo se conjuga el alma humana? ¿Qué verbos dan forma a una vida? Soledad, silencio, oscuridad, pena. Todos sustantivos. No existe el movimiento. Alguien lo cambió por una tarta de crema, por un pastel con una guinda llamada locura. Es hora de irse otra vez de casa. Es hora de volverse loco y dar libertad al resentimiento.

 

-Maestro Esculapio, ¿va a necesitarme en la próxima hora?

 

Un mago se dirige a la figura que levita. Dos ojos se abren. Dos tizones negros le miran con el nuevo juguete que tienen sus labios. Una sonrisa.

 

``¡¡¡BUUUMM!!!´´

 

Explosión. Guardad la calma. Explosión. Guardad la calma. La cúpula ha saltado por los aires. El mago se ha volatilizado. No guardéis la calma. Asistid al desastre. Esculapio surge de entre las llamas. Varios incendios se han desatado a su alrededor. Se mira las manos. Busca en ellas lo que su alma ya no es ni será capaz de encontrar. Persigue aquello que le negaron poseer. Cierra los puños. Levanta la vista. Aprieta los dientes.

 

-No, no creo que te necesite.

 

En la explanada. Una lluvia de cristales cae sobre Quirón y los seis magos que hay junto a él. El estallido le deja sordo. Mira hacia el origen del ruido. El humo lo cubre todo. No cree lo que sus ojos le cuentan. No sabe cómo reaccionar. Diana ve la nube de polvo que rodea el edificio de los magos. De pie en el balcón de su dormitorio. De pie en la residencia del Alto Maestre. Escucha los gritos a lo lejos.

 

-Ya ha empezado.

 

Entra en el dormitorio. Se viste con su uniforme de guerrero. Se trenza el pelo. Enfunda la espada. Va al monasterio. Los guerreros se reúnen en la explanada. Héctor se dirige a Quirón.

 

- ¿Qué ha pasado?

 

El mago le mira aterrado. No le contesta. Esculapio avanza por los pasillos del edificio de los magos. Dos muchachos se cruzan con él.

 

- ¿Qué ha sido esa explosión, Maestro Esculapio?

 

Les coge del cuello. Aprieta. Les separa la cabeza del cuerpo. Camina deprisa. Camina frenético. Se repite a sí mismo una y otra vez.

 

-A todos menos a la hija, a todos menos a la hija.

 

Se frena delante de una vidriera. Da al exterior, a la explanada. Inclina la cabeza. Vuelve a sonreír. Los magos se apartan. La fachada principal les cae encima. La vidriera que la coronaba es una tormenta de cristales de colores. Los guerreros están armados. Se preparan para responder al ataque. Frio en el aire. Esculapio aparece flotando sobre ellos. Los brazos extendidos. El pelo blanco tapando la luz del atardecer. Se posa junto a Quirón.

 

-Hola.

 

Quirón retrocede dos pasos. Mira al médico. Su piel pálida, su pelo transparente, su delgadez extrema. La estupefacción se dibuja en el rostro del mago. Toma conciencia del color de una toga roja.

 

- ¿No me digas que acabas de descubrir que no soy el amigo que tú recordabas?

 

Quirón abre espantado los ojos. Ve a Esculapio, ve a un niño que llora cuando le cogen por los hombros, cuando le llevan a rastras, cuando le sacan de la Montaña sin que nadie diga nada. Quirón siente el dolor que debió sentir hace años, entra en el corazón de su amigo, se da cuenta de que no merece llamarse así.

 

- ¿Qué..., qué te hicieron, Esculapio?

 

Esculapio le mira en silencio. Un brillo en su mirada.

 

-Me hicieron capaz de esto.

 

Mueve la mano derecha. Hacia arriba. Un movimiento rápido. Seco. Explota. Explota. Explota. ¡¡¡EXPLOTA!!! El edificio de los magos. Mil pedazos. Los cascotes salen disparados. Las piedras golpean como balas, hieren a los magos, a los guerreros, a Quirón que no se mueve, a Quirón cuyos ojos reflejan la muerte que le rodea, los gritos de los magos muriendo abrasados, despedazados, asesinados sin tiempo para defenderse. El fuego y la destrucción. El edificio ha desaparecido. Diana entra en escena. Contempla horrorizada el caos que habita allá donde dirija la mirada. Ve al enviado de su padre. El viento iluminándole con llamas.

 

-Los magos..., ahí dentro estaban casi todos mis magos.

 

Quirón mira a Esculapio. Su rostro cambia por momentos. La ira se apodera de él.

 

-Has matado a mis..., a mis...

