HISTORIAS SECRETAS: PLAZA DE SAN DIEGO.3.
0.A MANERA DE PROVOCACIÓN.
Imposible imaginar que en esta plaza hace 394 años dos comunidades religiosas se enfrentaron en una batalla campal encabezada por el gobernador y el obispo de la ciudad y provincia de Cartagena, y mucho menos que en la actual Institución Universitaria Bellas Artes y Ciencias de Bolívar existió un cementerio, el cual dio su nombre a la calle del camposanto de san Diego.
Fueron sucesos extraordinarios que sacudieron la aparente estable monotonía de los conventos san Diego y santa Clara cuyos monjes y monjas se enfrentaron en una lucha por el poder y el manejo de los bienes, los cuales a juicio de las hermanas clarisas (bajo la tutela de los monjes) estaban siendo malversados por los franciscanos.
Pero dejemos para líneas posteriores los pormenores de este insuceso para desarrollar la historia total de la emblemática plaza.
- LOS ORÍGENES DE LA PLAZA Y EL CONVENTO SAN DIEGO.
En la época colonial, cuando se configuró el actual “centro histórico “los españoles partieron de la plaza del Mar o plaza Real, hoy plaza de la Aduana a la cual hacían convergencia las demás calles de la ciudad que hasta fines del siglo XVI conservó las chozas y bohíos de los amerindios originarios Caribes de Karmairí.
Fue desde ese final de siglo (1586), después del ataque corsario liderado por Sir Francis Drake, cuando el Cabildo comienza a legislar sobre el naciente poblado de los Jagueyes sobre la disposición de las basuras en el caño del Ahorcado, (Hoy del Cabrero o Juan Angola).
En 1595 el ingeniero Bautista Antonelli trazó lo que sería el recinto amurallado y abaluartado de la ciudad y dejó por fuera la mitad del barrio. Marco E. Dorta en su obra Cartagena puerto y plaza fuerte explica que:
“Los planos elaborados por Antonelli en 1595 y por el gobernador Pedro de Acuña n 1597 muestran el trazado urbano en la última década del siglo XVI; es decir, en los momentos que la ciudad iba reconstruyéndose después de la destrucción parcial por sir Francis Drake, el recinto amurallado era entonces algo menor que el actual, pues por el este cortaba el caserío por lo que hoy es la plaza de san Diego.
Es en este 1597, cuando de acuerdo con las investigaciones de la socióloga Rosa Díaz, la llegada de oficiales, canteros y albañiles para la construcción de las fortificaciones pueblan a los Jagueyes; los recién llegados se dedican, también, a construir huertas para proveer de vituallas y hortalizas al resto de la ciudad. (San Diego...P.11).
De igual forma, todavía existen los últimos reductos amerindios, ubicados en los altos del barrio Los Jagueyes, en calidad de encomendados, es escribir, como tributarios del encomendero español, en interacción con esclavizados africanos.
De esta manera, con el paso del tiempo -afirma Diaz- “Desaparece así la población nativa que pasa a las haciendas y encomiendas y otros se extinguen físicamente por malos tratos y enfermedades y son reemplazados por negros, españoles y extranjeros con otras actividades económicas de prestación de servicios” (P.12).
Así, el barrio los Jagueyes se poblaba y el ocho de febrero del año 1608 fue dada la licencia de construcción del convento de san Diego a los padres recoletos de la orden de San Francisco, siendo su principal benefactor el capitán de los ejércitos reales Jorge Fernández Gramajo, a quien se unieron varios vecinos con limosnas, materiales de construcción y el préstamo de esclavos.
Desde entonces, la plaza adquirió el nombre que conserva hasta la presente; sobre el nombre Donaldo Bossa en el Nomenclator Cartagenero afirma que el espacio nunca se llamó plaza de Bahamón y mucho menos plaza de Las Bóvedas…en el siglo XIX cuando se le llamó plaza Sucre en homenaje al líder criollo Antonio José de Sucre, el nombre no tuvo acogida y mucho menos cuando se le dio el nombre de plaza del Trabajo, por estar ubicada entre un hospital y un convento.
En 1625 fue consagrada la iglesia, bajo el argumento de mucha utilidad, para la gente pobre socorrida por los religiosos, y porque en lo alto de los Jagueyes no había ni convento ni parroquia.
