Lectura crítica entre la lectura disruptiva y la carnavalización: un vórtice generado en el Foro de Educación Distrital de Cartagena 2025


"Leer críticamente es desmontar el orden; leer disruptivamente es trastocar sus cimientos; carnavalizar es reírse de ellos mientras se reconstruyen. En esa tríada, la palabra se vuelve insumisa, plural y profundamente humana."

El pasado 16 de octubre de 2025 asistí al Foro de Educación Distrital de Cartagena. Fue un reencuentro con colegas entrañables, entre ellos Ignacio Herrera — Nacho, como lo llamamos quienes compartimos con él la pasión por enseñar. Le hablé con entusiasmo del trabajo que venimos realizando en la Institución Educativa Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, donde, junto a algunos estudiantes de noveno y décimo grado, hemos dado vida al Club de Lectura Crítica Manuel Zapata Olivella. En el stand, mis estudiantes,: Laura Meléndez,  Laura Guerrero, Jheyder Medina, Sebastián Pacheco, Mariana Ospino, María Fernanda Vásquez y  Daniela Arrieta Pastrana, acompañados por el profesor Roberto Romero y mi persona, compartían con orgullo el proyecto que ellos mismos lideran con las orientaciones. del área de humanidades.

Nacho, siempre inquieto y provocador, me preguntó si conocía la lectura disruptiva, una práctica que — según me dijo — está transformando la manera de leer en algunos espacios académicos de América Latina. Le confesé que no, pero su pregunta me quedó resonando. Esa misma noche, ya en casa, busqué, leí y me dejé interpelar. Descubrí que esta forma de lectura no solo rompe con la linealidad y la pasividad, sino que invita al lector a reconstruir sentidos desde lo simbólico, lo emocional y lo sociopolítico. De inmediato la asocié con la carnavalización de Mijaíl Bajtín, esa estética de la subversión que convierte la risa en resistencia y la multiplicidad de voces en una forma de verdad.

La lectura disruptiva, según algunos investigadores, es una experiencia que “interpela al lector y lo obliga a reconstruir sentidos”. Se apoya en textos híbridos, ambiguos, visuales o fragmentarios — como caricaturas, libros álbum o microrrelatos — que desafían las convenciones y despiertan el pensamiento divergente, ese que aún duerme en muchos de nuestros estudiantes y que no ha sido catalizado debido a la persistencia en enseñar desde lo establecido en los manuales y currículos tradicionales. En el aula, esta lectura se convierte en un acto de diálogo con el texto, de cuestionamiento ético, de construcción colectiva de sentido y de criticidad.

Según lo consultado, un ejemplo elocuente es una viñeta de Calvin & Hobbes, donde el niño se pregunta si los tigres van al mismo cielo que las personas. Allí, la lectura no busca respuestas cerradas, sino que abre dilemas sobre la fe, la empatía y la imaginación. Es en esa tensión donde la lectura se vuelve disruptiva: cuando obliga al lector a pensar desde la paradoja, no desde la certeza.

Por otra parte, la carnavalización subvierte las jerarquías del discurso. Quien ha vivido un carnaval sabe que allí se invierten los roles, se burla del poder, se celebra lo grotesco y lo marginal. Un ejemplo de ello es el Carnaval de Barranquilla o las fiestas Novembrinas en Cartagena, por mencionar los más conocidos. Bajtín lo llama “la fiesta de la vida, de la renovación, de la destrucción de las formas petrificadas”. En ese espíritu, la lectura carnavalizada no se limita a reproducir lo que el texto dice, sino que lo parodia, lo revierte, lo vuelve a decir desde otro lugar con otras intencionalidades. Se re-crea para parir otro texto desde la interpretación de cada uno de los lectores.

Un cuento como “Los dos reyes y los dos laberintos” de Borges encarna esta tensión. El rey de Babilonia, con su laberinto de muros y trampas, representa el artificio del poder; el rey árabe, con su desierto abierto, encarna una justicia ancestral. Esta inversión simbólica no solo trastoca la noción de castigo, sino que nos obliga a repensar lo que entendemos por civilización, por humanidad.

Tanto la lectura disruptiva como la lectura crítica — de la cual expusieron mis estudiantes — y la carnavalización comparten una rebeldía común: rechazan el texto como verdad cerrada y celebran la duda, la risa, la creatividad. Con ellas, el lector deja de ser un visitante obediente para convertirse en creador de sentidos. El texto, entonces, ya no es un objeto sagrado, sino un espacio vivo donde se juega, se duda, se transforma.

Y si hay un lugar donde esta forma de leer puede florecer con fuerza, es en el Caribe colombiano. Aquí, y especialmente en Cartagena, es donde la oralidad es memoria viva, donde la cultura popular vibra en las esquinas con la música y los “tumbaos”, donde el carnaval no es solo fiesta sino también lenguaje, color, carcajadas, ironía, “mamadera de gallo”. En fin, la lectura disruptiva, la lectura crítica y la carnavalización de la literatura encuentran un hogar natural. Leer desde el Caribe colombiano es leer con el cuerpo, con las entrañas y los tuétanos, con el dicharacho y con la sospecha. Es leer sabiendo que hay otras formas de decir, de contar, de resistir y de transformar lo  hegemónico. Tal vez haciendo un híbrido se podría generar una nueva forma de orientar el Club. Habría que discutirlo con mis estudiantes. Amanecerá y veremos. Dijo el ciego. ¡Suena interesante!