 

Esculapio fija su posición. Aprieta los puños. Se prepara para lo que viene. Quirón clava su báculo en el suelo. La gema blanca que lo culmina se vuelve negra. La tierra tiembla. Las nubes cubren el cielo. Dos ojos grises son gotas de sangre.

 

-¡¡¡Has matado a mis magos!!!

 

Viento. Los árboles son arrancados de sus cunas. Viento. Las piedras revientan en sus tumbas. Viento. La furia del más pacífico de los magos se ha desatado. Los guerreros salen volando. Los magos que aún viven huyen tan lejos como pueden. La mirada de Quirón es el infierno que se ha abierto, la venganza que reclama muerte y revancha. La batalla se desata en el centro de la explanada. El fuego sale de la tierra. Las tormentas se concentran sobre el monasterio. Dos fuerzas mágicas manejan los elementos de la naturaleza. La Montaña es una hoguera azul y violeta. Los adoquines de la explanada se resquebrajan bajo sus pies. Sendos cráteres se generan en el suelo que les rodea. Del báculo de Quirón surgen relámpagos que frenan las manos de Esculapio, que devuelven las manos de Esculapio, que también generan las manos de Esculapio.

 

- ¡¿No se suponía que eras un médico, maldito?!

 

Los haces de luz vuelan unos contra otros. La energía se enfrenta a sí misma en el viento. La electricidad convierte los cuerpos de los magos en hogueras humanas, en fuego desencadenado.

 

- ¡Te sorprendería saber qué buena medicina es el odio!

 

Millones de truenos rugen en lo alto, en lo profundo, en las laderas de las montañas que envuelven el monasterio. Las rocas caen desde las cumbres, el estruendo de dos columnas de luz y furia raja los pilares del cielo, abre las cavernas del averno, vuelve los mares negros. Los poderes enfrentados destruyen el monasterio. El edificio de los guerreros va a derrumbarse. Las murallas tiemblan. Esculapio eleva una y otra vez los brazos convocando a las deidades que crearon su linaje, a los demonios que lo alimentaron cuando era niño. Esculapio convoca a los espíritus blancos y negros del tiempo y sus manos son cañones que disparan más y más veces contra Quirón, que le obligan a imponer su báculo y deslizarse hacia atrás en el suelo porque el mago de los cabellos de oro se niega a retroceder, se niega a todo aquello que no sea usar la violencia que su corazón le ordena amar cuando su enfado es energía, magia, rabia que vuela y quema el cuerpo de su oponente, que revienta en el aire evaporando la piedad de aquellos que murieron por ser buenos.

 

Los discípulos de Quirón al fin se unen a la batalla. Ayudan a su maestro. Ahora son siete contra uno. Las tormentas, los huracanes, la furia que te levanta y no puedes hacer nada, que te arranca del suelo y tus cabellos son viento, que se te lleva volando y no eres capaz de frenarla, que te manda lejos y eres un triste juguete de sus tornados. Esculapio vuela. Quirón y los magos echan al médico fuera del monasterio.

 

- ¡Rápido! ¡Todos a las murallas! ¡Hay que reforzar los conjuros de guardia! ¡Sólo ellos impedirán que se teletransporte de nuevo aquí dentro!

 

Los magos corren. Quirón cae de rodillas. Jadea agotado. Diana es la primera en llegar a su lado.

 

- ¿Cómo te encuentras?

 

Quirón le responde casi sin respirar.

 

-Eso..., eso da igual ahora. Es..., es más poderoso que yo. Hay que impedirle entrar. En cuanto se recupere lo intentará. Él es el que ha venido a matarnos, Diana. Su único objetivo desde el principio era alejar a Prometeo del monasterio.

 

Diana grita furiosa.

 

- ¡¿Pero no se suponía que era tu amigo?! ¡¿No se suponía que era inofensivo?! ¡¿Desde cuando la gente inofensiva destruye edificios!?

 

Quirón consigue levantarse a duras penas apoyándose en la muchacha.

 

- ¡Y yo qué sé, Diana! ¡Ya no sé nada! ¡Maldita sea, antes de que se lo llevasen a Alemania era un niño normal!

 

Diana desenfunda su espada.

 

-Pues tu niño se ha convertido en un asesino.

 

Suelta a Quirón. Se encamina a las puertas del monasterio. Hace un gesto con el brazo. Los guerreros reaccionan. La siguen como un solo hombre. Los aceros tiemblan.

 

- ¡¿Dónde crees que vas, Diana?!

 

Se detiene. Gira la cabeza. Sus ojos azules abren una grieta en la explanada.

 

-A hacer mi trabajo.