Simón González, maestro mayor de las fortificaciones de la ciudad, dirigió, además de las obras de San Diego, las de san Francisco, santa Teresa de Jesús, santa Clara y la catedral, a las cuales dio elementos arquitectónicos comunes.
Diversos son los usos que este templo ha tenido a través de su historia:
Después de 1821, cuando el ejército popular libertador consiguió la independencia definitiva de Cartagena y con esta la de la Nueva Granada, llegó el proceso de desamortización de los bienes de las comunidades religiosas, el convento de San Diego, fue convertido en cárcel desde el año 1833, como lo afirman Urueta y Piñeres en su obra, Cartagena y sus cercanías (2011). Tercera edición. P.128).
En 1891, en la huerta del convento, en el sitio conocido como el Corralón de san Diego fue construida la primera planta eléctrica de Cartagena, cuya caldera explotó y destruyó la planta, casi de manera total, al igual que algunas viviendas vecinas.
La explosión dejó un saldo de dos reos muertos al caer sobre ellos el techo de la capilla y que hacían la siesta en ese lugar, de acuerdo con el testimonio de los autores citados.
De esta construcción se conservan los muros exteriores y la fachada reconstruida por Luis Felipe Jaspe, con estilo goticoide, el cual se mantiene hasta hoy.
De igual forma se conserva el claustro en el cual desde el siglo pasado funcionó la escuela de Bellas Artes, ahora Institución Universitaria de Bellas Artes y Ciencias de Bolívar.
También en el pasado el convento fue cárcel departamental y municipal para mujeres y varones, bodega de la Industria Licorera de Bolívar y sanatorio estatal de enfermos mentales.
- EL CONVENTO SANTA CLARA ENMARCA LA PLAZA DE SAN DIEGO.
Transcurridos nueve años de la obtención de licencia de construcción del convento y de la iglesia san Diego, en 1617 se inició la construcción del convento de las clarisas, y la iglesia se terminó de levantar en 1621. De esta manera, la plaza quedó enmarcada por los dos conventos en la parte norte y sur, y en los laterales por casas bajas y altas que se mantienen hasta nuestros días, aunque modificadas.
El convento santa Clara recibió varios embates del mar Caribe en el siglo XVIII, los cuales lo destruyeron de manera parcial, pero fue siempre recuperado bajo la gestión de las monjas clarisas.
Después del Cessatio a Divinis, episodio comprendido entre los años 1682-1702, la iglesia fue reedificada en 1846 y consagrada por el obispo Juan Fernández de Sotomayor conocido por su compromiso con la independencia de la Provincia de Cartagena, y por la autoría del “Catecismo o Instrucción Popular”, con el cual reclama el derecho a la libertad de los pueblos de la Nueva Granada.
El santa Clara, después de la desamortización, estuvo abandonado largos años, pero en 1891 o 1892 se estableció en este La Escuela Normal Nacional de Institutores; después el gobierno lo destinó para hospital de caridad, de acuerdo con los testimonios de Urueta y Piñeres. Durante muchos años el hospital estuvo a cargo de las Hermanas de la Caridad, pero en los años 60 y 70 del siglo pasado se convirtió en hospital de la Universidad de Cartagena hasta 1975, cuando esta construyó la nueva sede en el barrio Zaragocilla.
Después de este año, hasta bien entrada la década del 90, quedó abandonado y en ruinas, hasta cuando una multinacional hotelera lo compró a precios muy módicos y lo convirtió en hotel cinco estrellas, destruyendo varios testimonios del pasado colonial, pero haciendo también importantes hallazgos de objetos y lugares olvidados.
En la contemporaneidad el convento está muy modificado, pero a juicio de Dorta se conserva todavía el claustro principal, la iglesia y otras dependencias. La iglesia es de modestas proporciones y de planta rectangular.
En el desarrollo de la remodelación, la capilla fue convertida en bar del hotel y el altar mayor, una obra de arte de la época colonial, fue trasladado a la iglesia del convento Nuestra Señora de la Candelaria de La Popa.
- EL CESSATIO A DIVINIS: MONJES FRANCISCANOS Y GOBERNADOR VS MONJAS CLARISAS Y OBISPO DE CARTAGENA DE INDIAS.
