Las bocas del silencio, mi novela


Cuando niño, mi mamá quería que fuera escritor. Por eso me regaló mi primer libro: Mujercitas, de la norteamericana Louisa May Alcott. Quedé enganchado. Desde entonces leo casi todo lo que cae en mis manos: desde grandes libros hasta otros no tan grandes. Las lecturas, como todo lo humano, vienen en una cantidad increíble de empaques, colores, sabores y tamaños.

Para satisfacer el gusto de mi madre, empecé, a los catorce o quince años, a escribir una novela. Ella se entusiasmó y les contó a todas sus amistades que tenía un hijo escritor. Si recuerdo bien, más allá del mero título llegué apenas a la cuarta o quinta página. Después de mucho pensarlo, decidí que aquello era un bodrio e hice lo justo: desaparecerlo. A mamá le ocasionó una pena no tener un hijo escritor. Tampoco lo tuvo marino, siguiendo los pasos de nuestro padre, el vicealmirante, ni cura, a pesar de las múltiples apariciones de la Virgen en sus sueños. Los cinco hijos tomamos otros senderos.

Hoy, cuando mamá ya no está, se me alborotó la escribidera y, a falta de una, tengo cinco obras terminadas o en trance de terminarlas. Una de ellas, la novela que lleva por título Las bocas del silencio, me sacará del clóset como escritor virgen —no publicado— en noviembre de 2025. De eso se encargará, si todo funciona bien, la joven editorial Yarumo Libros.

Escribir esta, mi primera novela concluida, me llevó cinco años. En distintas ocasiones me he preguntado por qué a los quince las palabras no fluían, la trama no se concretaba, los personajes no funcionaban. Hoy, a mis setenta y seis, creo haber encontrado la respuesta: yo no solo no era yo, sino que estaba lejos de serlo. Hay escritores que lo son desde muy jóvenes; otros, un poco más adelante; y otros, como yo, que solo lo somos casi al final de la vida.

Ese yo final se refleja en la estructura de la novela, que no es, ni de cerca, lineal; en el talante de los personajes, que van surgiendo libres, sin talanqueras y, en ocasiones, sin nombres; y también en los diálogos, que se parecen a los que desde siempre empecé a construir en mi cabeza para enfrentar, o al menos intentar hacerlo, las distintas situaciones que me planteó la vida.

En la novela he intentado mezclar dos cosas que han sido claves en mi vida: una desde siempre y otra más reciente. La primera, la libertad de crearme a mí mismo, que fue el don que nos dieron nuestros padres a mis hermanos y a mí. La segunda, la historia, que me encontré hace siete años, cuando me vine a vivir a Cartagena de Indias. Las bocas del silencio solo podía escribirse en entera libertad, liberado de las constricciones y responsabilidades del empleo; y solo podía escribirse en la Reina del Caribe, donde todo pasó, todo pasa y todo pasará.