Estas tres revelaciones tienen lugar en víspera de la rotura del primero de los siete sellos del Apocalipsis e indican el aumento de frecuencia y fuerza en los eventos apocalípticos y avisos específicos implícitos en algunos de ellos.
Ya el ser humano tiene la vivencia apocalíptica en todas sus formas; no obstante, en estos Tiempos del Fin, todas esas vivencias se incrementarán y serán aviso, esta vez, de que la muerte va tocando a la humanidad, a la gran masa, y cuando se habla de muerte es la muerte segunda, la que desintegra el espíritu y su existencia en el universo, la muerte que viene después que se deja el cuerpo, que ocurre en las mazmorras del Infierno, como consecuencia del pago por errores y maldades cometidos en la vida terrena. Dichas mazmorras es el sitio que está reservado para toda alma que no conserve su pureza.
Esta raza siempre ha estado bajo el signo de lo apocalíptico, pero las señales y el incremento de ellas indican la cuenta regresiva del Fin de los tiempos. Algunos de estos eventos constituyen avisos codificados para los iniciados que cumplen misiones que tienen que ver con el Fin de los Tiempos para esta quinta raza o raza aria.
En el Libro de las revelaciones o Apocalipsis de san Juan se habla de los siete sellos que deben ser rotos en este tiempo. Pasajes que trata el evangelista de forma somera, porque a él no le está permitido develar más, esa misión les corresponde a los dos testigos, a los dos olivos o los dos candeleros de Dios que profetizarán en este tiempo. A través de los mensajes que por boca de ellos envía Dios, se medirá, a la vez, a la humanidad, para que así se sepa quien tiene en su corazón construido el templo sagrado del Señor y quién no. Ya el escepticismo de esta época indica que todo es una dura prueba. No estamos en tiempos para disfrutar de la cosecha de lo espiritual, porque la humanidad se enloda en el fango del crudo materialismo. Además, el escepticismo existente es producto de las falsas alarmas que hicieron sonar los sedicentes mesías sobre el fin del mundo, y así se fue constituyendo el final del cuento y las correspondientes consecuencias de la fábula del pastorcito mentiroso, pero ya su voz no tenía crédito, y apareció el lobo de verdad y se comió las ovejas. Nadie se alertó, la voz del pastorcito no tenía valor. Algo así está sucediendo, porque toda señal y toda vivencia terrible ya hacen parte de la normalidad. Y volverá a suceder como al final de la raza anterior: muchos dejaron de entrar al arca, terriblemente y para su mal, creyeron que Noé estaba loco, y ya era demasiado tarde para los incrédulos que quisieron reaccionar ante las debidas advertencias.
Las tres revelaciones
- Sucederá un terremoto que destrozará rascacielos. Al primero testigo del Apocalipsis le revelan que en América, en Estados Unidos, sucederá un terremoto en una ciudad y se verán caer partidos por la mitad algunos rascacielos. En esta revelación está implícito un mensaje: la orden desde los mundos espirituales para que se reúnan los dos testigos del Apocalipsis con cuatro personas, iniciados en los misterios, que hacen parte de los 144.000 sellados, y quienes conformarán lo que se llamará la Red apocalíptica, que tendrá como propósito atender enteramente y como sagrada encomienda el plan de Dios sobre el fin de la raza, el fin de los tiempos. El hecho ocurrirá entre tres y cuatro meses.
- Aumento de la violencia en el mundo. Al segundo testigo del Apocalipsis le anuncian, a través de la rotación en la bóveda celeste de una trompeta y una pistola, representación que indica el incremento de la violencia a nivel mundial y el aumento de su crudeza: atentados terroristas, violencia delincuencial y guerras. Ya comenzó ese designio y seguirá como rutina. Estos hechos serán poco manifiestos en Europa.
- Se incuba una epidemia mundial. A una sellada, quien conformará la Red apocalíptica, le revelan que está mutando un virus que generará una pandemia en el mundo, que se concentrará, especialmente, en Asia y África. Esa eventualidad generará muchas muertes. Este acontecimiento será noticia en unos tres meses.
El tiempo, juez supremo, refrendará o desmentirá estas palabras.