Tal como se expresó en líneas anteriores, la construcción del convento se inició en 1617 y la iglesia fue terminada de construir en 1621; sus primeras ocupantes fueron las monjas de clausura de santa Clara de Asís(clarisas) de la orden de los franciscanos.
En el lapso 1682 -1691 el convento se vio envuelto en uno de los episodios más escandalosos de la historia de la iglesia católica en la época colonial de Cartagena, como fue el Cessatio a Divinis:prohibición a todo oficio religioso, entre estos el de la misa o santa Eucaristía.
El episodio involucró en su desarrollo a los franciscanos y a las monjas clarisas, las cuales estaban bajo la jurisdicción de los primeros y exigían ante el obispo Miguel Antonio Benavides y Piedróla la potestad de administrar ellas mismas sus propios bienes, pues a su juicio, los franciscanos los malversaban; el obispo acogió las denuncias y puso a las monjas bajo su jurisdicción.
El caso envolvió varios funcionarios reales, así como también al gobernador Capsir y su teniente de gobernador de la ciudad, al inquisidor de la época quienes tomaron partido por los franciscanos.
Llevado el caso a la Real Audiencia el obispo desoyó las ordenes de esta, se enfrentó al gobernador, optó por la violencia, excomulgó al gobernante y otros funcionarios, y declaró en dos oportunidades el Cessatio a Divinis, o suspensión de todos los oficios religiosos en las iglesias de la ciudad, un hecho sin precedente en Cartagena; los franciscanos por su parte decidieron asaltar el convento de las clarisas, lo cual evitó el obispo Benavides con el Santísimo en la mano.
Entonces, “los monjes asediaron el santa Clara para agotar por hambre a las monjas. Pasaron seis meses hasta que descubrieron que había un pasadizo secreto por el que recibían comida desde el exterior. Luego, Los franciscanos forzaron el convento y las monjas huyeron despavoridas a la casa del obispo. El asunto llegó hasta Roma donde se falló a favor del prelado cartagenero, en 1702 pero este murió en Cádiz, cuando estaba a punto de regresar a Cartagena.” (elgetsemanicense.com/los frailes franciscanos en la cartagena colonial. Consultado octubre 24.2022).
De Eduardo Lemaitre (1983) en su obra Historia General de Cartagena (Tomo II) citando al también historiador Gabriel Porras Troconis, hemos elaborado una breve crónica en los siguientes términos:
*En 1682 las monjas clarisas alegan ante el obispo Benavides que los monjes franciscanos del convento san Diego quienes las tenían bajo su jurisdicción les daban malos tratos, e inhábil dirección espiritual y económica, por lo que era necesario quedar bajo el mando directo del prelado.
*El obispo accede, pero las monjas desisten de su petición inicial, pero el religioso se negó a acceder a esta contradictoria petición.
Los franciscanos acuden a la Audiencia de Santa Fe, organismo que falla a su favor en dos oportunidades y logran ganar el apoyo popular y de algunos clérigos del convento de los jesuitas quienes no estaban conformes con la gestión de Benavides.
*Los adversarios del obispo dirigidos por el gobernador Rafael Capsir y su teniente Domingo de la Roche turbaron la aparente tranquilidad de la ciudad y se prepararon para violar el convento, lo cual fue impedido por Benavides con el Santísimo en mano, lo que no evitó su posterior persecución y nuevos tumultos por las turbas enfurecidas.
*Entonces el obispo decretó el Cessatio a Divinis (suspensión de los oficios religiosos) exacerbando los ánimos al punto que el prior del convento san Agustín(partidario de Benavides) fue agredido a piedras y cuchilladas cuando cruzaba el puente levadizo san Francisco.
*Ya después de este episodio la ciudad estaba dividida en dos bandos: el de las monjas y el obispo, y el de los franciscanos y el gobernador; pero mientras el primero llamaba a la obediencia con carteles, los sacerdotes enemigos declaraban haber excomulgado a las monjas e incitaban al pueblo a tomarse el convento de las clarisas y así lo hicieron, pero las monjas se defendieron tirando desde las altas ventanas piedras y aguas sucias a los asaltantes.
*Con posterioridad el gobernador y los franciscanos resolvieron cercar el convento y obligar a la rendición de los clarisas por hambre; el asedio duró seis meses hasta cuando los rivales descubrieron que las monjas recibían alimentos por un pasadizo secreto y entonces las religiosas declararon que morirían de hambre todas antes que someterse de nuevo a la coyunda franciscana.
