FOTO CLAUDIA PALACIOS EN EL FESTIVAL LAS LETRAS DE ELLAS

SEPTIMO ESPECIAL LITERARIO DE MUJERES 2025 - LAS LETRAS DE ELLAS


LA MAESTRA DE PRIMARIA - Yasmin Díaz Pérez


—¡Pareces un animal apaleado! 

Gritó enfurecida aquella mañana de agosto, la maestra Dalila. 

Era el año 1980, en un pueblo ribereño, en la región de la Mojana a orillas del río San Jorge. El sonido de la vieja campana escondida en la rectoría de la única escuela; anunciaba que era hora de empezar la clase de educación física; ese día a las 7 había ensayo de la banda de guerra. 

Por esa época no había muchas personas que se dedicaran a la docencia, es por ello que quienes estudiaba esta profesión le correspondía enseñar casi todas las materias básicas en las aulas de clases. Era el caso de la maestra Dalila, una mujer de tez blanca, ojos cafés y cabello rojizo, peinado de una forma impecable. Su fuerte era el área de naturales, geografía y español, pero para su desgracia, como solía decir, también era la encargada de Educación física de los alumnos de tercero.

Su misión ese día era enseñar los pasos de la marcha de la banda de guerra. Para ello organizó los niños de mayor a menor, en 4 hileras perfectamente alineadas.

En la última fila se encontraba Astrid, una niña de 10 años, tímida, su personalidad melancólica, pero de corazón muy noble; sus padres eran humildes pescadores. Tenía la mirada casi enterrada en el piso, triste, sollozando con un nudo de palabras atorado en la garganta, intentando tragarse la rabia para no faltar al respeto. 

Pero aquel grito de la maestra Dalila — ¡Pareces un animal apaleado! 

 Retumbaba en sus pequeños oídos y sin intención de detenerse, continuaba lanzando más frases hirientes. 

—¡No sirves para nada!, —levanta la cabeza, —¡mírate!, con ese uniforme rasgado, calzados sin lustrar y tu cabello desaliñado; me pregunto si realmente tengo vocación para la docencia, ¡tú colmas mi paciencia por completo! 

Mientras gritaba, le tocaba la barbilla de manera despectiva y de modo dominante, con un trozo de madera, plana, reluciente, que media más de 70 centímetros.

— ¡no tienes buena postura, niña! — ¡Me haces perder el tiempo! — ¡Ponte erguida! —Te daré 10 reglazos.

 Astrid temblaba, al imaginar sus manos rojas e hinchadas, por los golpes que le había ofrecido la maestra Dalila; ya lo había hecho antes con ella y otros niños. Sudor frío brotaba y empapaba sus dedos, la niña intentaba limpiarlos en su falda amarilla plisada, pero la maestra, al verla, acrecentaba su arrogancia y desprecio, a tal punto de quererla devorar con la mirada.

 

En una esquina del patio, a manera de apoyo, se encontraba Julio, el director de grupo del grado tercero, profesor de matemática y religión. Un joven compasivo y educado, quien sentía mucho aprecio por los niños de aquella región.  Muy indignado observaba a la maestra Dalila con los ojos desorbitados y las mejillas a punto de reventar de la ira, a los otros alumnos aterrados por los gritos y la pobre Astrid, que no pudo más y había roto en llanto desconsolado. Ya no le importaba abandonar el sueño de verse marchando con la banda de guerra, no quería desfilar por todas las calles del empolvado pueblo, en las fiestas patronales que se avecinaba. Solo deseaba correr a los brazos de su madre y sentirse segura, en su casita con techo de palma y paredes de bahareque

—No era justo, decía entre dientes… tener que aguantar más humillaciones

Y en un acto de valentía, levantó la mirada, frunció sus cejas, tomó aire y le dijo a la maestra Dalila, 

—¡me voy! 

