El camino de las palabras y de los términos para llegar a su destino es largo y culebrero. Y así fue el camino de una palabra dulce, que nos es cara a todos los ciudadanos de este país: Colombia. Hasta donde sé, Colombia fue una creación del precursor de nuestra independencia Francisco Miranda, un venezolano que soñaba en grande. Tan grande que su sueño de Colombia nacía al norte de California y llegaba a la Tierra del Fuego, incluyendo todas las regiones del continente y de las islas donde se hablara español. Vale decir la mitad y más de las Américas. Quedaban por fuera las colonias inglesas, francesas y portuguesas. Todo lo demás era, como debía ser, Colombia.
Pero, el origen del término no era español sino inglés y estaba referido no a las colonias españolas sino a las inglesas del norte de América. “Columbia” en honor a Cristóbal Colón (Christopher Columbus, en anglo) apareció por primera vez en 1738 en un poema de Samuel Johnson titulado “Londres”. Años después, Philis Wheatley, una mujer esclavizada liberta, lo usó en su poema “A Su Excelencia General Washington", y fue leyendo este poema donde Miranda se topó con el término y lo hizo suyo castellanizándolo: Colombia. Pero, el héroe caraqueño no se contentó con el nombre, sino que le adicionó una bandera con tres tonos: amarillo, azul y rojo, los tres colores del piojo. Sobre el origen de los colores hay diversas teorías: la más popular es, quizás, la más chimba de todas. El amarillo por el oro, el azul por nuestros mares y el rojo por la sangre de los patriotas; y la más sensual, seguro también chimba, está relacionada con Catalina La Grande con quien se supone Miranda sostuvo amores. El amarillo por el rubio pelo de la zarina, el azul por el color de sus ojos y el rojo por sus labios ardientes. Hay otras teorías menos imaginativas, y probablemente más reales.
Años después, La Convención de Angostura de 1819 dirigida por Bolívar adoptó el nombre de Colombia para un sueño menor que el de Miranda, pero más concreto que se cristaliza en otra convención de 1821, la de la Villa del Rosario de Cúcuta: la unión de la Nueva Granada, Panamá, Venezuela y Ecuador. La concreción del sueño duró poco, nueve años hasta 1830.
Hoy no tenemos la gran Colombia de Miranda, tampoco la menos grande de Bolívar, ni siquiera la más reducida con la que empezamos en siglo XX sin Panamá, pero el sueño continúa, esperando ser vuelto vida, vuelto nación, vuelto grande.