*El conflicto empeoró cuando intervino el nuevo inquisidor Francisco Valera,
quien después de recibir la prohibición de celebrar misa en público y en privado tomó partido por el bando del gobernador y celebró varias misas en público.
*Informado el gobernador que varios de los clérigos que estaban detenidos, bajo sus órdenes, en la torre de la catedral iban a atentar contra su vida, Capsir asaltó al templo y la refriega dejó a un clérigo herido y moribundo; entonces el Provisor fiscal de la catedral prohibió donar limosnas a las iglesias donde el inquisidor Valera había realizado misas públicamente.
*Con el paso del tiempo el conflicto se acrecentaba y de Santa Fe llegaron dos provisiones legales de la Audiencia, una de las cuales ordenaba al gobernador secuestrar los bienes del obispo y la otra solicitaba al cabido eclesiástico declarar la “sede vacante”.
*Ante estos hechos el obispo Benavides decidió hacer un alto en la lucha someterse los deseos de sus enemigos y puso a las clarisas de nuevo bajo la jurisdicción de los Franciscanos; pero el conflicto había tomado otro eje: ahora el objetivo era lograr la destitución del obispo; así de manera inesperada el obispo de Santa Marta Baños y Sotomayor llega a mediar y a levantar la excomunión a los afectados y termina siendo excomulgado por Benavides, a lo cual Baños responde con la misma medida, pero el obispo cartagenero declara de nuevo el Cessatio a Divinis.
*Por otra parte, las clarisas no habían querido someterse de nuevo a la jurisdicción de los franciscanos por lo que el gobernador y los sacerdotes decidieron romper la clausura del santa Clara, como lo hicieron, efecto, en medio de un enorme y vociferante tumulto en el que participaban gentes de toda ralea: las reclusas huyeron, entonces a la casa del prelado.
*En medio de estas situaciones el gobernador decide sitiar por varios días la casa del obispo, y el de santa Marta se instaló en sede propia, pero la noticia de la llegada de corsarios a la ciudad lo obligó a trasladarse a la ciudad de su primera sede.
Lo acontecido con anterioridad había pasado en casi seis años y parecía que nunca tendría fin porque “a un abuso sucedía otro abuso y a un desorden otro desorden”.
Entonces el obispo de santa fe terció a favor de Benavides, mientras que por vía marítima llegaban bulas papales a favor del obispo de Cartagena. Mientras el gobernador Capsir había sido reemplazado por Juan Pando y Estrada y este a su vez por Francisco de Castro; ambos tomaron partido por los franciscanos y de Castro se atrevió, a decretar prisión para el religioso cartagenero” lo que para la época constituyó un escándalo mayúsculo.
*Pero el atropello se frustró porque en 1687 llegó una cédula real que ordenaba la restitución del prelado, por lo que el fuego se apagó, pero quedó el rescoldo. Benavides permaneció en su trono hasta 1691 convencido que si bien las causas originales del conflicto con las autoridades, habían desaparecido, este no cesaría mientras el estuviese en el obispado de la ciudad
Entonces decidió viajar a España y después de 10 años de lucha por su causa decidió volver triunfante a Cartagena; pero la muerte segó su vida en 1702, cuando fue restablecido en todas sus dignidades y privilegios”…Así culminó el escándalo religioso más grande la historia de la religión católica en Cartagena colonial protagonizado por quienes se llamaban así mismos hijos de Dios.
El convento y la iglesia Santa Clara, al igual que varias edificaciones de Cartagena colonial, ha tenido diversos usos.
Ubaldo Elles, en el libro: “Lugares sagrados de Cartagena Colonial “ilustra sobre estos hechos:
Más de 100 años después (1846) en la época republicana, la iglesia fue reedificada tal como lo acredita una lápida reseñada por Urueta y Piñeres (2011) y el seis de febrero 1847 fue consagrada por el obispo Juan Fernández de Sotomayor y Picón, un cura revolucionario conocido como el “cura de Mompox”, quien escribió El Catecismo o Instrucción Popular, en el cual invitó a los sectores populares de l a Nueva granada a la rebelión contra el colonialismo español.