Sin pensar las consecuencias del acto que estaba a punto de realizar, Astrid caminó unos pasos, dio la vuelta y como alma desbocada, se perdió rápidamente por los pasillos de la escuela, rodeados de plantas con flores de colores, sin mirar atrás; quizá para no ver el rostro asombrado del profesor Julio que no esperaba esa reacción, tampoco el de sus compañeros que quizá estaban felices por su gallardía y menos el de la despreciable maestra Dalila, que seguro suspiró aliviada, por no tener que soportarla más.

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Mi historia -Jarmila Vanegas echenique


Cuenta días

Días de alegría

Días de cadenas

Sombras de familia

Luces y alegrías

Mi historia

Cuenta guerra y paz

Sonrisas y llantos

Plenitud y trivialidad

Mi historia

Como muchas otras

Moldeada por   la vida

Dando a luz a amores

También tormentas

Mi historia

Cuando ayudo a otros

También es tu historia

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Cuando al valle volvieron las flores” - Adriana M. Rueda.


Si todas las tierras donde uno muere son benditas, entonces el valle es la más sagrada.

En aquello tiempos bendecidos por el terror, el anochecer era a las 4 de la tarde y el gallo no cantaba, lo sustituían el silbido de las balas. Los colores de la montaña se escurrían cuesta abajo, y el rio tenía el mismo color.

En aquella tierra sin frutos nació una flor, de cabellos ondulantes y pies de jaguar, abrazada por el sol y que bailaba como cajita musical al ritmo de un son.

Tambara Flora se crió en la escuela con su padre el profesor, aprendiendo a leer letras, tierra, cielos y semillas, desde pequeña entendía por qué los frutos ya no aparecían. Aprendió a comunicarse con las luces ante el terror de la noche y su consuelo era la conversación con las estrellas.

A los 8 años su padre no regresó, el pueblo entendió y ella calló. En su memoria, llevaba semillas en el cabello para llevar en trinchera, aprendió a correr sin activar desastres y aprendió a silbar como las aves. Su defensa eran los libros ocultos de su padre y su sonrisa brillante de esperanza.

A los 12 comenzó a enseñar a los niños a comunicarse con las luces, desde lo alto de su vereda –que quedaba en la cúspide- narraba cuentos en las noches con las luces para el pueblo, como una radio sin voz, los armados no entendían nada. En las mañanas se iba entre los árboles a enseñar, a leer, a cantar con los niños, como una subversora oculta.

Lo que no sabían los armados es que desde lo alto advertía al pueblo de su llegada, lo que daba tiempo de ocultarse, de esconder en el suelo la cosecha del día y la leche para el desayuno. Salvaba al pueblo cada noche.

Pero un día, esperando, no vinieron más armados, ni ese día, ni el siguiente, ni el siguiente a ese. De afuera solo llegó un mensaje: “Colombia y las FARC firman la paz definitiva en La Habana”. 

Flora no comunicó el mensaje con luces, sino con la algarabía más fuerte que alguna vez se había escuchado en el pueblo, salió con tambor al hombro, dejó de ocultarse, descansaron las montañas, el rio dejó de ser carmesí, y por primera vez en más de 50 años, vieron la primera flor salir.

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Romper el silencio - Aurelia Castillo


Me quedo callada ante tus insultos apasionados de infundados dolores sigue gritando mi inteligencia gritando que no soy quien siempre fui palabra de dolor inunda la conciencia de mi desterrada alma escalofrío cubre mi cuerpo quiero llorar más no puedo qué trabajo me cuesta mencionar tu nombre busco al hombre que amo no lo encuentro miro el cielo buscando la aprobación de Dios escucho tu voz en sabiduría en reclamo no te hice para hacer maltratada sí para estar junto a él amándolo cuidándolo por qué te quedas callada en ese momento grité ya basta escucha tu palabra de amor desajustada después de decir maldita dices que me ama no no entiendo quisiera entender pero no puedo no no entiendo y es que mi corazón partido no comprende que eso no es amor es un cuchillo entre mi costado 

El grito de la vida se me fue 

Griten las mujeres 

Griten los hombres 

Grita el mundo 

Ya basta ya basta no obstante al maltrato la mujer vive. 

