Las corridas de toros y las corralejas: Más allá de la bestialidad .


Las corridas de toros y las corralejas: Más allá de la bestialidad humana

En  calidad de una herencia cultural maldita de la colonización española y de la sociedad injusta, cruel, e insensible que nos legaron  los chapetones, los criollos y sus descendientes, las corridas de toros y las corralejas  llegaron  hace más de 400 años para quedarse en América Latina, al parecer para siempre, sin embargo la hora final les está llegando de manera inexorable.

Iniciadas en España en el siglo XIII, las corridas de toros han evolucionado con el tiempo, desde la modalidad predominante en Portugal, donde no se asesina el toro, en la mayor parte de sus comunidades, hasta las manifestaciones más aberrantes de la bestialidad humana mediante la cual  el noble animal se somete a la vara que lo deja a las puertas de la muerte, a la banderilla que continúa lastimando  su cuerpo y finalmente a la espada del matador, o peor aún a la  otra modalidad de la tortura inmisericorde  de los astados: las corralejas de los pueblos del Caribe colombiano y de algunas poblaciones del interior del país.

Las corralejas,  establecidas en las sabanas del Bolívar Grande de antaño en las dos primeras décadas del siglo XIX, se originaron en calidad de celebraciones en las fincas ganaderas para   festejar el cumpleaños de los hacendados, para luego evolucionar a fiestas patronales, bajo el liderazgo de  los políticos,  de juntas de fiestas de  ciudadanos del común y de los gamonales dueños de las  haciendas, quienes iniciaron la crianza del ganado de lidia o de toros bravos criollos aptos para las corralejas, que cual plagas bíblicas  se extendieron en breve tiempo  a lo largo y ancho de la geografía del Caribe.

Los dos eventos, repudiables de por sí,  compiten en niveles de la bestialidad humana: la corrida con la elegancia, los reglamentos y los rituales que le imprimieron el paso de los años y la tradición y las otras, las corralejas manifestación despiadada de la turbamulta que embriagada, endrogada, enloquecida y obnubilada, o simplemente convertida en un masa de estúpidos arremeten contra el toro, torturan al animal y lo someten  a toda suerte de vejámenes.

Todo lo anterior, casi siempre, en el marco de las festividades religiosas, como sucede, a manera de ejemplo, en las Fiestas de Santa Catalina de Alejandría en Turbaco, las de San Francisco de Asís en Sincelejo y de Nuestra Señora de la Candelaria, como anteriormente  se  hacía en Arjona, sin olvidar las corridas que durante mucho tiempo se celebraron en Cartagena, “en honor” de la Santa patrona.

Este accionar se convirtió en la  costumbre muy extraña de combinar lo sagrado con lo mundano, los ritos de la vida con  los rituales  de la muerte de un indefenso animal o de varios cuando intervienen los caballos en la modalidad del rejoneo y casi siempre de varios seres humanos.

En tiempos pasados algunas fiestas de  corralejas fueron menos bestiales en el Caribe, de manera especial en las décadas del  50 y  el 60, cuando en medio del deprimente espectáculo los toros eran lidiados por manteros profesionales a quienes se les respetaba su toreo, y se irrespetaba un poco menos al descendiente de Taurus.

De aquellas épocas de los años 50 recuerdo los comentarios que se hacían del mantero-enlazador de toros, llamado el Negro Rocha, tal vez el más famoso  de las sabanas, al igual que a mi tío Antonio Carlos Elles, conocido como El Turbaquero en las corralejas y en las incipientes plazas  que se alzaban en la costa.

En su condición de mantero se convirtió en un modelo a imitar por sus hijos, nietos y sobrinos, quienes deseaban convertirse en toreros famosos como él, ostentando nombres y sobrenombres de los famosos de los ruedos de ese entonces.

Era una especie  de obsesión que empujaba a mis familiares a meterse   en las corralejas, de las cuales casi nunca salían bien librados, al punto que en un año reciente mi primo hermano, Álvaro Elles López murió en una tarde de toros en Turbana, en los cuernos de un toro .

Muchos años antes al  tío Antonio Carlos a quien jamás rasguñó un toro, porque según él tenía un secreto de la Virgen del Carmen, lo embistió una vaca en una corraleja de Luruaco, le rompió una pierna, y con esto vino el declive de su salud y el posterior fallecimiento.  

Sin embargo, aun cuando en nuestros días la figura del mantero se mantiene en medio de la muchedumbre que acosa al toro y dificulta  la  labor  de este, los niveles de bestialidad de los humanos en  las corridas y las corralejas aumentan.