 

Los guerreros gritan todos al tiempo. Levantan los puños al cielo.

 

- ¡¿Acaso estás loca, mujer?! ¡Esculapio es mucho más poderoso que tú! ¡Si salís ahí fuera os aplastará! Hemos de quedarnos aquí dentro y resistir. Los transmisores de vuestro edificio aún deben funcionar. Llamaremos a Prometeo. Él nos ayudará.

 

Diana entorna los párpados. Mantiene la mirada.

 

- ¿Sabes una cosa, Quirón? Empiezo a querer demostrarme a mí misma que puedo defenderme sin necesidad de Prometeo.

 

Vuelve a caminar. Ya no va a detenerse.

 

- ¡Diana!

 

Los guerreros la acompañan. Llegan a las puertas.

 

- ¡Prometeo me pidió que cuidase de ti!

 

Diana contesta sin darse la vuelta. Su melena oscura ruge tras ella, el orgullo y el valor la envuelven.

 

-Él te pidió que cuidases de una mujer, Quirón. ¡Pero yo soy un guerrero!

 

Abren las puertas. Salen.

 

.......       .......       .......       .......       .......       .......       .......      

 

Esculapio se levanta del suelo. Mira a su alrededor. Se encuentra a doscientos metros de la entrada del monasterio. Un bosque le rodea. Diana y sus guerreros se ordenan junto a la puerta principal de las murallas. Forman cuatro columnas de siete hombres cada una. Los oficiales las dirigen. Diana delante de todos ellos. Levanta la mirada. Desde lo alto de las murallas Quirón y sus magos imponen las manos creando un escudo defensivo que refuerza los conjuros de guardia. El muchacho de los ojos grises contempla a la mujer de la mirada de agua. Diana le sonríe. Sus labios forman dos palabras. No las pronuncian. El mago mueve la cabeza. Se pregunta en qué fragua forjaron semejante niña.

 

-A mi señal las columnas de Héctor y Paris atacarán cada una por un flanco. Las de Ulises y Aquiles lo harán por el centro conmigo.

 

Las cuatro columnas adoptan la postura de ataque relámpago. La empuñadura de sus espadas de mango de plata brilla entre sus dedos. Listos para desenfundar. Preparados para el combate. Frente a ellos, a lo lejos, Esculapio les contempla en silencio. Un segundo. Se preocupa de sí mismo. Cuenta el número de árboles que hay cerca de él. Comienza la magia. Mueve las manos. Y los árboles salen de la tierra y adoptan forma humana. Mueve los brazos. Y las piedras se agitan inquietas. Recita versos prohibidos. Y las bestias surgen de las profundidades del bosque, los monstruos escapan de sus pesadillas y acuden al campo de batalla. La naturaleza muestra la cara que nunca tuvo, la horrible faz que le dibujaron los hombres. Esculapio ya tiene su ejército.

 

- ¡Guerreros! ¡A mi orden!

 

Las cuatro columnas gritan unidas en una sola voz. `` ¡Sí, capitana! ´´ Diana traga saliva. Su rostro se crispa. Se prepara para lo que lleva esperando toda su vida. No hay que decepcionar al destino. Jaurías de animales enloquecidos braman, la saliva cae de sus fauces, el agua infecta se desliza por sus colmillos, moja la tierra. Los árboles se retuercen en su nueva vida, las ramas aúllan, las astillas se agitan como serpientes. La terrible fuerza despertada contempla a sus rivales y se pregunta a qué sabrá la sangre humana. Esculapio les hace un gesto para que vayan hacia él. Venid a mí soldaditos de plata. Sopla y las nubes cubren el campo de batalla, el bosque que se ha quedado pelado, silba y se escuchan los ruidos del cielo, caen gotas de hielo. Llueve. Regalo del mago. Los ojos de Diana se evaporan.

 

-¡¡¡AHORAAA!!!

 

Veintiocho resplandores desaparecen de sus lugares de origen y vuelan doscientos metros en menos de un segundo. Un relámpago de melena oscura delante de ellos. La muerte a cámara lenta. El jinete que cabalga entre los corazones de plata. La nube de guerreros envuelve al ejército de Esculapio. Las espadas cortan troncos, machacan piedras, degüellan bestias. La sangre mancha los uniformes blancos, la tierra mojada, el barrizal de polvo y carne. El viento lanza mil rocas contra la hoja de Héctor para que él las esquive y salte, para que vuele y raje un monstruo de tentáculos de madera que aún se cree árbol. Sus ropas son cuchillas que seccionan miembros resucitados de entre los muertos. El ruido, los gritos, los aullidos desencajados rompen la tarde de tormenta. Paris y Ulises luchan espalda contra espalda. Centenares de bestias les rodean por más que no cesen de matarlas, miles de alimañas les atacan aun y no dejar de derrotarlas. Una lengua de fuego les hace separarse, casi les abrasa las piernas ¿Quién les ha atacado? ¿Quién que no le ven?