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La guerra es un estado mental - Cathy Suzette
 

La guerra es un estado mental
cuando eliges luchar
día a día contra el mundo que te rodea.

Los pensamientos se convierten en un arma mortal,
todo podría ser un campo de batalla
y con el detonante perfecto,
las personas podrían ser el objetivo de tus palabras, disparos verbales,
ráfagas llenas de ira, tristeza, resentimiento,
los sentimientos se convierten en municiones letales
que has almacenado en tu corazón.

Prisionero de tu armamento,
terminas muriendo cada día,
víctima de tu decisión de vivir una vida como una batalla sin piedad.

Mientras vives en un estado de guerra,
Te niegas a rendirte
abriendo esa puerta una y otra vez,
aferrándote a sentimientos que te llevan a cavar tu tumba mientras estás vivo.

Puedes salir de ahí caminando,
sosteniendo una bandera blanca,
dejando atrás
recuerdos, sentimientos y remordimientos
que te impiden seguir adelante,
seguro de que la paz no significa que fuiste derrotado.

El dolor puede ser un sanador, si lo dejas entrar, el dolor puede transformarte.
Bajo la presión perfecta, el dolor puede convertirse en diamantes.
Haz un collar y llévalo con orgullo.

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MUJER REAL - Leyla Tobías.

 

Mujer, eres la brisa que sana,  

la voz que calma,  

el abrazo que cobija  

cuando el mundo duele.  

 

Eres agua que fluye,  

raíces que sostienen,  

fuego que transforma  

y luz que nunca se apaga.  

 

No eres perfecta,  

ni falta hace serlo.  

En cada herida florece tu fuerza,  

en cada lágrima se forja tu verdad.  

 

Eres madre, amiga, hija,  

compañera de batallas y sueños,  

eres ternura y tempestad,  

paz y amor.  

 

Mujer real, mujer infinita,  

sigues de pie  

porque eres vencedora  

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Tienes mi belleza en tu cabeza-Reinibeth Barrios

Tienes todas las palabras,
porque me dejas sin ninguna...
la tienes en ese enorme escrito en donde veo qué largo es tu aprecio hacía
mí...
Tienes todas las palabras,
pero me las das y puedo escribir:
Tienes mi belleza en tu cabeza y cuando me creo imperfecta, indeseable y no
quiero voltear a mirarme, tú eres el armario y me vistes con ella...
Tienes mi belleza en tu cabeza
Y a mí me gusta cuando te pones guapo
porque el día te imita y se pone igual
y a mí me gusta que el día nos copie en nuestra bondad para jamás llamarlo
mal día.
Tienes mi belleza en tu cabeza,
y cuando me la entregas diciéndomelo,
te la vuelvo a dar para que siempre haya una excusa para que me la devuelvas
y no pare nuestro encuentro.
Tienes mi belleza en tu cabeza, y el único motivo
de que la saques de tu mente es para entregármela, diciéndomelo...
Tienes mi belleza en tu cabeza,
y cuando llega alguien diciéndome que también la tiene sé que estoy en tu
mente y no le creo.
No te encuentro, no te encuentro,
Y los te extraños se me pierden buscándote en mi desespero.

Coloco un aviso de extravío con el objetivo de que lo veas; AVISO DE
EXTRAVÍO:
Se me salió un te extraño por la puerta de mis labios,
si usted lo ha visto, favor devuélvamelo.
A los minutos, llegas devolviéndomelo
y la recompensa te enriquece;

millones de abrazos te doy
y el mundo se pregunta cómo se puede ganar tanto amor, queriendo trabajar
por él..
Vengan a leer todo el silencio que hice;
es esta la voz de mi silencio.
Por su origen en el silencio, la poesía es muda pero yo le presto mi voz.
Él me escribió en silencio
y luego me dio voz.
Amante de las artes pero amigo mío,
cuando la humanidad se acaba,
gracias por convertirme en poema y salvarme.
 