El ejemplo más fehaciente lo  dan los recientes hechos de las corralejas de Turbaco el 1 de enero del presente 2015, donde decenas de desadaptados asesinaron un astado a  “cuchillazo limpio”, a  paleras, pedradas y patadas, sin que una sola autoridad o ninguna otra persona interviniera en favor del indefenso animal, a pesar que en la teoría 30  seres humanos lo cuidaban    para que continuara su  indeseable  peregrinar por otras corralejas del Caribe.

De igual forma aconteció con la muerte de  varios  toros de lidia en la plaza de Cartagena, en medio del supuesto “arte” que reclaman los actores, promotores y seguidores de la “fiesta brava, “la aceptación de las autoridades civiles y ambientales, el silencio de las autoridades religiosas, la valiente protesta de los defensores de los animales y el rechazo de miles de cartageneros, quienes en la encuesta realizada con mucha valentía por El UNIVERSAL.COM, votaron en más de un 80% en contra de la masacre animal anunciada y realizada, sin misericordia alguna.

Pero…más allá de la bestialidad humana que encierra un fiesta de corralejas o una corrida de toros, se esconden diversos elementos y situaciones, propias de una comunidad en crisis, en la cual los sectores sociales que manejan el poder se niegan  a avanzar hacia el progreso social que conduce a una comunidad humana, más justa, pacífica, respetuosa de la vida en todas sus manifestaciones y civilizada como son muchas de estas que abandonaron la bestial práctica.

Es interesante, entonces, descubrir la alienación cultural que pesa con gran fuerza en los imaginarios colectivos de las autoridades civiles, ambientales y religiosas y sobre las clases sociales, amantes de estas prácticas denigrantes, cuyas mentalidades les impiden oponerse , rechazar estas actividades  guardando  un preocupante silencio, al cual los sociólogos  y juristas llaman:” Silencio Cómplice”.

De igual forma, hay que resaltar los elementos ideológicos estructurales de la mentalidad del torero y de su cuadrilla, de lo triste que es su suerte al construir su proyecto de vida  sobre la muerte de un animal, precisamente, uno de los más simbólicos en el mundo occidental y de las más bellas especies de la creación y la naturaleza.

Escribo triste suerte, pues exponer la vida para ganársela, no es ninguna felicidad, y bien los toreros por su valentía y simpatía pueden ser artistas de cine y televisión o brillantes ingenieros que con toda seguridad jamás se les habría ocurrido construir el túnel de Crespo o  La Loma de Marbella, la afrenta más grande para los buenos profesionales de esta importante ciencia, y disculpen  la referencia, pero como dice Rubén Blades en su canción: las heridas del alma  son muy difíciles de sanar.

En el ámbito siguiente continúan los intereses económicos de las ganancias jugosas que dejan los espectáculos  realizados para llenar de vejámenes, tortura y muerte  a un animal, detestables operaciones en las cuales los empresario se llevan “la parte del león” y los demás las sobras que caen de la mesa.

Finalmente, aflora la falta de autoridad y tal vez la impotencia de esta para controlar el desmadre  de todos los géneros  que se da en una corraleja, aún en una corrida de toros, pero  acudiendo a la lógica y el sentido común son situaciones que bien pueden evitarse con el sólo de hecho de prohibir para siempre estos abominables espectáculos.

Por ello, la reflexión final y la recomendación formal es que se respete y aplique la Constitución Política del país, las leyes  protectoras de la existencia digna y la vida de los animales  y se eliminen, de una vez para la eternidad las corridas de toros y las corralejas  y que Colombia entera en especial, el Caribe, abandone los niveles  de  bestialidad que nos deshonran ante el mundo.

La conversión de las corralejas en ferias culturales, artesanales y artísticas donde salga a flote el inmenso potencial creativo de los caribeños, y de este privilegio de hacer de la vida una fiesta sana, es una buena opción, tal como ha empezado a hacerlo la comunidad de Sincelejo, que desafortunadamente no  quiso suprimir las corridas, pero sí dio el gran paso de hacerlo con las corralejas en este 2015 que se inicia.

Convertir las plazas de toros existentes en “palacios de la cultura, las artes y del turismo” es otra buena opción y el ejemplo de Bogotá no se queda atrás con todas las dificultades que todavía afronta.

Fortalecer los procesos de educación ambiental y del desarrollo de las competencias ciudadanas es otro buen ejercicio que deben realizar las autoridades en alianza con los educadores, los ambientalistas  y todos los defensores de la vida.

 Ya de final, final sólo resta  pedir: Que Dios y las enseñanzas de Cristo Jesús iluminen la mente de nuestros gobernantes y nuestros pueblos para  superar, este año y de una vez por todas, los niveles de la bestialidad manifiesta  y construir la paz y el bienestar para todos!


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