 

Los veintiocho guerreros luchan sin cuartel, sin descanso, sin piedad ni para con sus enemigos ni para con ellos mismos. Una columna entera impone las manos al mismo tiempo y cien árboles hechizados explotan regándoles con una tormenta de astillas y trozos de madera, se dispersan y sus hojas abren un abanico de destrucción allá por donde pasan, se mezclan con los lobos que no debieron salir del infierno y les hacen sentir sus aceros cruzándoles el lomo y cortándoles las patas. Aquiles clava su espada en tierra y corre partiendo en dos a los monstruos y a las bestias. Grita furioso y las rocas revientan. Ruge iracundo y al hielo no le da tiempo a caer del cielo sin sentir miedo. Traza un arco con su hoja y decenas de enemigos se elevan y salen despedidos ante la violencia del viento que levanta, que les arranca las cabezas, que les cercena las esperanzas regando el campo de batalla con sus vísceras.

 

Sangre y más sangre. Barro que impide separar los párpados. Protegido por sus compañeros mayores, un niño de pelo rojo y armadura plateada se enfrenta a las alimañas que aún no han pegado el estirón, a las hordas siempre que sean pequeñitas. De pronto, un fogonazo azul y blanco cruza el campo de batalla y le coge sin que pueda evitarlo, le lanza hacia el monasterio, le convierte en una roca voladora, le salva. Quirón recibe a Ajax detrás de las murallas y el niño ni ha visto a Diana. La capitana se abre camino. Destroza a los enemigos que le surgen al paso. Su pelo se mancha de sangre verde, de líquido quemado. Sus piernas se tiñen de barro, de restos de compañeros ya caídos. Grita a cada espadazo, grita a cada latigazo de su hoja, a cada caída del telón que es su acero cortando carne, madera, roca, espíritus malignos. Su larga trenza es una serpiente que muerde cuando ella no mira, sus manos las tenazas del veneno que recorre su acero, sus ojos el mismo infierno, las llamas que devoran a sus enemigos. Diana es la pasión, la furia, el orgullo de saberse la muerte encarnada en la piel de una diosa de ojos de hielo, de corazón de fuego. Diana extermina a sus rivales sin piedad. Diana se dirige a Esculapio.

 

La matanza crece por momentos. Los cuerpos de los guerreros son guadañas que siegan el campo de batalla, que luchan como ningún ejercito jamás lo ha hecho. Son los dioses que vuelven a luchar contra los gigantes. Pero es un océano. Un universo de asesinos rodeando a un grupo de muchachos nacidos en un cuento con final feliz. Y este no va a tenerlo. Velocidad. La mujer de los pendientes de plata silba entre sus enemigos. Se mueven para buscarla y ella ya los ha atravesado. Se giran para golpearla y ella ya los ha matado. Diana es el silbido de un tifón, de un tornado demasiado poderoso para que nadie lo controle. Su espada vuela sin dar tiempo a suplicar clemencia, sin pedirla ni concederla. Diana da más miedo que todos los monstruos que la atacan. Llega frente a Esculapio.

 

El mago controla sus tropas como un director que dirige su orquesta. Diana salta hacia él, sujeta su espada con ambas manos, sus ropas son sacudidas por el viento. Cae como un pétalo de roca. Esculapio la descubre, la ve venir, se defiende. Impone las manos y la paraliza a un metro sobre él. El cuerpo de Diana en tensión, sus brazos cercanos a explotar, todas sus fibras luchando por liberarse, por golpear el rostro que la contempla. Esculapio se eleva hasta la altura de Diana. La contempla. Se hunde en sus ojos.

 

-A ti no.

 

Y la manda tan lejos como puede, al otro lado de la batalla, a allí donde no se vea obligado a matarla.

 

-Maestro, todos los transmisores del monasterio están inutilizados. No tenemos manera de avisar al Alto Maestre.

 

Quirón golpea el muro que tiene delante. Da órdenes al mago que le ha informado. Camina aceleradamente por el pasadizo de la muralla.

 

-Escúchame bien, vosotros seis os vais a quedar aquí. Me da igual cómo lo hagáis, pero no quiero que ese loco o sus bestias entren en el monasterio. Tenéis que resistir sea como sea. ¿Entendido?

 

- ¿Y tú que vas a hacer Maestro?