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La discapacidad, no es mía- Cielo Skarly Contreras Silva

 

Esta historia está basada en hechos reales de la vida del autor.

El sonido de cada mañana era una mezcla de melodías entre pajaritos, grillos y
vacas. El canto del gallo en todo su esplendor se oía a lo lejos, acompañado por el
rebuznar de los burros, el tío José, con su rebaño, hacía su parte en esta sinfonía
matutina; el olor a café recién bajado del fogón de leña, que siempre mantenía sus
brasas en el patio trasero, llenaba el aire.
—¿Qué podría ser mejor que esto? —pensé.
La casa de paredes desgastadas y tejado antiguo, un poco roto, dejaba entrar los
rayos de sol. Ella caminaba pegada a las paredes; así se guiaba en cada rincón
de la casa. Sus ojos estaban apagados: "ceguera total", me dijeron. Aun así,
mami Meme tenía una visión clara de la vida y una determinación inquebrantable.
Recuerdo que cocinaba un caldero de arroz con machucao de ají, como si
alimentara a un batallón.
Yo me subía en los brazaletes de mi silla de ruedas y era su ayudante en la
cocina. En ese momento, mis ojos eran de ella y sus piernas eran mi apoyo.
—¡Qué buen equipo abuela! —le decía.
Ustedes no lo saben, pero ella fue capaz de criar a más de doce chicos. Ahora
entiendo por qué su rudeza.
—¡Gracias, abuela! —reflexioné.
En las mañanas sonaba el despertador:
—¡Levántense ya, se hace tarde! —gritaba mi abuela una y otra vez hasta que se
enfurecía y nos sacaba de la cama. ¡Ja, ja, ja! Pobre abuela...
Papá me alistaba para ir a la escuela. Hacía grandes travesías para lograr
mantener mi cabello en trenzas y, apenas salíamos, se deshacían con el viento.
—Ay, papá, tus días empezaban con las correndillas para atendernos y llegar a
trabajar — no sé como lo lograste, ahora puedo imaginar lo difícil que debió ser
para ti y sin embargo, siempre mantuviste la fuerza, y la ternura que lograba
desvanecer el dolor de aquella ausencia, siempre estuviste, tú, grande, sonriente,
y poderoso: Papá.
El lugar donde me dejabas era una escuela para niños como yo, me decías. Pero,
¿cómo eran los niños como yo? Siempre me pregunté, porque en verdad no
entendía esas cosas.

La profesora pasaba el tiempo cuidándonos y gritando: —¡Dejen eso, se van a
caer! ¡No corran! — Ja, ja, ¡ja! No parábamos de reír. No nos permitía jugar, eso
era molesto. Los adultos siempre decían:
—Esos niños están enfermitos, no van a poder.
Me preguntaba: ¿Qué será lo que tenemos? ¿De qué estamos enfermos? A lo
mejor es cierto y hasta contagioso debe ser, por eso los niños de afuera no
jugaban con nosotros. Eso pensé en aquel tiempo...
En vacaciones, la casa se armaba un lío: entre el corre corre de mis primos, los
gritos de mi abuela intentando controlarnos:
—¡Mariana siempre lleva la contraria!
—Habrá que hacer algo con esa niña, no logra entender el peligro al que está
expuesta —afirmaba mi abuela, mientras yo, fascinada, daba vueltas en mi silla de
ruedas.
Algunas veces fue difícil. La mirada casi acusadora de las demás personas cada
vez que salía de casa, el pánico en los niños cuando intentaba acercarme para
jugar. Casi me convencí de lo mal que estaba, casi creí que realmente era yo, la
“discapacidad”. pero entendí que el problema estaba en lo que se imaginaban los
demás, sobre lo que éramos o no capaz de hacer las personas con alguna
diversidad.
—¿Realmente estoy enferma? —me preguntaba.
Pero él siempre me hizo sentir útil. Siempre, de hecho, me dejaba más
responsabilidades que a mis hermanitos. Me enseñó que no había ni límites ni
excusas para hacer las cosas.
—Me transmitiste la fortaleza necesaria para continuar persiguiendo los sueños
aun cuando el mundo afuera era hostil. Me ayudaste a entender que el “mal” no
estaba en mí, y que yo debía dar siempre más porque era capaz de transmitir el
mensaje con mis acciones para que nadie más, nunca me rechazara por tener una
condición diferente. Te aprendí tanto... ¡Gracias, papá!

