BUSETAS Y CIUDADANÍA


La buseta irá llena; no sé si sea apropiado utilizar esa nominación para ese armastrote destartalado. Aproximadamente unas veinte personas serán los pasajeros momentáneos desde el centro amurallado hasta el sitio de su destino. Algunos se quedarán en el trayecto; otros, soportarán estoicamente la estridente música de una champeta que hablará de irse donde las putas o algo por el estilo. Estarán algunos muy seguros, quién lo sabe, de llegar sanos y salvos hasta el barrio donde residen. El conductor será un joven, que porte unas gafas oscuras, un tatuaje muy especial- tribal le llaman- y unos aritos en cada una de las orejas que lo harán ser, según él, un “play boy”, hablará por su móvil de alta gama con alguna de sus tantas amigas. En el puesto contiguo irá una joven muy bonita, ataviada con un jean o un mocho bien ajustado, que le meterá conversación y le preguntará si no asistió a la presentación el domingo anterior de un Pick-up muy reconocido y publicitado por unas emisoras bulleras de este corral amurallado. No responderá y seguirá conversando y frenando cada vez que reciba la orden de su ayudante o “sparring” como le llaman a un sujeto en chancletas que va en la puerta principal del vehículo.
Este trasto tiene dos o tres ayudantes. Uno de estos es conocido como “El sparring oficial”, el titiritero según veo. Los restantes fungen como “sapos” o “llevaos”. Se ganan una que otros billetes con el tumbe al dueño de la buseta y al conductor cuando los pasajeros entran por la puerta de salida. Se vale de todo, dicen; hasta de hacer creer al conductor que son sus “causas” o “parceros”. Total, la buseta es un manicomio rodante. Si un pasajero llama la atención porque considera que se abusa de ellos, inmediatamente le recuerdan la madre, la abuela, la tía y le completan la dosis con una sarta de palabras soeces que sonrojarán hasta una monja del siglo XVII.
Pero, analicemos lo que sucederá en la buseta y asombrémonos que quien conduce no será el que lleva el timón, sino quienes se desempeñan como “sparrings” o ayudantes que van lanzando expresiones muy especiales: ¡recógelas!, ¡Entra ahí!, ¡Bien!, ¡Pilas ahí viene!, ¡Dale!, ¡El paraguas, tres segundo!, ¡Ya cayó!, ¡Aguanta!, etc, etc. Será ese individuo el verdadero dueño de la vía y sólo él será quien sepa del tiempo, los pasajeros que deberán ser recogidos y a quien del gremio hacerle la jugada para que se caiga y le puyen la cartulina de control de viajes o recorridos.
El conductor será una marioneta más de quien parece un loco saltando, corriendo, sacando la mano y queriendo subir a todo aquel que se encuentre esperando en la vía un vehículo para movilizarse. No sé si eso sea un oficio postmoderno o una actitud necesaria del ayudante del conductor o qué. Parece una respuesta anormal al grande problema del desempleo y subempleo que nos atenaza desde tiempo atrás.
Es necesario hacer un pare para que esto desaparezca de una vez de las calles y avenidas de la ciudad, así como la violencia verbal contra los usuarios del transporte público. Que haya ayudantes, no importa, lo que importa es que sea una persona educada y amable que no juegue con su vida ni con la de los demás. Asimismo, esto último será una alternativa para que desaparezcan las muertes trágicas de peatones producto de esta actitud anormal y salvaje de transportar pasajeros. Que estos comportamientos no sigan imponiéndose como tampoco la imprudencia y la falta de civismo de estos personajes del color local, quienes, auspiciados por algunos empresarios del transporte que no saben a quienes contratan para estas labores, aumentan el inconformismo de un servicio pésimo y abusador del ciudadano común.
De otra parte, también hay que analizar la oleada de comportamientos anti-ciudadanos que se eleva sobre la ciudad, sitiándola con actitudes violentas y salvajes que nos hacen mirar que hay una descomposición cívica, familiar, generacional, moral, ética y social arraigada más cada día en una de las ciudades otrora considerada remanso de paz y civismo. Sin embargo, el problema es de nosotros los ciudadanos y la forma como se ha impartido últimamente la educación familiar. La mayoría de los desadaptados o violentos han abandonado sus estudios o no han estudiado y sólo han recibido formación en la escuela de la vida. Vida de exclusión y de abandono que les ha vuelto la piel dura, además de hacerles creer que los otros son enemigos y hay que atacarlos hasta desaparecerlos. Quizás esos no sean justificaciones, pero habría que analizar la situación y comenzar a desglosar la forma para combatir este flagelo. Porque no todo lo popular es chabacano.
Ante eso ¿qué se puede hacer? es la pregunta para que, más allá de plantear el problema, se puedan ofrecer algunas soluciones sin atacar a las personas, sino al problema. Las cosas no están para seguir de brazos cruzados y dejar que se sigan construyendo comportamientos desnaturalizados.
El colorido local, la espontaneidad, la alegría y los dicharachos nada tienen que ver con esa forma vulgar que se naturaliza sin que haya intervención de los organismos gubernamentales de control ni organización ciudadana ni familiar que morigeren la problemática e intenten corregirla. En mi concepto, no valen ni cursillos de educación ciudadana, seminarios, talleres, investigaciones que se socialicen como recetas para este mal. No, lo que vale es entrar a educar a los medios difusores y transmisores soterrados de esos comportamientos. Medios que se dedican con su lenguaje a incendiar las pasiones y pulsiones de sus seguidores con vulgarismos y expresiones rayanas en la incivilidad, cuando su función debería ser la de construir ciudadanos para una sociedad equilibrada y sana en todas sus dimensiones.
No sé si es una utopía en una ciudad como Cartagena, pero creo que estamos por revisarnos y comenzar a avizorar maneras civilistas para fortalecer y preservar lo poco que queda de nuestra cultura e idiosincrasia caribeña.


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