Después de la desamortización de los bienes de la iglesia católica, el sitio fue abandonado; el año 1891 o 1892 fue ocupado por la Escuela Normal Superior de Institutores y después el gobierno del Estado Soberano de Bolívar lo destinó para hospital de caridad.
Así se mantuvo durante muchos años a cargo de las Hermanas de la Caridad; en la década de los años 60 y 70 se convirtió en hospital de la Universidad de Cartagena y anfiteatro local hasta 1975, cuando fue trasladado al barrio Zaragocilla de la ciudad; entonces el antiguo convento fue abandonado hasta muy avanzados los años 90 del siglo pasado, hasta cuando fue adquirido por una multinacional hotelera, ente que lo compró a precios muy módicos.
La iglesia fue restaurada y destinada a servicios de bar y otros usos; el altar mayor se trasladó a la iglesia del convento de Nuestra Señora de la Candelaria en el cerro de La Popa.
En nuestros días del 2022, el antiguo convento de las monjas clarisas es un hotel de alto lujo, cuya transformación condujo por un lado a la destrucción de varios testigos materiales de la época colonial, y por otro al hallazgo de valiosos objetos del tiempo referenciado.
- LA PLAZA DE SAN DIEGO EN NUESTROS DÍAS: UNA MEZCLA DE REALISMO MÁGICO Y ECONOMÍA INFORMAL.
La plaza san Diego, al igual que otros entornos del centro histórico desde las horas de la tarde o quizás desde cualquier hora del día se convierte en escenario del realismo mágico llevado a las novelas por nuestros más ilustres representantes de ese género,como Héctor Rojas Herazo, Alberto Duque López, David Sánchez Juliao, Manuel Zapata Olivella y Gabriel García Márquez, entre otros.
Es un ámbito en el cual se conjuga la presencia del bochornoso pasado colonial, con un presente lleno de sueños y esperanzas, pero al fin incierto, de estudiantes de artes, vendedores de cuadros que representan hermosas mestizas y mulatas, paisajes de la heroica ciudad y balcones de la época colonial o republicana, así como también , agentes de ventas que expenden alimentos de diversas clases, categorías y precios para el consumo inmediato, y entre estos los afamados fritos de la esquina de Bellas Artes que tiene entre estudiantes, trabajadores y transeúntes una merecida acogida.
Son estos representantes de la economía de la supervivencia, quienes brindan oportunidades de alimentación a los menos favorecidos por la sociedad, a aquellos quienes carecen del ingreso necesario para ocupar un puesto en las mesas de los restaurantes formales, con su menú de platos nacionales e internacionales, de manera general ocupados por turistas del interior del país o extranjeros.
Más la cereza de la torta la pone el hotel cinco estrellas que ocupa el antiguo convento santa Clara de Asís, sitio exclusivo para los adinerados, y los poderosos que se alojan en sus habitaciones con los impuestos que pagamos los trabajadores, y empresarios de colombia.
A manera de epílogo, se resalta la egregia presencia del músico y compositor Adolfo Mejía Navarro (1905-1973) cuya escultura recibe las constantes caricias de una palmera que se mueve al compás del viento vespertino; la obra, del escultor Hernando Pereira a pedido de la Unibac fue develada el cuatro de noviembre de 2016.
La escultura de Mejía, autor del himno de la armada ARC y del himno nuevo de Cartagena de Indias y decenas de composiciones de la llamada música clásica y popular, cada noche en la plaza inspira a grupos de músicos que laboran en las calles del centro histórico, invitando a los enamorados a amarse más y a los bailadore a mover las caderas y a cantar con sones del Caribe y vallenatos clásicos de la tierra de Francisco el Hombre y, de Adolfo Pacheco y Alfredo Gutiérrez.
Y ya al final de este epílogo se destaca la atractiva, benefactora y abundante vegetación, el único antídoto contra el cambio climático actual, un arbolado que también adorna a la antigua plaza convertida hoy en parque; no obstante los cartageneros preferimos continuar llamándola Plaza de San Diego, tal como ocurrió desde 1608, cuando se fundó el convento de franciscanos recoletos que le donó su nombre y levantamos nuestro clamor para que el Estado y los particulares que lucran de su entorno, den un nuevo y efectivo espaldarazo a su estética paisajística.
PD. Imagen tomada de donde.co.
Con los afectos de siempre:
Ubaldo José Elles Quintana.
Ambientalista, Patrimonialista.