Un día me vi al espejo y dije:
—¡YO PUEDO!, claro que sí.
Pasaron los años y entendí que a veces hasta el amor limita, cuando te protege
tanto que no te permite ser.
—Por favor, ¡déjennos ser!

En ese tiempo era un sacrilegio que una mujer con “discapacidad” pudiese tener
una familia, parir, criar, ser feliz.
—¡TAMBIÉN PUDE! —grité al mundo.
Te parí, y ahora te tengo como mi amor más bonito, y sí, es cierto, fué la decisión
más compleja, arriesgada, pero a la vez, más maravillosa que tomé en mi vida.
Después de muchos años, Salí de casa con una misión:
—¡El mundo debe saber todo lo que sí podemos hacer!
Y hemos avanzado con estrategias que promueven los derechos de las personas
con discapacidad.
Hoy, ya no estamos detrás de un muro, separados de las demás personas.
No, no es fácil, aún el mundo es un poco agresivo, injusto, ignorante, pero
avanzamos en fé decididos la lucha continua, ¡sobre todo para quienes
entendemos que la “discapacidad” NO ES NUESTRA! Y que solo es una etiqueta
impuesta que no tenemos que aceptar, un rótulo utilizado en nosotros sin nuestro
consentimiento.

—Estoy dedicando mi vida a llevar este mensaje mundial de amor, paz y
reconciliación, porque con equidad, la justicia siempre triunfa.

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ME GUSTA LO QUE SOY - MARIA FERNANDA MERCADO ORTIZ


Me gusta la poesía simple, sencilla, esa que se percibe en el jugueteo del viento con las hojas de los árboles 

Me gusta la poesía que livianamente penetra el corazón y con aleteos de colibrí llega a tocar las fibras del alma

Soy esa poesía, la que a mí me gusta, descomplicada, descifrable, sensible y bella como el loto que embellece a lo que muchos rechazan, la verdadera vida

Me gusta lo que soy, la delicadeza de la lira que calma las angustias que encadenadas deliran

Soy poesía sin pesos obligados, poesía libre, poesía de mí 

Me gusta la poesía que se escribe en mi piel cuando me acuesto en la arena que sutilmente se humedece con el beso del mar

Soy la poesía que recita un bebé cuando sonríe al ver a su madre que lo arrulla en sus brazos y de su fuente de vida le da de comer

También soy lo que no puedo describir, el deseo infernal de un beso prohibido encapsulado en el tiempo

Me gusta la sencillez que llevo en mi virtud, la poesía hecha suspiro, el amor hecho letras, la vida hecha sentir

Me gusta bailar abrazada con el sonido de la unión de palabras, sus picos se unen con los míos, entrelaza sus dedos en mis cabellos, así me gusta la poesía, coqueta, sin miedo al colerizante amor, soy esa y me gusta lo que soy.

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LAS MANOS QUE TEJEN EL MUNDO - ADRIANA VILLALOBOS


El tiempo nunca ha sido clemente con quienes caminan en silencio. Ha trazado su historia con sangre, con piel marcada por la sombra de cadenas que nunca tintinearon, pero que se aferraron a los huesos con la crudeza de la costumbre.

Al principio, solo existían las manos. Manos que recogían el fruto de la tierra, que avivaban el fuego y tejían la piel de los recién nacidos. Manos que sostenían la historia sin reclamar su sitio en ella. Y así pasaron los siglos, con el viento susurrando sus nombres en lenguas muertas, borrando sus huellas de la piedra, dejándolas solo en la carne de aquellos que nacieron de su vientre.