 

Quirón mira el campo de batalla. El fuego y el humo. Sus ojos reflejan el destino prendido en llamas.

 

-Cumplir mi palabra.

 

Diana se levanta del suelo. Grita, grita, ¡grita! Corre hacia Esculapio arrasándolo todo a su alrededor, destrozando lo que con ella se cruza, haciendo salir despedidos a sus propios guerreros, rajando la tierra según pasa sobre ella. Esculapio siente temblar el suelo. Mira a su izquierda y ve una estela de polvo que se dirige hacia él. Escucha los alaridos de una mujer furiosa viniendo con ella. Se da cuenta de que no le va a ser tan fácil cumplir su misión. Empieza a sentirse cansado. Baja los brazos y su ejército cae rendido. Baja la cabeza y los guerreros se unen a su capitana. Levanta los ojos y está solo frente a un grupo de muchachos que ya se le echa encima. Diana a la cabeza. Diana con la mirada encendida. Diana y su espada es una maza. Diana. Diana. Diana. Allá va la muerte alada.

 

-No.

 

Esculapio impone ambas manos y la tierra explota delante de él. El campo de batalla vuela y se lleva consigo a casi todos sus enemigos. La capitana, sus cuatro oficiales y otros dos guerreros son los únicos que consiguen esquivar el ataque y ya se abalanzan todos al tiempo sobre Esculapio haciéndole luchar con sus propias manos para defenderse de las siete espadas que le persiguen allá donde se dirija, que se niegan a no vengar a sus amigos caídos. El mago coge las hojas de Paris y Héctor y les lanza a lo lejos, emite un pulso de luz y fulmina a Aquiles y Ulises, golpea a los dos guerreros y los estampa contra las rocas de nuevo inanimadas. Pero, por más que la ataca, por más que intenta vencerla sin matarla, no consigue deshacerse de Diana, no puede derrotar a la mujer que al fin ha descubierto que es capaz, que ya nadie jamás la detendrá.

 

Miles y miles de golpes como si un hacha y no una espada tuviese entre las manos manan de su fuerza sobrehumana, divina, infernal y desencadenada. Diana grita furiosa, grita rabiosa, grita liberando su corazón en cada movimiento. Pero no lucha por los que ya no están, no lucha por la Orden o el monasterio. Diana lucha por ella, por ella y sólo por ella. Diana ha descubierto la felicidad que reside en dejar libre al ser que late en nuestro interior, que sólo necesita de un momento para salir y decirte soy tú, de mí no te escaparás, cada vez que duermas allí me tendrás. Diana lucha por defender su libertad.

 

Y la sangre huye de su piel a cada llamarada que le lanza el mago. Y la vida escapa de sus músculos a cada luz blanca con que la golpea su enemigo. Esculapio es un suspiro que escapa entre los movimientos del acero de Diana, es una brisa helada a la que la muchacha no puede tocar. Los seis guerreros consiguen levantarse. Gritan. Corren. Se unen una vez más a su capitana. Ninguno es un héroe, aunque posean tales nombres, ninguno ama la guerra, aunque porten espadas. Son sólo amigos, una familia que defiende a los suyos, que nunca les abandona, que cree que el honor es la sangre que fluye en las venas de los hermanos. Los siete guerreros hacen retroceder a Esculapio. El mago ha renunciado a su ejército para enfrentarse directamente a ellos, pero no puede luchar contra tantos al tiempo. Esculapio se cansa del juego en el que él mismo se ha metido. Quiere salir. Y lo hace.

 

-¡¡Basta ya!!

 

Separa violentamente los brazos y los espadachines salen disparados. Dan vueltas por el suelo. Se golpean unos contra otros. Diana es la primera que se levanta. El mago no puede creer la obstinación de la muchacha que ya se le viene de nuevo encima, que no le da un respiro, que le ciega con sus ojos de hielo y acero.

 

- ¡Quieta ahí, mujer!

 

Esculapio la inmoviliza en el aire. La mira sin mover un músculo, pero concentrando todo su poder sobre ella. La capitana se esfuerza por liberarse, por soltarse, por no admitir que no puede, que a más lucha más fuerza pierde en vano. Esculapio se acerca a ella. La contempla en silencio. La ve rabiosa, frenética, ansiosa por seguir luchando. No la entiende. No comprende cómo nadie puede comportarse como ella. Cómo es posible que exista un ser tan orgulloso.

 

- ¡Suéltame!

 

El mago mira a los otros guerreros levantándose malheridos. Contesta sin dejar de observarles.

 

-Aunque empiezo a desearlo, no puedo matarte, así que, como buena mujer que eres, te quedarás ahí quietecita.

