No se trata de demeritar la importancia, desde ningún punto de vista, de las tendencias mecanicista y tecnologizante que subyacen en todas las actividades de la cotidianidad, sino al uso, al abuso que se le ha dado y a la trascendencia que se le está ofreciendo a unas de las tantas formas del conocimiento del hombre en la educación del nuevo siglo ¡Quizás sea la característica de esta época! ¡Qué nos comunicamos en milésimas de segundos; que si no fuera por los aparatos tecnológicos el hombre y la sociedad estuvieran en el siglo XIX! ¡Qué la medicina, qué las comunicaciones, qué esto, qué lo otro! No, no se niegan esos adelantos. ¿Pero a costa de qué?
Muchos han sido los avances que el hombre ha creado en muchas esferas de la realidad que, inicialmente, surgieron de mentes creadoras de la literatura y del cine. Es decir, fueron primeramente productos intangibles de la capacidad imaginativa y creativa de quienes en raptos febriles se inventaron aparatos sofisticados que hoy tenemos materializados y al alcance de la mano, así como se imaginaron espacios impensables por descubrir.
Entonces. ¿Qué importancia puede tener la formación humanística en una sociedad donde el utilitarismo del conocimiento es la panacea para salir del anonimato y poseer poder económico y financiero? ¿Es aceptable que las sociedades se hayan quedado rezagadas en el estudio crítico de las problemáticas sociales por embarcarse en una carrera voraz mercantilista y materialista transvasada por las tecnologías? No se puede tener una respuesta ni tampoco una solución práctica a tan complejas preguntas, pero sí unas aproximaciones que permitan, así sea mínimamente, proponer posibles soluciones para no quedarse únicamente en los señalamientos. Se plantean algunas percepciones a partir de la reflexión urdida cuando se analiza nuestra realidad concreta, la educación escolar en su cotidianidad.
La realidad es contundente y descarnada. Grandes construcciones de edificios, avenidas y represas que desvían ríos son la consolidación de la cultura del cemento y el acero. Individuos insensibles que dejan morir en la puerta de los hospitales a personas por no tener un carnet o no poseer el dinero requerido. Empresas nacionales y multinacionales que degradan la tierra para arrancarles sus riquezas. Empresas de la salud creadas para lucrarse sin importar la vida de los más necesitados. En fin, a eso le llaman progreso y desarrollo. Se excluye a las comunidades, invisibilizàndolas y ofreciéndoles migajas del ponqué del desarrollo ¿Tendrá nuestro sistema educativo un alto grado de culpabilidad cuando no existen lineamientos claros y una política de Estado que prescriban la formación humanística como eje esencial en la educación de niños y jóvenes? ¿Y si existen, por qué tanto profesional sin un grado de sensibilidad humana, ética y estética? ¿Dónde estarán las fallas?
Hoy son pocos los espacios y oportunidades para que la mayoría de los ciudadanos puedan disfrutar la naturaleza y los beneficios del progreso del conocimiento. No hay oportunidad para ello y si existe no se puede acceder. El ser humano y su bienestar no producen riqueza. Una muestra fehaciente de la hegemonía que posee lo material ante lo humano; de la inversión de los valores.
Asimismo, es bueno analizar que en todas las esferas socioculturales, los nuevos profesionales, formados en sus áreas disciplinares con lujos de detalles, pero mal formados en elementales principios cristianos y humanos, olvidados de sus responsabilidades sociales, morales, espirituales y éticas, salen al mercado laboral con la idea de llenarse los bolsillos en el menor tiempo posible sin importarles sus semejantes. Pareciera que el camino hacia la autodestrucción del hombre y la sociedad estuviera llamando para acabarse definitivamente. Ahora, es más importante un gran edificio que la construcción de parques con canchas, lagos y alamedas que le den la oxigenación a las ciudades y les permitan un mejor nivel de vida a sus asociados. Los parques naturales y los bosques son talados sin que haya políticas sólidas e inviolables de re-forestación que obligue a los depredares a recuperarlos.
La poca importancia en la formación humanística en escuelas y universidades de la sociedad capitalista globalizada imposibilita que exista un verdadero espíritu dialógico entre los ciudadanos. Las respuestas violentas cuando se presentan los conflictos es la constante; también se ha coartado el incremento de las ideas y las verdaderas prácticas democráticas por mucho de que se hable reiteradamente de ellas. Se persigue al contradictor y se acaba con él por sus opuestas ideas: ¡Si no estás conmigo, eres mi enemigo y tengo que desaparecerte! Asimismo, es común la intolerancia a las diferencias religiosas, políticas y sexuales. Se cree que la tolerancia y el respeto de las diferencias son unas exigencias, pero no una condición de civilidad. Han sido cercenadas y son pocas las sociedades donde se practican.
