“Quiero volver como pájaro errante al bebedero”: Francisco Zumaqué
Por René Arrieta Pérez.
Francisco Zumaqué es, entre los músicos colombianos, quien vive y expresa de manera vívida el sentir del ser Caribe, trabajador incansable en la exploración del sonido y de su forma. Compositor, arreglista, director de orquesta y productor musical. En el año 2008 la Orquesta Filarmónica de Bogotá gana el Grammy Latino en la categoría de mejor álbum instrumental, y Francisco Zumaqué es unos de los arreglistas de una serie de temas que incluye ese trabajo discográfico titulado “La Orquesta Filarmónica de Bogotá es Colombia”.
En el imaginario colectivo de todos los colombianos retumba su tema “Sí, sí Colombia”, himno del desaparecido Festival de Música del Caribe, que se convirtió en la canción insignia de la Selección Nacional de Fútbol.
Zumaqué anota que ahora hace lo de siempre: componer, orquestar, producir música, como lo hace sistemáticamente cada año para el logro de sus sueños y objetivos artísticos. Dice que inició una nueva etapa en la que trabaja con su equipo productos audiovisuales que aspiran incluir la mayor cantidad de expresiones artísticas, con el propósito de unir el quehacer de los creadores en una sola expresión artística y holística, y que está en la búsqueda de un arte polímata o interdisciplinario con raíces colombianas y latinoamericanas.
De igual forma, con la artista Jeimi Drago, trabaja en el sound healing –sonoterapia que busca a partir de frecuencias determinadas efectos para la sanación, que se plasma en temas como “Volaré contigo”–. Asimismo, recientemente versionó el porro “El guayabo de la Ye”, del compositor Luis Felipe Herrán. Todos, disponibles en la plataforma Spotify.
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Francisco Zumaqué es su nombre, el nombre que identifica a uno de los músicos más preeminentes de Colombia; no obstante, su nombre completo es largo, porque así lo decidió su abuela. Díganos su nombre completo, y cuál es la historia.
El nombre, de niño, que siempre tuve en la casa fue Lelis, el Lelis o De Lelis. ¿Por qué razón? En esa época, los padres, toda la familia, en la sabana, que participaba en colocarle el nombre al nuevo nacido, a veces tomaban el almanaque Bristol, y mi abuela Lucía encontró que el 18 de julio, el día en que yo nací, era el día del santo Camilo De Lelis Cuanto Oriente, sin embargo, mi abuelo decidió que yo era Camilo de Lelis Cuanto Oriente Zumaqué Gómez. Mi bautizo fue tardío, después de los 10 años, y en todo el periodo ese de la infancia yo siempre fui De Lelis, el Lelis o simplemente Lelis. Y cuando por razones legales, ya en el colegio, al entrar al bachillerato necesitaba una documentación, se dieron cuenta de que no estaba bautizado. Me llevaron a bautizarme, el padre le preguntó a mi mamá cómo me llamaba yo, y ella dijo: “él se llama Camilo De Lelis Cuanto Oriente”, entonces el padre, cuando empezó a sacar las vestiduras que se usan en las ceremonias de la religión católica para el bautizo, comentó: “no, no, yo no le voy a hacer ese daño al muchachito, piensen a ver qué nombre le van a poner, si le ponen un nombre cristiano lo bautizo, si no, no”. Nadie le explicó al cura que ese nombre era de un santo italiano, y para resolver el problema mi papá dijo: “póngale mi nombre, Francisco”, y quedé Francisco De Lelis, para no contrariar el hecho de que todo el mundo me conocía como De Lelis. Esa es la razón por la cual yo originalmente tengo ese nombre curioso y tan largo.
Cereté, Montería, Ciénaga de Oro, son un eje importante en su infancia y adolescencia. De ellos debe tener una galería de recuerdos y de imágenes, como también una relación íntima con sus paisajes.
Indudablemente –indudablemente–reitera–. Quiero señalar que yo nací en la calle Cartagenita, una callejuela cercana a la catedral de Cereté, en donde mi bisabuela Blasina Jaraba tenía una casa de paja con tierra pisada, con dos habitaciones. Allí tenía yo una cama de tijera, de lona, con toldillo. Mi papá que era muy popular por su trabajo como compositor, arreglista, saxofonista, músico, etc., invitó a sus amigos al nacimiento del primogénito y estuvieron en esa fiesta, según me cuenta mi mamá, varias bandas de la región: la de Cereté, de Pelayo, la banda bajera, la banda de Montería. Alejo Durán, con su acordeón; estuvo también, el Compae Goyo. Esa fiesta duró varios días y fue maravillosa, y a mí me encanta regocijarme con la idea de que yo levanté la cabeza y vi ese parrandón tan sabroso y afirmé: ‘esta es mi profesión, yo quiero ser músico’, y así definí mi carrera.
El paisaje, los toros, la pradera, el trino de los pájaros, el sonido…
Sí, todo eso me marcó enormemente, porque digamos que toda la región del Sinú, en esa época, tenía un color, un sabor, un aroma, pero sobre todo un sonido, y ese sonido estaba marcado por el bajo, por el acordeón de Alejo Durán, por las canciones de Antolín Lenes y la cieguita de Ciénaga de Oro (Lucy González); la orquesta La Sonora Cordobesa; la misma orquesta Los macumberos del Sinú, de mi papá; el Cabo Herrán, que era un juglar de Cereté; Pablito Flórez, que en esa época estaría comenzando. Todos esos sonidos fueron los que alimentaron mi memoria musical y sonora de la época. Posteriormente, cuando mi niñez avanzaba, se mezclaron con los sonidos de Glen Miller, Duke Ellington, de Pérez Prado, de García Esquivel y grandes orquestas internacionales, que oía a través de un radio de onda corta que mi padre solía poner en las mañanas a todo volumen y que nos acompañaba en las labores cotidianas de la casa.
Su padre, toda su familia, son músicos, y como dice el dicho: “hijo de tigre…”, pero qué figuras y hechos determinan esa afirmación.
Sin duda la cuestión genética funciona muy bien en el sentido de la trasmisión de los talentos artísticos, me imagino que también otros talentos; por ejemplo, la parte genética establece que yo haya nacido orejón, que la concavidad de las orejas está hecha para captar mejor los sonidos, eso es una ventaja, y de alguna manera, la experiencia, cuando estaba en el vientre de mi madre, la orquesta de mi papá ensayaba en la casa, el trío en el que estaba mi papá, que tenía un repertorio de Los tres diamantes, de Los tres ases, de Los panchos, de todos esos grandes tríos de la época. Yo, de alguna manera, me fui alimentando de esas sonoridades, de toda esa musicalidad, y eso me marcó. La casa de mis padres era la casa de la música. Una casa que estaba eminentemente dedicada a hacer música y había tambores, tumbadoras, baterías, trompetas, saxofones, trombones, bombardinos, y para un niño, mirar y pasearse en medio de tantos instrumentos era maravilloso, porque estaba todo el tiempo golpeando algún tambor o tratando de puntear una melodía en una guitarra.
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