 

Diana grita furiosa.

 

- ¡Para ti soy un guerrero! ¡¡Un guerrero!!

 

Esculapio se fija en las magulladuras de las piernas de Diana. La sangre se desliza por ellas, los huesos están cercanos a romperse.

 

-Para mí sólo eres la hija de mi amo.

 

El mago escucha sus propias palabras. Desvía la mirada. No le han gustado. Camina hacia los guerreros y ellos le ven venir. Tratan de prepararse. Esculapio no va a tener más paciencia. No quiere seguir jugando. Con el dedo índice de su mano derecha dibuja un aro de fuego azul. Flota sobre su cabeza. Sopla. Aparecen cinco más. Seis en total. Uno por rival. Los guerreros frente a él. Cargan el peso de sus cuerpos en el pie trasero. Saltan. Esculapio a cámara lenta. Esculapio lanzando los anillos en llamas. Esculapio atrapándoles en los aires. Sus ojos reflejan la sangre.

 

-¡¡Nooo!!

 

Diana cierra los ojos. Gotas negras salpican las ropas del mago. Los cuerpos de los guerreros yacen tendidos en el suelo. Esculapio se acerca uno a uno a todos ellos. Se asegura de que estén muertos. Diana respira sin control. Su corazón le golpea el pecho descontrolado. El dolor se apodera de ella sin que pueda hacer nada para evitarlo. La frustración la aprieta entre sus garras. Esculapio comprueba el último cuerpo. Le da una ligera patada. Mueve la cabeza. Casi siente pena ante tantas vidas desperdiciadas en vano. Mira a Diana.

 

-Y, ahora, vayamos a por ella.

 

Llega a su lado. La muchacha alarga el brazo. Intenta coger su espada tirada en el suelo. Esculapio se da cuenta. Se agacha. Coge el arma. Se la ofrece. Mueve el brazo que tiene libre. Viento. Diana vuela despedida. Rebota de piedra en piedra. Cae sobre los cuerpos de varios de sus compañeros. Acaba en un charco embarrado por la lluvia y la sangre. Esculapio se acerca caminando. Diana se arrastra, escupe sangre. Esculapio mueve los dedos. La eleva un par de metros. La deja completamente inmovilizada.

 

-La hija de mi amo.

 

Diana jadea. El cansancio aparece en ella.

 

-Podría matarte aquí mismo. Nadie me lo impide.

 

Diana aún tiene fuerzas para insultarle.

 

-Sólo eres un esclavo. Un muñeco sin alma. No harás nada que mi padre no te haya ordenado.

 

Esculapio aprieta el mango de la espada de Diana. Levanta la vista al cielo. Deja de llover.

 

-Tu padre..., ¿sabes qué me dijo que hiciera? Mátalos a todos, me dijo. A todos menos a mi hija. Prometeo no podrá cumplir con su deber, así que lo harás tú. Ninguno de ellos sospecha lo poderoso que eres, lo poderoso que yo te he hecho durante estos años. Oculta tu poder, engáñales y, cuando menos se lo esperen, acaba con ellos.

 

Las nubes se mueven en círculos. Rodean el escenario del drama.

 

-Y yo obedecí.

 

Esculapio entorna los ojos. Esboza una sonrisa.

 

-Porque Esculapio siempre obedece. Porque se le educó para obedecer. Porque se le dijo que era un médico cuando en realidad se le convirtió en una pesadilla viviente.

 

Busca en el cielo algún rayo de sol que se atreva a cruzar las nubes oscuras. No hay ninguno. Para él nunca lo hubo.

 

-Mientras vosotros reíais, a mí se me encerraba en el silencio; mientras vosotros veíais, a mí se me confinaba en la oscuridad. Tienes razón. Sólo soy un esclavo, un muñeco sin alma. ¿Pero quiénes sois los verdugos para juzgar a la víctima? ¿Quiénes sois para condenar su venganza?

 

Hace que Diana baje. Le acaricia el pelo.

 

-Créeme, Diana. Preferiría ser uno de tus amigos muertos antes que el ser que ahora te habla. Pero nadie puede huir de sí mismo. Nadie, por más que se esfuerce. ¿Crees que eres distinta de mí? Todos somos iguales. Todos hemos perdido lo que nunca tuvimos. La libertad.

 

Le da la espalda. Se va. Se dirige al monasterio para acabar su trabajo. La voz de Diana.

 

-Yo..., yo no soy igual que tú. Yo aun lucho por mi libertad. Yo nunca renunciaré a ella.

