La Policía Nacional en un teatro de luces y sombras


Hace algunos años la Policía Nacional era orgullo de los colombianos, porque se convirtió en un referente internacional con la Operación Jaque en el año 2008, que liberó a Ingrid Betancourt y a otros secuestrados por la guerrilla de las Farc. Asimismo, la institución se daba el lujo de capacitar en temas como la seguridad, inteligencia y estrategia a la fuerza pública de otros países como Salvador, Honduras y Guatemala.

En su página web, la Policía Nacional resaltan en su Misión, lo que reza el artículo 218 de la Constitución Política de Colombia, que dice: “La policía Nacional es un cuerpo armado permanente de naturaleza civil, a cargo de la nación, cuyo fin primordial es el mantenimiento de las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas, y para asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz”. Es muy curioso con lo que hoy se observa en el país y cabe preguntarse, ¿están logrando a cabalidad el cumplimiento de su misión?

Estamos en el año 2019, tiempo de soberanía de las redes sociales. Si bien es cierto que las redes jamás pueden suplir los criterios informativos, responsables, profesionales y el rigor que los periodistas profesionales deben dar a la información, también es cierto que a través de ellas se ven una multiplicidad de facetas, de hechos y circunstancias noticiosas. Y la Policía Nacional está ahora bajo la lupa de la ciudadanía y el registro que esta hace de la actuación y procedimientos policiales a los que la institución debe atender como parte de su función en la aplicación de un Código de Policía que persigue a una población sin trabajo, y perturba y molesta a los ciudadanos por hechos y actuaciones insignificantes. Se rozan extremos y ya se percibe que la población siente la presencia de la Policía como una agresión.

Ingredientes del debate. ¿Son esos operativos más importantes que otros cometidos como la seguridad ciudadana, la lucha contra la delincuencia y el crimen que azota a la sociedad?, ¿está realmente el Estado y su actual gobierno midiendo las consecuencias de unos operativos que atacan derechos que priman sobre el derecho ciudadano al espacio público, como son el de la alimentación y el derecho a un trabajo digno?, acaso, ¿no es aberrante, descontextualizado, desproporcionado e injusto que se opere en contra de labores de supervivencia, cuando el Estado no cumple con el deber de generar empleo a sus ciudadanos o crear condiciones para que ellos lo hagan?, cuando no plantea, igualmente, reubicación de vendedores informales y otras alternativas de soluciones al problema del espacio público.

Poder de la imagen, desgaste y línea peligrosa. El gobierno somete a un desgaste a instituciones como la Policía Nacional. Además, está rozando una línea peligrosa, porque los operativos y el asedio contra esa economía de supervivencia, y los abusos de los uniformados en muchos casos puede llevar todo esto a momentos críticos. La imagen es poderosa, los operativos policiales los ven millones de ciudadanos en las visualizaciones de videos, y porque la percepción que la gente tiene de la Policía no es la mejor, es negativa. Los abusos, ignorancia y arrogancia de algunos uniformados, las vacunas y extorsiones a dueños de negocios de economía informal han desacreditado a la institución. De igual forma, la participación de algunos agentes en bandas criminales o el coadyuvar con ellas tiran al suelo el prestigio de la institución.  Hechos como la condena de un Juez de la República al sargento de la Policía Jamir Chavarro  del CAI de Modelia en Bogotá, por su extorsión a vendedores ambulantes, --reportaje que trasmitió Noticias Uno--, enloda a una institución.

Hoy, la gente hace blanco de hilaridad a la Policía y expresa su descontento con ella, porque esta y sus actuaciones representan funciones en un teatro de luces y sombras, los dramas tratan de una sociedad decadente, en donde los desposeídos están al filo de la navaja, existen perseguidores y perseguidos, y los protagonistas están armados legalmente y persiguen a los buenos. Los críticos piden invertir el argumento de las historias, donde no se persiga a los buenos, para que se efectúe la catarsis que verdaderamente debe prodigar el teatro.


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