La historia fue escrita con hierro y guerra, con nombres que resonaban en templos y salones de mármol, con promesas grabadas en papiros que nunca fueron para ellas. Pero ellas no callaron. Sus voces, al principio débiles como el murmullo de un río al alba, fueron creciendo. Primero en lamentos, luego en susurros, más tarde en gritos que perforaron la noche. Y entonces, la primera grieta apareció en la muralla que las condenaba al olvido.

Fueron acusadas de herejía, de locura, de desafiar el orden divino. Pero la verdad no entiende de cadenas. Sus cuerpos ardieron en hogueras que creyeron silenciarlas, sus labios fueron cosidos con miedo, sus pasos reducidos a cenizas. Y sin embargo, las cenizas se alzaron con el viento y cubrieron la tierra.

Con cada siglo, las llamas que intentaron consumirlas se convirtieron en luz. Se levantaron de los escombros de sus propias ruinas, reconstruyéndose con la paciencia de quien sabe que el tiempo es solo un verdugo efímero. Rompieron los muros con la fuerza de sus historias, con las cicatrices de sus batallas, con la memoria de las que nunca regresaron.

El mundo, antes sordo a sus voces, comenzó a escuchar. No por misericordia, sino porque su silencio se convirtió en un eco imposible de ignorar. Y cuando hablaron, la tierra tembló. Cuando exigieron, los cimientos se quebraron. Cuando reclamaron, el futuro se abrió ante ellas como un horizonte sin jaulas.

Pero la historia no es piadosa, y los siglos no olvidan. Aún quedan sombras aferradas a la piel del mundo, aún quedan manos que intentan encadenarlas con palabras suaves y promesas huecas. Sin embargo, ellas saben. Han aprendido que la libertad no se otorga, se arranca.

Y el futuro... el futuro es un tejido que solo ellas saben bordar. Un tapiz en el que sus nombres —aún sin ser pronunciados— están grabados con la tinta imborrable de su lucha. No hay vuelta atrás. El mundo ya no es un lugar que las contempla desde lo alto, es un lugar que construyen, destruyen y renacen cada vez que deciden no callar.

 

Porque han sido la raíz y la tormenta, la tierra fértil y el incendio.

Porque el tiempo ha querido borrarlas, y ellas han aprendido a ser eternas.

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Los que esperan - Dayana Rivera


 

Cuando se apagan las luces 

empieza tu verdadero sufrimiento. 

No he oído tu llanto, 

pero he imaginado tus lágrimas, 

las noches interminables y tus mañanas vacías.

Te preguntas qué sucede en tu cuerpo 

por qué te eligió a ti. 

Huele a antiséptico, 

sangre y cuerpos en descomposición 

tendidos sobre sábanas blancas. 

Cuestionas tu fe, 

temes enfrentar lo que hay después de la muerte.

Escuchas a los médicos y a tu familia

murmurar sobre tu vida, 

mienten y finges creer sus mentiras 

para aliviarles el dolor de tu partida. 

Entiendo tu rabia, yo también la siento, 

no es justo que se disemine en ti. 

Maldito cáncer, mil veces maldito.

No puedo soportar la idea de tu partida

no te vayas, 

quédate un ratito más, 

necesito seguir escuchando tu voz.

 

El tiempo allí no pasa, 

las paredes no tienen rostro 

y el tintineo de las llaves resuena hasta en tus sueños.

No hay amigos, solo treguas y compañía cuando conviene. 

Tú que nunca habías soportado el ruido, 

ahora esperas que nunca acabe, 

porque al anochecer el silencio acompaña tu insomnio.

Tu conciencia te reprocha hasta que se encienden de nuevo las luces 

y un dragoneante te pide que te levantes, 

incluso en esos días cuando quisieras morir asfixiado 

en el vaho y la suciedad que se desprende de esas sábanas 

que algún día fueron blancas. 

Los barrotes alargan la incertidumbre de esperarte.

 

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