 

Esculapio se detiene. Su pelo blanco se mueve agitado por el viento. Se da la vuelta. Abre los ojos. Separa los labios. No es posible. No sucede lo que está viendo.

 

-No.

 

Diana se suelta. Se libera de la prisión en la que la encerró su mente. Se posa sobre la tierra mojada. Sus ojos son dos llamaradas de vapor de agua. Extiende el brazo y su espada vuela de las manos del mago a las suyas. Su trenza explota. Su melena oscura flota mecida por la brisa roja.

 

- ¿Qué necesito para que me creas? ¿Matarte?

 

Esculapio no tiene escapatoria. Sólo hay una manera de evitar que lo maten. Y es precisamente la que garantizará que lo hagan.

 

-Muy bien, mujer. Luchemos de igual a igual. A ver quién mata a quién.

 

Los dos adversarios. El silencio. La tarde. La llanura polvorienta. ¡Allá van!

 

¡Fuego, sangre, acero! ¡Muerte y libertad! Se golpean sin piedad en lo alto de los cielos, se destrozan el uno a la otra entre las nubes, se abren mil heridas. Diana le clava la espada en el brazo derecho, moja su acero con la sangre del mago, con sus músculos rotos. Esculapio la golpea con toda la fuerza de su puño, la hacer caer como una roca, la estampa contra el suelo. Diana se levanta de un salto y vuelve a caer. Se ha roto una pierna.

 

El mago pasa la mano sobre su herida. La cura al instante. Se pone en guardia. Sabe que Diana va a venir de nuevo a por él. ¡Y ya viene! La muchacha se propulsa dando un salto con una sola pierna. Impone la mano y el suelo se convierte en una cortina de polvo delante de Esculapio. El mago la busca y cuando la encuentra ya siente como el metal le abre el pecho, le roba la vida.

 

La velocidad de su ataque hace que Diana caiga contra el suelo rodando sin poder frenarse. Se levanta malherida apoyándose en la hoja de su espada. La sangre corre por su cara, por sus piernas, por su torso. Ve a Esculapio. Un charco oscuro junto a él. El mago vuelve a curarse. Hace desaparecer sus heridas, pero gran parte de su fuerza ya ha huido con ellas. Jadea sin control. Está cercano a desfallecer.

 

- ¿Es que no piensas morirte?

 

Los ojos negros viajan con el sonido. Aparecen junto a los azules.

 

-Después de ti.

 

La mano de Esculapio coge a Diana por el cuello. La eleva. La aprieta decidido a estrangularla. La espada de mango plata cae contra el barro. Sus dedos se clavan en la garganta de la muchacha. Sus ojos se abren rabiosos. Ya le da igual todo. Ya no le importan sus órdenes. Sólo quiere ganar. Matar a la mujer que sostiene en la nada. Liberar la venganza tantos años encerrada. Diana pierde el conocimiento. Fuego.

 

-¡¡Aaaaah!!

 

Esculapio cae de rodillas. Suelta a Diana. Dos pendientes de plata golpean inconscientes el suelo.

 

-Sabes que a ella no puedes matarla.

 

Quirón. El mago de la toga negra. Su báculo entre las manos. Esculapio no cree, no puede creer tantas cosas como pasan. Esculapio es la incredulidad. Primero un guerrero con ansias de libertad y ahora un mago que se atreve a luchar.

 

-Déjala a ella. Ven a por mí.

 

Esculapio consigue levantarse. Su espalda aun humea. Su rostro es el del cansancio. Pero no tanto como para no hacer caso a un amigo. Diana abre los ojos. ¿Qué ve? El mundo cubierto por una fina tela de seda. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Las transparencias nublan su vista. Escucha explosiones a lo lejos. Lo último que recuerda es su espada cayendo de entre sus manos. Le duele la cabeza. ¿Qué son esos ruidos? Intenta ver. Trata de descubrir el origen de los truenos y de su madre la tormenta. Una figura descomunal. No. Son dos. Una sujeta a la otra. Una golpea a la otra lanzándola contra el tronco arrancado de un árbol.  

 

Diana se arrastra por el suelo. Intenta levantarse. No puede. Le duele muchísimo la pierna. Siente frío en todo el cuerpo. La figura que continúa de pie se acerca a la otra. Cree que ya las distingue. La coge del cuello. Cree que ya sabe quiénes son. La otra no opone resistencia. Sus ojos están cerrados. Diana ya ve quién es quién. Diana se lleva las manos a la boca. Esculapio carga el brazo. Gira la cabeza. Descubre a Diana mirándole. Lo lanza. Quirón en su camino. Quirón abre los ojos súbitamente. Diana no puede cerrarlos. Sangre de mago. ¿A qué sabrá la sangre de mago? Quirón cae al suelo. Esculapio le ha atravesado el pecho. Esculapio le suelta. Diana le ve caer poco a poco. Le ve desangrarse a cámara lenta. Le ve morir delante de ella.

