LA FIEBRE NO ESTÁ EN LAS SÁBANAS


No se podría responder con la certeza y la contundencia requerida. Pero si nos podemos acercar a situaciones que dejan mucho que desear. Veamos:

En la escuela, Temístocle Pérez es un joven muy particular entre sus compañeros. Él ha demostrado que cuando se propone una cosa la consigue, no importando cómo ni a quién lesiona con su actitud. Siempre se le ve muy estudioso y disciplinado, demostrando que maneja unas competencias cognoscitivas óptimas, ideales para triunfar supuestamente en la academia. Pues eso es lo que cualquiera puede pensar sin analizar que existen otros factores quizá más valiosos que manejar saberes. Pues, Temístocle está demostrando que pisotear al otro es lo normal, porque maneja unas disciplinas o unos conocimientos, olvidando que un ser humano integral es aquel que posee un equilibrio en todas sus dimensiones. Un verdadero ser humano debe dominar todas las dimensiones que lo hacen ser más humano y civilizado.

Temístocle no respeta a sus superiores. Todos sabemos que la edad es factor primordial para ciertos comportamientos, sin embargo, esto no es motivo para que él constantemente lance expresiones vulgares, obscenas y llenas de procacidad y maledicencia contra sus compañeros y maestros. En sí, Temístocle no está formándose como debería ser. ¿Tendrá la familia o la escuela culpabilidad en este problema? Tal vez él sea el producto de una sociedad inmersa en el irrespeto y la inversión de los valores fundamentales; o quizás, es consecuencia de unos estados emocionales y psicológicos que lo hacen ser muy voluble con los otros. Este es un caso por analizar interdisciplinariamente.

De nada vale ser una eminencia cuando la vulgaridad y el irrespeto asoman sus garras ante los demás. Si esos saberes que dice saber no los demuestra, sustentándolos con su comportamiento, de nada vale que los reserve únicamente para los famosos exámenes o quices. Expresiones como “Profesor(a) hijueputa”; “Me importa un comino si no gano la asignatura” o “le voy a demostrar que si puedo pasar, importándome un reverendo… lo que usted diga” y cosas por el estilo que demeritan sus conocimientos. Esos son los argumentos que expresados con una vehemencia ridícula cuando lo embargan la prepotencia y la soberbia.

Esta corta historia marca unos linderos hipotéticos de lo que puede estar pasando en las escuelas de nuestras regiones, ahora cuando nuevamente Colombia fracasó en las famosas pruebas PISA. ¿De qué vale que los maestros modernicen las formas de enseñar a sus alumnos, si el irrespeto, la indisciplina y la pereza son los comportamientos comunes y normales en nuestras escuelas? Quizás se está buscando la fiebre en las sábanas.

Se podrán hacer miles de investigaciones; miles de diagnósticos de las capacidades o competencias que deberían poseer los maestros para brindar una educación de calidad, de los cambios de currículos, pero si no se analiza en profundidad aquellos factores inherentes a los problemas familiares, sociales, psicológicos, entre muchos otros, nada se podrá hacer en la solución. Recordemos que no sólo resolviendo las falencias en lenguaje y matemáticas se resuelve el problema de calidad; hay otros problemas que son soslayados por su complejidad y que no se abordan por desenmascaran las grandes problemáticas socio-antropológicas de nuestra sociedad.

A veces da risa las conclusiones de organizaciones que intentan saber de educación, pero que de ella sólo saben que existe para usufructuarla. Conclusiones tales como la de “revaluar los contenidos temáticos de los currículos académicos"; “que las competencias que deben tener los docentes y estudiantes para afrontar las nuevas dinámicas del mundo globalizado” no son las adecuadas ni ideales. Que esto, que lo otro. Sin embargo, siempre se llueve sobre lo mojado. Entonces se empecinan en hacer unas recomendaciones muy superficiales de lo que debería enseñarse y de las exigencias que deberían cumplir los estudiantes para ser ciudadanos del mundo, educados con calidad, pertinencia y equidad. Olvidándose, eso sí, de quienes desde hace rato le exigen a los gobernantes prestarle atención a la educación del Ser. Siempre me he preguntado ¿de qué vale que la escuela favorezca o intente que sus estudiantes aprendan significativamente ante situaciones problémicas y pertinentes, si éstos mismos se desarrolla en un ambiente de conflicto, problemas de drogas, desunión familiar, corrupción de la dirigencia política, inseguridad? ¿De qué vale que el estudiante relacione su aprendizaje con la realidad personal, social, económica y política y le dé más sentido a lo que aprende, si no posee un ápice de formación psicológica para enfrentar la inseguridad social y la incertidumbre del conocimiento tecnológico y científico?
* Docente de Lengua Castellana y Literatura del Distrito de Cartagena en la Institución Educativa Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y de Comunicación oral y escrita de la Fundación Universitaria Tecnológico Comfenalco-Cartagena,


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