Nunca me había provocado hacerlo, ¿cómo con ese olor?, pero mi curiosidad pudo más.
No digo que sea el mejor de los planes o aquel itinerario para invitar a alguien que se quiere impresionar, pero sí resultó un ejercicio que sobre-estimuló mis sentidos y puso en jaque mis prejuicios.
Mi cuñado y mi hermana Isabel siempre han sido personas con mucho don de gente, de esos a los que no les importa meterse en cualquier “chuzo” si los chicharrones con yuca están buenos. Una tarde me hablaban de un pescado frito con características muy criollas y evocaban a la mítica Socorro, que deleitaba los paladares de todos los estratos en Bazurto, la popular plaza de mercado cartagenera.
-Aja ¿y ese pescadito dónde me lo puedo comer?
-En Bazurto
-¿En algún local?
-(risas) no, por la avenida del Lago.
-¿Ah?
-Sí, y ni te imaginas toda la gente que va a comer allá. Todo el mundo, no importa cómo estén vestidos. Desde el más ¨"copetudo" hasta el loco.
-Sí, supongo, pero temo una leptospirosis.
-Naaaaa
Y allí llegó el reto. Ambos, muy carismáticos y con risitas de burla me invitaron a desayunar allá, junto a los pescados frescos y gallinas criollas, sentada en tablas y con la nauseabunda Ciénaga de las Quintas de testigo.
Mientras caminábamos por el pasillo de suelo chicloso, una corte de calderos hirvientes nos hacía calle de honor: a mi derecha había cerdo guisado, arroz de mariscos, sopa de pescado, salpicón de pescado, patacones, entre otros, y por la izquierda mis ojos se abrían al ver tanto arroz con coco, yuca, pescados fritos, carne en posta, y sancocho de costilla… eran las 8:00 de la mañana.
Nos sentamos en una mesa algo pegajosa a causa de la mezcla de los residuos de comida y jabón. Hicimos el pedido. Comeríamos pescado frito con yuca.
Los platos eran hojas de bijao (muy ecológicos pensé consolándome, porque honestamente esperaba platos) y antes de que pidiera los cubiertos mi hermana me indicó que era con la mano.
¿Delicioso? Es innegable lo bueno que estaba, acompañado con agua de panela con bastante limón, servida en los vasitos en que viene la mermelada.
Al comienzo era bastante incómodo, debo admitirlo. Eran muchos olores contrastando y mi nariz estaba enloqueciendo, y a eso se sumaba la sensación de inseguridad.
En una mesa contigua había otra familia, con aspecto de financieramente “acomodada”, y diagonal a mí, un loco. Sus harapos, pelo enredado, dientes podridos y desaseo me hicieron sentir bastante aturdida, pero fue peor cuando me miró a los ojos, y mientras yo pensaba en lo desagradable que era, me regaló una sonrisa, de esas nobles y honestas. Me sentí una rata, de las que seguramente me pasaban cerca y pensé en quién se sentía más incómodo u honrado.
Después de la comida pregunté dónde podía echar la basura, y ese lugar era justo a mis pies, en unas canastas de plástico (como las que usan para transportar las bolsas de leche). Cada quién arrastraba desde la mesa su “plato” y lo echaba en ellas.
Procedí a buscar un sitio para lavarme las manos. Había dispuesta una taza llena de agua jabonosa, y casi que cerrando los ojos metí las manos y las sequé con una toalla roja, no sin antes olerla intentando disimular para que no me vieran hacerlo, pero Isabel me pilló. Olía a recién lavado, y agradecí haber llegado temprano.
Caminamos al carro, y con mi ropa impregnada de un fuerte olor a humo estuve todo el camino a casa meditando en lo vivido.
Recordaba a mi sobrinita (una niñita traviesa e inocente que ha tenido todo) comiendo a pocos centímetros del loco, la suciedad del sitio, la calidez de la gente, las sonrisas blancas y amables de las negras cocineras que meneaban las cucharas con sus brazos rollizos, la sonrisa del loco, lo injusta y desigual que es la ciudad, lo delicioso de la comida, las bacterias que podía tener, ¡lo inmunes que somos a Bazurto!, como lo dirían alguna vez unos amigos en la universidad.
A veces lo que más odiamos es lo que más se parece a nosotros, y estar sentada en una mesa improvisada cubierta con un techito de plástico que goteaba agua (quisiera pensar que producto del rocío de la mañana), me hizo caer en cuenta de eso. Bazurto en sus entrañas es Cartagena.