¡Y llegó el circo, el gran circo!


Para nadie era un secreto que el periplo circense se cumplía cada cuatro o tres años; puesto que,  llegaba con su música estridente, pregonando a los cuatro vientos lo más gaseoso que pudiera construirse con las palabras y los gestos. La fecha no importaba, pues siempre la acomodaban a sus intereses particulares. La anestesia general ya la habían puesto con los consabidos jingles radiales y las pautas publicitarias en la prensa escrita. Esa era la forma lúdica de condicionar las masoquistas costumbres de un pueblo adormecido  sin iniciativa ni aprecio, que inmerso en el jolgorio, el ron y la rumba, sólo esperaba la menor oportunidad para aprovecharse de la llegada del circo para hacer de las suyas.

 

El circo. El gran circo llega con su música y colorines arrastrando tras de sí a un montón de advenedizos y oportunistas que buscan el beneficio personal. No es para menos, detrás de él un caudal de dinero se precipita como creciente de río desbocado sin que nada ni nadie haga algo por contenerlo. Así es este circo.

 

Hoy, entre jóvenes y ancianos, hay una complicidad soterrada y, lanzando sonrisas socarronas, ven a los payasos, volatineros, contorsionistas e ilusionistas con el mismo escepticismo de siempre. ¿Será verdad lo que pregonan para esta función? Es la pregunta que se repiten cuando ven llegar a los representantes del circo en sus lujosos carros cuatro puertas, que con maletines llenos de dinero e ilusiones comienzan a endulzar almas y corazones.

 

Este circo no promete sangre, como el circo romano, dice el más viejo. ¿O tal vez sí? ¿Quién sabe? Se interroga como queriendo excusarse con los demás. Pero, están seguros que los números en esta oportunidad serán la transmutación de billetes en nada y el juego del “mete-manos”.  Verdaderos expertos del engaño,  la ilusión y la prestidigitación son los integrantes de este gran circo.

 

Los más ilusionados y crédulos  se empeñan en volver a creerse el cuento de lo que dicen los payasos y malabaristas del circo. Pero hay otros, los mismos de siempre, los contorsionistas, los que acolitan y succionan del tubo madre las mieles de un dinero mal habido. Ven, en cada una  de las funciones cuatrienal,  la oportunidad de seguir amangualados con los dueños mayores del circo para sacarle provecho a los incautos. Ese es nuestro gran circo.

 

Cabe destacar que, aunque en sus orígenes, el circo estuvo ligado a la expresión corporal, ahora está más cerca del engañoso verbo de púlpito sacrílego,  adornado con frases que combinan palabras, hipérbaton y retruécanos retóricos que dicen mucho, pero no significan nada. Un circo que intenta mantenerse a pesar de los años. En él se ha detenido el tiempo. Los payasos más viejos salen con sus estupideces chistosas y, creyéndose escuchados atentamente, creen que los han comprendido. Pero, la gente que no como cuento ni carne durante largos meses, ni se preocupa por escucharlos, se ríe únicamente para hacerles creer que aún los recuerdan. ¡Pobres payasos!

 

En este circo los malabaristas, acróbatas y saltimbanquis van con disfraces  multicolores; colores  difíciles de identificar, colores camaleoneoscos. Algunos, ya conocidos por sus reiteradas funciones circenses,  se cambian de disfraz, creyéndose los centros de atención. Son pobres payasos que vienen con la ilusión de convertirse en los salvadores de la función central. Hoy se visten de rojo, mañana de azul o al siguiente día combinan los colores, haciendo que, cuando el espectáculo comience,  sea difícil  identificarlos. Pero ni los niños más pequeños les prestan atención. Para mí, el circo cuatrienal, no es más que uno de los tantos  espectáculos que vivimos en esta amnésica sociedad.

 

En este circo de hoy  se reúnen algunos  rostros lozanos, jóvenes, aparentemente inofensivos, llenos de inocencia sacerdotal; otros, con disfraces de ovejas y sonrisas desabrochadas llegan con sus cuentacuentos y, como artistas de habilidades infinitas en el ilusionismo, empiezan a decir las boberías más descarriadas, queriendo engatusar con sus charadas  y expresiones.  

 

Ya algunos payasos han hecho sus funciones en presentaciones similares y, sin embargo, insisten en no retirarse, piensan jubilarse en el circo. Regresan con los mismos numeritos de siempre. Ya están quemados y de tanto verlos, algunos no desmemoriados, se han cansado de ellos y los recuerdan como pésimos payasos. Pero, hay otros payasos muy especiales: los  disfrazados de delfines. Los  que se aventuraron a lanzarse a la palestra sin saber que nada pueden aportar en la función. Son los hazmerreír. Quizás intentan meterse a la arena central, porque ven en ella la oportunidad de mantener un legado, una tradición o no sé qué cosas.  Creen, estoy seguro, que  sus payaserías son las mejores; pero, están equivocados, la gente ni los observará, prefieren ver cómo el león se devora al domador. Estos payasos tienen que irse a otro circo a presentar sus funciones para que hagan reír a otras gentes, porque, como dicen por ahí, mientras existan “niños”, el circo no muere. ¿Quiénes serán los niños?

*Docente de Lengua Castellana y Literatura del Distrito de Cartagena en la Institución Educativa Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y de Comunicación oral y escrita de la Fundación Universitaria Tecnológico Comfenalco-Cartagena.


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