Fotografía tomada en el parque lineal de Crespo

Pequeñas y silenciosas ceremonias


Dejar un lugar, arribar a otro: las silenciosas ceremonias de las despedidas. Se amplía el foco y se revisan los recuerdos. Estás sentada de frente a esas imágenes, inundada de lo que viene, sintiéndolo todo, necesitando aire y espacio, pensando en el mar y en el ventanal de tu casa en la capital, trayendo del pasado frases todavía vigentes.

Tu madre y tu padre se han ido a llevarle alguna sopa a una de tus hermanos y te has quedado, como cuando eras niña, navegando cajones y recovecos de la casa. Antes de irse, has jugado con tu madre a las alhajas y has visto a tu padre tomar las aguas de hierbas a las que acostumbra.

Y como si el tiempo no pasara, ese ritual de quedarte entre sus cosas mientras vuelven es la renovación de los votos con la magia de la infancia: los libros amarillentos con fotos dentro, los vestigios de la vieja casa en Providencia, los cuarzos empolvados traídos de algún viaje, anotaciones en papeles sueltos y esa sensación -esa preciosa sensación- de un mundo que existe paralelo al que habitas y cuya realidad no pelea con el presente, todo lo contrario: lo ecualiza.

Entonces, más allá de las palabras, los viejos usos de la alquimia se hacen reales y vuelves a pintar algun mollo con tu padre o a preparar esquejes de cardón bañándolos en canela mientras tu madre te mira. Con eso, los colores al sol brillan de otra manera, vuelves a meterte en un valde vestida de gala para tu bautizo y el tiquete que te llevará a tu otra casa ya no es sino otro sueño al que irás con estos recuerdos que revives en un ensueño de mediodía en Cartagena. Algo tan sencillo como "pasar por el corazón" y ponerle lupa a lo que se ama desde siempre.

 


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