"Pues, mi abuela nunca terminó la primaria y era muy buena gente", me señaló un profesor universitario que conozco haciendo la defensa de uno de los ocho congresistas de la comisión 7ª que hundió la reforma laboral, el de sombrero blanco; ese que todos conocen por no terminar la primaria.
Traigo esta anécdota para ilustrar cómo la democracia es frágil. A pesar del acceso sin precedentes a cualquier tipo de conocimiento, la política está hoy marcada por la desinformación y la manipulación. Ciudadanos sin conocimientos básicos sobre el Estado definen el destino de millones.
Gilles Lipovetsky, en El absurdo mercado del hombre sin cualidades, señala cómo el individualismo extremo y la comercialización han reducido la política a un producto de consumo. Los votantes, más que ciudadanos comprometidos, actúan como clientes que priorizan la emoción sobre la razón y la apariencia sobre el contenido.
Un riesgo actual es confundir el derecho a opinar con la capacidad de emitir juicios. Todo individuo puede expresar su parecer, pero no todas las opiniones poseen el mismo valor en la gestión de un país.
Es fácil amplificar discursos vacíos, privilegiando lo superficial y emocional sobre el pensamiento crítico, así el voto es una reacción impulsada por miedo, ira o falsas esperanzas.
La ignorancia beneficia a élites y vulnera mayorías. La falta de conocimiento sobre los sistemas económicos lleva a aceptar medidas perjudiciales. En muchos casos, los votantes terminan respaldando propuestas contrarias a sus propios intereses.
La democracia no se sostiene sola. Necesita ciudadanos informados, críticos y conscientes de su papel. Eso solo es posible cuando se piensa en el bienestar de todos y no en el de unos pocos.
Millones han perdido una identidad política sólida, convirtiéndose en consumidores de credos fugaces. Las elecciones se han transformado en un entretenimiento mediático, donde importa más la imagen del candidato que la solidez de su propuesta. El "hombre sin cualidades" no busca entender, sino adherirse a una marca política que le brinde una ilusión de pertenencia.
Si permitimos que la desinformación y la falta de criterio sigan moldeando la política, nuestra nación seguirá condenada a la injusticia y la decadencia.