Por fin, con lugar a equivocarme, algunos tercos y egoístas gobernantes, empresarios y magnates del mundo se dieron cuenta que el tener inmensas fortunas y océanos de lujos y privilegios materiales, no sirven de nada para detener los pasos de la muerte. Quizás, ya se percataron que es más importante invertir en educación, ciencia, tecnología e investigación que en aquellas que generan riquezas, pero nada de salud. Es más, el mensaje es que hay que invertir en los seres humanos, en y para la vida.
Con esta pandemia el golpe ha sido contundente y preciso. Líderes mundiales tomando acciones para atajar un virus mortal que hace temblar al más grande cuando se impregna en el cuerpo humano. Se podría llegar a pensar que esta pandemia está fríamente calculada por alguna potencia mundial para generar pánico financiero y económico, como aducen algunos, y sacar provecho en el mercado financiero. Sólo Dios sabe. Pero, de lo que si estoy seguro es que muchos buitres de la inversión sacarán su tajada con la muerte de los más ancianos. Infiera usted amable lector.
Por otro lado, creo que esta nefasta pandemia del Covid-19 hará mirar a la humanidad con otros ojos a quienes trabajan en salud, a investigadores y preclaros científicos de ésta, entre muchos otros profesionales. Pues, ellos que si merecen llamarse héroes, han cargado, en hospitales y clínicas, con la noble labor de salvar vidas, no importando si sus pacientes son ancianos o jóvenes. Su noble misión es salvar vidas, no quitarlas ni provocar muertes.
Tanta inversión en aparatos de muerte como armas sofisticadas, ojivas nucleares, aparatos tecnológicos propiciadores y generadores del detrimento ecológico que cada día nos acercan a la gran hecatombe final poco ha servido para salvar vidas. Hoy, muy poco ha valido para contrarrestar un virus mortal que poco a poco se lleva la vida del ser humano sin importar raza, color político o credo religioso; sólo la labor de los héroes de blanco ha amainado el embate mortífero de esa naturaleza adormecida que la voracidad de alguno despertó, presumiblemente, en un mercado de un país asiático.
Finalmente, a modo de colofón de esperanza, Colombia debería cambiar de mentalidad para reformar políticas de educación, ciencia, arte y tecnología que vayan en beneficio general de su pueblo y que trasciendan la letra muerta para convertirse en propiciadoras de progreso y desarrollo social. Que gobernantes, empresarios y emporios económicos piensen en el Ser y no solamente en el Tener.