La conservación de los manglares en los caños y ciénagas de Cartagena es un asunto vital, desde la perspectiva científica y social. Estos ecosistemas son reconocidos por su papel en la mitigación del cambio climático, ya que capturan grandes cantidades de carbono azul, además de servir como barreras naturales frente a inundaciones y erosión costera. Investigaciones del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (INVEMAR) y universidades han demostrado que los manglares de la Bahía de Cartagena albergan una alta biodiversidad y son esenciales para la reproducción de especies marinas y aves. Su degradación representa una pérdida directa en resiliencia ambiental.
Desde la mirada comunitaria, la percepción sobre los manglares ha cambiado gradualmente. Antiguamente eran vistos como lugares insalubres o zonas “de desecho”, pero gracias a la educación ambiental y al contacto cotidiano, muchas comunidades han aprendido y defendido su valor ecológico y cultural. Pescadores, líderes barriales y estudiantes comprenden que estos bosques son aliados naturales contra el deterioro costero y la inseguridad alimentaria. No obstante, persiste una brecha entre el conocimiento tradicional y la acción colectiva efectiva, especialmente en zonas aledañas a caños y ciénagas como Juan Angola, La Virgen o Las Quintas.
No podemos olvidar que todas las acciones ambientales fragmentadas y, en ocasiones, más mediáticas que estructurales, generarán críticas desde varios sectores sociales. Dichas críticas apuntan a la falta de continuidad en los proyectos y al mal manejo de los residuos sólidos que regresan tras cada jornada de limpieza. Peor aún, la eliminación de cobertura arbórea en las orillas —como ha sucedido en sectores del caño Juan Angola— ha destruido zonas que estaban en proceso de regeneración.
Esa tala injustificada, muchas veces bajo argumentos de “embellecimiento” o “recuperación paisajística”, contradice los principios de conservación biocultural. Algunos reportes ciudadanos han denunciado la acción de personas que cortan los mangles jóvenes o arrojan basura donde se habían hecho siembras. Es urgente que las autoridades capturen y sancionen a quienes destruyen lo recuperado, pues su actuar no solo daña la naturaleza sino el esfuerzo colectivo de años. La impunidad en estos casos estimula la repetición y erosiona el sentido de pertenencia comunitaria.
Por ello, la protección biocultural en Cartagena debe asumir un nuevo enfoque. Ya no se trata de “redoblar esfuerzos” ni de sumar pequeños aportes, sino de diseñar políticas de impacto real y sostenido frente al cambio climático. La restauración de manglares no puede depender de campañas ocasionales, sino de una gestión integral que una ciencia, ciudadanía y gobernanza local. Cartagena necesita una visión que entienda que cuidar los manglares no es un acto simbólico: es una estrategia de supervivencia ante la crisis climática que ya golpea sus costas. Una realidad evidenciada y grave en todos los sentidos.