 

Diana no puede más. Diana necesita llorar. Diana llora. A Quirón le rodea la bruma. Tirado en el suelo gira la cabeza. Su mirada encuentra la de Diana, las lágrimas de Diana, la tristeza sin nombre de Diana. Respira. Se deja llevar. Sonríe sin saber por qué, sin importarle ya nada. La mente de Diana es un torbellino de recuerdos. La mente de Diana es un muro en el que aparecen las imágenes de sus amigos muertos, de su familia caída, de tanto amor como ha desaparecido. La mente de Diana da un salto. Vuela más allá de lo que a un ser tan joven le debería estar permitido.

 

Y los ojos de Diana se rompen en mil pedazos. Quirón pierde el sentido. Esculapio suspira agotado. Tiene el cuerpo destrozado. Y los ojos de Diana se rompen en mil pedazos. Se agacha. Le pone la mano en el pecho a Quirón. En apenas unos minutos habrá muerto. Y una gema aparece en su frente.

 

`` ¿Por qué? ´´

 

La voz de Diana es un susurro desdibujado en el viento. Esculapio levanta la vista. Contempla a la muchacha de los ojos de esmeralda.

 

-Cómo..., ¿cómo has hecho lo de...? ¿¡Cómo demonios has hecho para cambiar el color de tus...!?

 

El cuerpo de Diana manando luz blanca. El cuerpo de Diana pariendo viento caliente. El cuerpo de Diana levantándose aun y su pierna rota. De las nubes nacen relámpagos que se concentran en ella. Diana se eleva poco a poco.

 

- ¡Es imposible!

 

La muchacha sube, sube, sube. Su contorno se mezcla con el del aire que la envuelve. Su espíritu se une al de la vida que la rodea allá donde mire. Su alma se convierte en un milagro. Diana siente. Diana sólo siente. Los latidos de su corazón se escuchan en el mundo entero. Una motocicleta frena a lo lejos. Un muchacho baja de ella. Ve lo que pasa a cientos de kilómetros de dónde él se encuentra.

 

Esculapio asiste a aquello a lo que le dijeron que nunca asistiría. Un guerrero que ya no quiere serlo, que ya no lo es, que ha superado todas las barreras que de niño le contaron que existían, que ya no se las cree. Una mujer que ha ido más allá. Diana extiende los brazos. Diana se abre como una cruz. Los cuatro elementos recorren su cuerpo. La electricidad del universo surca su pecho. Diana sonríe. Habla con aquel que sabe que la está escuchando.

 

``Dime, Prometeo, ¿qué es la muerte para aquel que sabe lo que es el amor? ´´

 

Dos ojos verdes gritan desesperados. Dos piernas corren más rápido de lo que son capaces. Una pareja de alas aparece en una espalda. Un hombre enamorado se levanta del suelo y vuela. Vuela veloz como el viento. No quiere decirlo, no quiere sentirlo, se niega a que pase. No puede pasar. No puede pasar. ¡Es mentira que esté pasando!

 

La luz se concentra en el cuerpo de Diana. La energía que desprende envuelve la Montaña. Eleva los cadáveres de sus amigos. Inunda de vida al único que aún vive. Le protege de lo que va a pasar. Esculapio siente miedo. Esculapio pregunta y no encuentra respuestas. Esculapio no va a tener tiempo de arrepentirse de sus pecados. Diana ve una figura que corre en el campo de batalla, que huye de ella, que huye del destino que ya llega. Diana escucha a Prometeo volando hacia ella. Sus aleteos rítmicos, el batir de sus plumas tratando de detener el tiempo.

 

``La muerte no es nada…

 

Los ojos de Diana ríen. Los ojos de Diana son felices. Los ojos de Diana rompen las cadenas de aquella que no desea que en ella creamos.

 

Una broma.

 

Prometeo vuela con el sol a sus espaldas. Prometeo huye del ocaso, de la noche, de la oscuridad que siempre nos alcanza.

 

Una mentira que no merece ser creída. ´´

 

Prometeo alarga la mano hacia Diana. Prometeo toca a Diana. Prometeo moja con sus lágrimas a Diana. Prometeo va a llegar tarde. La Montaña tiembla. La tierra se abre. La electricidad quema el aire. Prometeo grita con todas sus fuerzas. No se le oye. Diana sonríe. Ha encontrado la libertad tanto tiempo buscada.

 

LUZ.


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