Para muchos, en estos tiempos del dinero y la corrupción, estudiar la ciencias humanas, que no producen dividendos económicos, es cuestión de anquilosamiento ante los avances de la técnica y la tecnología, las cuales le han permitido al hombre llegar a donde se encuentra actualmente ¿Sin embargo, dónde quedan los principios morales, éticos y altruistas de la especie humana por el respeto a sus congéneres y a la naturaleza cuando se le da mucha preponderancia al dinero, al desamor, a la guerra y a la violencia? Esta parece ser la pregunta que muchos nos hacemos. Según “Unas humanidades con futuro”, presentado por un grupo de intelectuales de Cataluña “Hoy, las humanidades resultan poco atractivas, son consideradas un legado arcaico que poco o nada tiene que ver con los dilemas éticos, políticos y sociales de nuestra época”. Pareciera que la sociedad no hubiera salido de la minoría de edad ni hubiera llegado a la tan anhelada ilustración de la cual hablaba Kant. Pues, esa minoría de edad o incapacidad del hombre de valerse de su propio entendimiento, es lo que prima entre los individuos que se dejan direccionar o guiar por el otro de manera acrítica, importándoles su autonomía y libertad.
No ha habido un equilibrio entre el interés que se le ha puesto a la ciencia, la técnica y la tecnología con el de la educación humanística en la sociedad capitalista, a pesar de que no puede haber desarrollo científico, técnico y tecnológico sin la intervención de la reflexión crítica del hombre y sin el crisol de los principios éticos y morales. Pues de nada vale tener a un científico, técnico o tecnólogo que mire con desdén a sus semejantes, importándole más el dinero que la vida y la existencia de la raza humana, pues esa actitud sería la negación del conocimiento.
En muchas instituciones de formación escolar desapareció el estudio de las humanidades y surgió un empobrecimiento del pensamiento y la reflexión. Una pereza lacerante penetra las carnes del entendimiento, permitiendo que no se mire más allá de la mediocridad. Igualmente, existe una incongruencia entre el discurso ético y la práctica real del mismo, factores que han permitido la sumisión de los individuos y la manipulación de sus conductas y comportamientos. ¿La educación y la escuela son cómplices de esto? En la gran mayoría de los ciudadanos se ha acrecentado el analfabetismo funcional, que ha permeando la cultura y la sociedad en general. Se han invertido los valores socioculturales; ya la ética, la estética, la religión, la literatura, la filosofía y la epistemología, entre otras ciencias humanísticas, desaparecieron de los discursos académicos para darle paso a la frialdad utilitarista de las máquinas inteligentes y el pensamiento descriteriado. Todo está automatizado, hasta las conversaciones de los amigos. A la gran mayoría de países llegan los últimos avances tecnológicos y científicos de los centros hegemónicos del conocimiento.
La educación y su sistema alienador muestran un desinterés por la formación humanística, desconociendo su importancia en la construcción de una sociedad más autónoma, libre, soberana, feliz y humana. No se enseña al educando a mirarse críticamente, a valorar y valorarse como tampoco a discernir con criterio propio para orientarse en este mundo lleno de signos y símbolos propiciadores de la enajenación.
En fin, debería haber un equilibrio entre la enseñanza de las humanidades con la ciencia, la técnica y la tecnología donde los saberes dialoguen interdisciplinariamente sin olvidar sus perspectivas. Las artes liberales, como la llaman en algunos países, deben hacerse presentes en los currículos de las carreras técnicas, tecnológicas y profesionales. Pues, “las ciencias necesitan las humanidades, y las humanidades no pueden desvincularse de la ciencia “. Y en esa perspectiva o alternativa de solución los medios deberían cumplir, como se ha afirmado reiteradamente, un papel catalizador en la humanización a través de la formación humanística, de hombres y mujeres de la época. Rescatar del olvido la literatura, la filosofía, la música, la danza, la pintura y el teatro, no desde la superficialidad como hasta ahora se ha hecho, sino desde la práctica profesional de quienes si saben de esto.
*Docente de Lengua Castellana y Literatura del Distrito de Cartagena en la Institución Educativa Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y de Comunicación oral y escrita de la Fundación Universitaria Tecnológico Comfenalco-Cartagena.