Foto: Michael Williams
ESCENA I
Una niña visita el mar por primera vez en su vida y desde entonces la inmensidad de ese mundo la atrapa para siempre, y desde aquel día se imagina que hay más allá de esa línea en el horizonte que divide el cielo del océano.
ESCENA II
Ella divisa un pequeño punto a la lejanía. No le presta mucha atención porque ha sido una ardua jornada de navegación que le ha consumido. Sin embargo, minutos después puede ver y oír los motores de una destartalada embarcación que se acerca a su velero llamado Papaya. Por un momento ha creído que la canícula y la salubridad de la inclemente costa de Somalia le ha hecho alucinar, pero al oír la voz atropellada de una lengua incomprensible de un hombre negro que le apunta desde el barco con un rifle es consciente que es víctima de algo que solo creía ver en películas: piratas. Son cuatro hombres, todos muy delgados y exigentes. Piden algo y ella no sabe qué es; no les entiende. Son cuarenta minutos de incertidumbre extrema, pero al final, después de ofrecerles comida y todo lo que podía llevar consigo, les muestra un antibiótico y con el lenguaje de señas les indica cómo tomarlo, y los hombres se tranquilizan y se van.
ESCENA III
La tinta azul circunda su cuerpo y sus tatuajes también parecen vertientes que se bifurcan por su cuerpo expuesto y entregado a ese homenaje que le ofrece al mar. Atrás un lienzo ha sido lleno con un poema que es también una declaración intenciones.
Barbara y sus posibilidades. Foto: Lessa Fleming.
Tres momentos muy diferentes de una vida, pero que tienen en común la actitud receptiva y proactiva al mismo tiempo de una mujer que desde muy pequeña ha pensado el mundo como el gran hogar por el que debemos luchar. Ella es Barbara Veiga, artista escénica, fotógrafa, oradora y curadora brasileña, quien ha dedicado buena parte de sus años a hilvanar los mares de la concienciación medioambiental con acciones impactantes y la sagrada cruzada por la preservación de los océanos. El viento de su compromiso ha soplado durante veinticinco calendarios, navegando junto a las famosas naves de organizaciones como Greenpeace, Sea Shepherd, y participando de actividades ambientales para Amazon Watch y otras legiones en la vanguardia del activismo mundial.
La tormenta de compromisos de Barbara por el medio ambiente sopla sin respetar fronteras. Un maratón de más de 85 países se ha convertido en su campo de batalla para defender causas indígenas, hacerse valer frente a la deforestación de los bosques y tomar por asalto la preservación de los océanos. Cada batalla le ha dejado un legado de aprendizaje y crecimiento personal, como quedó plasmado en su libro Siete años en siete mares, donde nos cuenta sus hazañas por los océanos, abriendo las puertas a la Liga de Mujeres por el Océano, un movimiento nacido de su impulso protector. A través de sus charlas, exposiciones y actuaciones artísticas, Barbara desafía a la sociedad a ver la conservación del medio ambiente como un acto de inspiración y creatividad, una conexión entre la humanidad y la naturaleza, entre nosotros y nuestro planeta.
Pero quien acepta un desafío también tiene que aceptar los riesgos, y Barbara no ha sido ajena a ellos, como en la segunda escena descrita en el inicio de este texto, cuando sintió toda su vida pasar por su cabeza. O también cuando tuvo que orinarse en sí misma al pasar encarcelada dos días sin agua ni comida en una isla del Caribe; su valentía se ha visto marcada por enfrentarse a retos extremos, en ocasiones jugándose la vida, con el fin de defender su causa. Sin embargo, la lucha por la concienciación ambiental no para, ella sabe y defiende que el acto es la forma más comprometida para un cambio. Ella lo sabe y lo gestiona, ya sea recorriendo los mares protestando, ya sea en sus charlas y performances, ya sea en sus fotos que atestiguan que los seres humanos nos hemos distanciado de lo esencial que es convivir con el mundo y sus seres..., en fin, Barbara es un ser de acción que se aferra a inspirar a la gente no sólo para que empiece a cuestionarse las cosas, sino también para que pase a la acción. De ahí, que hasta en los espacios y tiempos más relajados y festivos de su vida, como en la última celebración de su cumpleaños, en un parque de Lisboa (con ella ataviada, y sus más cercanos también con un estilo galáctico) siempre seamos testigos de una mujer siempre alerta a los desafíos, con una sonrisa y una actitud que siempre ve una brecha para promover un cambio.
Su energía contagia a unos y a otros; a todos aquellos que va conociendo por el mundo y que se sienten inspirados por su labor, como es el caso de Ana Paula Marques, portuguesa dedicada al área bancaria, y quien conoció a Barbara en clases de boxeo, “su historia de vida es fantástica, y la energía que transmite es una energía positiva”.
Es así, con empatía y voluntad que ella sigue explorando el despertar de la responsabilidad social y medioambiental, utilizando contenidos lúdicos para crear conciencia, aprovechando la producción de contenidos multimedia, empleando tácticas de guerrilla innovadoras para la conservación de los océanos y los bosques de forma amplia a toda la sociedad, pues si bien entiende que las políticas gubernamentales son esenciales para el cambio, también es consciente que día a día todos nosotros timoneamos el barco de nuestras prácticas ambientales; del grado de compromiso e intimidad que tengamos con la naturaleza, respetándola y admirándola, dependerá que las cosas realmente mejoren. De otra forma, así lo expresa: “Estamos condénanos”.
Ya los barcos del cambio por este mundo en crisis han partido. Uno de ellos los comanda Barbara, y todavía al horizonte sigue viendo e imaginando qué más se puede hacer para que las cosas cambien en ese viaje de la vida.
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