Usar al otro, dejarse usar



Así como están las cosas hoy, el acto de "usar al otro" ha dejado de ser un comportamiento disimulado para convertirse en una práctica normalizada en múltiples contextos. Abiertamente, la gente usa a otros. Sin embargo, una dimensión igual de preocupante es “dejarse usar”, que refleja cómo, en un mundo donde todo tiene un precio, muchos aceptan ser instrumentalizados como parte de una transacción implícita.

En la sociedad actual, marcada por la búsqueda del éxito y la inmediatez, usar al otro (o dejarse usar) es como una moneda: un medio de intercambio ampliamente aceptado para facilitar el ascenso económico, consolidar un empleo, conseguir pareja, destacar en un campo o adquirir habilidades.

Esta dinámica evidencia un deterioro de aspectos humanos fundamentales como la empatía, el respeto y la dignidad. Según Byung-Chul Han, en la era del rendimiento, las relaciones humanas tienden a mercantilizarse, transformándose en intercambios calculados donde el valor intrínseco de la persona se sustituye por su utilidad o productividad. Así, no solo se usa al otro, sino que muchos se convierten voluntariamente en medios para fines ajenos, ya sea por reconocimiento, estabilidad económica o éxito profesional. Este es el aspecto más maloliente del ejercicio de la política.

Recuerdo cómo la hoy olvidada vicerrectora de una institución aprovechaba a sus profesores más cercanos para que le escribieran las tareas de su doctorado, en lugar de enfrentarlas por sí misma. Pero es de anotar que muchos se ofrecían voluntariamente para ayudarla con sus responsabilidades académicas, quizás buscando ganar su favor o por una falsa idea de compañerismo. Hoy, esa señora ostenta dos doctorados, además de los beneficios obtenidos de la institución misma, exprimiendo recursos y oportunidades en su favor.

De manera similar, me vienen a la memoria aquellas personas que siempre buscan a alguien más para resolver tareas simples o actividades que podrían realizar sin mayor dificultad si se tomaran el tiempo de aprender. Sin embargo, prefieren delegarlas, acomodándose a la disposición de quienes, por amabilidad o sentido del deber, terminan asumiendo esas labores. Es un reflejo de cómo en algunos espacios laborales se crea una dinámica donde el trabajo de unos sostiene la comodidad de otros, aún en las tareas más básicas.

Hace unos días apareció en mi pantalla una frase contundente de Noam Chomsky: "La ignorancia es la mejor aliada del control y la manipulación." Una afirmación tan breve como poderosa, que nos muestra con precisión cómo la falta de conocimiento se convierte en el terreno más fértil para el dominio y la sumisión.

En esta dinámica transaccional, “dejarse usar” puede parecer una estrategia para alcanzar metas personales, pero a menudo viene acompañado de una pérdida de identidad y autonomía. La escritora Brené Brown advierte que cuando las personas priorizan la validación externa por encima de su autenticidad, corren el riesgo de sacrificar sus valores y necesidades más profundas, deteriorando su bienestar emocional y sus relaciones.

Además, la normalización de estas prácticas desdibuja el valor humano. En un mundo obsesionado con la apariencia de éxito, lo que antes era inaceptable —como la explotación emocional o profesional— se torna cotidiano. Este fenómeno no solo deshumaniza a quienes son usados, sino que también degrada a quienes se dejan usar, perpetuando una lógica de vacío ético.

Reconocer esta problemática es el primer paso para revertirla. Solo valorando al otro y a uno mismo como fines en sí mismos, en lugar de medios transaccionales, podemos redescubrir el auténtico significado de la dignidad humana.


 


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