Colombia despertó este lunes 11 de agosto con una noticia que sacudió al país: el fallecimiento del senador colombiano y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, dos meses después de haber sobrevivido a un atentado durante una actividad pública en la localidad de Fontibón, en Bogotá.
La confirmación de su fallecimiento no solo trae luto, sino que revive una sensación de desesperanza: la de ver partir a un hombre que se convirtió en un símbolo y que parecía tener las formulas mágicas para resolver este caos de país, para ser una vez más, un vocero del pueblo colombiano. Una promesa que, como tantas otras, queda inconclusa por el simple error de soñar un país mejor.
La partida de Miguel deja un vacío justo en el momento en el que Colombia afronta desafíos profundos: la desconfianza ciudadana, el desgaste de las instituciones y la violencia política que, lejos de disminuir, parece aumentar cada vez más. Uribe Turbay con sus argumentos— aciertos y desaciertos —, representaba a una generación joven que buscaba activamente un nuevo rumbo para el país. Su voz, incomoda para algunos sectores, fue la prueba de que el debate político todavía podía ser plural.
Hoy, su muerte nos recuerda que la democracia no solo se construye en las urnas, sino que exige garantizar que sus líderes puedan ejercer sus funciones sin miedo a ser silenciados. Y a los cobardes que lo mataron, les digo: la vida está por encima de cualquier ideología, aunque parece que ustedes no lo comprenden. Surge entonces una pregunta inevitable: ¿Qué podemos hacer para que las ideas sobrevivan más que las balas? Colombia necesita a un líder que sea el vocero del pueblo colombiano y no tenga miedo de pronunciarse. Pero, tristemente, los bandidos resultan ser más inteligentes: los asesinan y el país se queda solo. Ojalá pudiéramos hablar de todas esas víctimas que han dejado esta violencia, pero muchas, por no pertenecer a un “rango superior“ jamás son conocidas, porque no tienen quien hable por ellas.
Tal vez honrar la memoria de Miguel no sea únicamente para recordarlo, sino que comprometernos a no permitir que la violencia y la injusticia sigan escribiendo nuestra historia. Hoy no solo despedimos a Miguel Uribe Turbay; despedimos, también a una oportunidad de cambio. Si no aprendemos de esto, la pregunta seguirá abierta: ¿Y ahora que le espera a Colombia?