"Frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte."
Gabriel García Márquez
En este momento es evidente y necesario repensar la función o rol de los maestros y maestras ante los retos éticos, políticos, históricos, culturales y sociales por los que atraviesan no solo nuestras instituciones educativas, y especialmente nuestros discentes, sino también el país. Por esto, como maestro me veo en la obligación de interpelar no solo a mis estudiantes, sino a mí mismo y a mis colegas: ¿Qué significa enseñar en un país donde la violencia, la descalificación, la invisibilizaciòn, el abandono, la corrupción, la estigmatización, son el pan de cada día ? ¿En verdad puede un maestro o maestra ser neutral frente a las condiciones de miseria, desigualdad, exclusión que vivencian nuestros jóvenes? En este texto intentaré aproximarme un poco, desde mi percepción y saberes, a la comprensión e interpretación de algunas ideas de la antología Ciencia, compromiso y cambio social, que compila los textos más significativos de Orlando Fals Borda y que pueden servir para que los maestros de a pie reflexionemos de la importancia que tenemos en la transformación de nuestro quehacer ético, político, científico y pedagógico. En esa compilación se revitalizan las preguntas anteriores y se provoca un revulsivo para analizar el porqué aún persisten desigualdades desde el conocimiento, las oportunidades y seguimos inmersos en la pereza mental y la manipulación, dejando que la labor magisterial se diluya en un hacer sin sentido.
Fals Borda, en ese texto, nos recuerda que todo conocimiento está atravesado por una opción ética y política, aunque sus actores lo nieguen. En palabras del propio autor, “el científico social está comprometido, aun cuando no lo sepa” (p. 74). Un principio básico que no solo aplica a los sociólogos, sino también a los maestros y maestras, al definir qué enseña, cómo lo enseña y con qué propósito enseña; es decir, hace una apuesta por un mundo, en este caso la escuela, que no solo sea un espacio apático, sino que desde su rol como “ingenieros sociales” debe ser activo y transformador. No transmisor de información, sino generador de consciencia social para bien de todo el colectivo social.
Nuestra labor en secundaria es enfrentarnos con nuestras cátedras a una juventud marcada por la precariedad, la estigmatización y al abandono y la irresponsabilidad de un Estado negligente y miserable, que satisface únicamente los intereses de una que otra minoría potentada. Sí, llegan con el peso de la exclusión social a cuestas. Pero, como diría alguien, los más sensibles lo expresan en forma de rebeldía, otros en silencio, otros más en abandono. Según Fals Borda, “pretender formar a estos jóvenes sin asumir un posicionamiento crítico frente a su realidad sería, como advertía Camilo Torres, “tomar partido por el otro bando” (p. 5). De allí que, parafraseando al maestro “el aula debe ser un espacio de dignificación, de escucha, de construcción de conciencia”.
Considero que en los tiempos actuales, los maestros y maestras no pueden limitarse a ser meros transmisores de contenidos, de saberes anquilosados en los anaqueles de viejas bibliotecas. Deben asumir el compromiso de servir de interlocutores con sentido, colaboradores y/o propiciadores de las transformaciones sociales, culturales y científicas.
En este sentido, las ideas de Fals Borda de una ciencia comprometida y una investigación-acción participativa (IAP)cobra plena vigencia. Ideas que fueron concebidas en el campo de las ciencias sociales, pero que por su espíritu pueden trasladarse a la pedagogía activa. La IAP no busca conocer por conocer, sino transformar la realidad junto con los sujetos que la viven. ¿Acaso no es esa la esencia misma de nuestra labor magisterial?¿ O sólo estamos en las escuelas para conservar el Statu Quo? Enseñar no debería significar adoctrinar ni imponer, sino investigar con los estudiantes su realidad, cuestionarla, y soñar alternativas juntos. Esto implica renunciar a la “neutralidad” tecnocrática que aún domina muchos discursos educativos.
Por otra parte, en los niveles superiores es donde creo que la reflexión crítica debería estar presente como una condición Sine qua non, pero no siempre ocurre así. En esos contextos, la formación profesional es absorbida generalmente por la lógica de la eficiencia, las acreditaciones y los estándares internacionales quizás descontextualizados. El sociólogo advertía en las calendas de los años 80 y 90 cómo las universidades de América Latina comenzaban a postrarse ante los modelos eurocentrados de conocimiento, olvidando las urgencias propias de nuestros pueblos (p. 130). Acorde a esto, él propone una ciencia endógena; esto es, partir de nuestras propias necesidades, historias y luchas e iniciar una educación que sirva para solucionar nuestras problemáticas. Entonces: ¿No debería la universidad formar profesionales capaces de pensar con y desde la gente? ¿De qué sirve un título profesional si no se comprometen con el país que los sostiene?
En esa realidad académica surgen algunas preguntas que me interpelan constantemente. ¿ A quién estoy enseñando? ¿ Qué le aporto con mis saberes disciplinares? ¿ Para qué estos saberes y cómo le sirven al estudiante para transformar su realidad y su pensamiento?¿ Sirven todos esos saberes, están actualizados, se soportan científica y pedagógicamente? En las clases, intento que los estudiantes comprendan que, mi condición de maestro no es simplemente “dar clase o dictarlas”, sino asumir un compromiso ético, social y profesional con ellos, con la comunidad y con mi país.
Según Fals Borda, su sociología de la liberación (p. 124), puede leerse como una pedagogía de la liberación “de la ignorancia”: aquella que no reproduce las injusticias, sino que las denuncia y las combate con el conocimiento, la ciencia y el pensamiento crítico. Y así debería ser el proceso de formación escolar. No se trata de “adoctrinar”, sino de provocar un pensamiento y conocimiento profundos, de acompañar procesos de crecimiento como personas y como ciudadanos, de apostar por la transformación de la injusticias y el abandono por unas condiciones de vida mejor para cada uno de ellos y de quienes los rodean, sus familias, sus vecinos, su comunidad.
Este compromiso exige un conocimiento más riguroso porque está vinculado a la vida real, a la experiencia, a las necesidades sentidas de nuestros estudiantes y de sus familias (p. 120). Enseñar desde el compromiso es enseñar con conciencia. Y esa conciencia debe estar informada, reflexionada y permanentemente actualizada.
En definitiva, como maestro, estoy muy seguro y creo que, el pensamiento de Fals Borda es una brújula para todo aquel que se pregunte cuál es su papel en este mundo injusto: la sumisión o la rebeldía inteligente y sin violencia contra la desigualdad. La educación no puede ser un acto neutro ni acomodaticio. Hoy, más que nunca, la escuela y la universidad deben ser trincheras de pensamiento crítico, de resistencia cultural y de construcción de lo posible. No nos corresponde a nosotros resolver todos los problemas sociales, pero sí nos compete sembrar en cada estudiante la pregunta por la justicia, la dignidad y la esperanza.
Referencias
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Fals Borda, O., Herrera Farfán, N. A., & López Guzmán, L. (Comps.). (2018). Ciencia, compromiso y cambio social: Antología. Editorial El Colectivo.
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Freire, P. (2005). Pedagogía del oprimido (30ª ed.). Siglo XXI Editores.
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Torres Restrepo, C. (2004). El pensamiento vivo de Camilo Torres. Editorial Ocean Sur.
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Giroux, H. A. (1997). Los profesores como intelectuales: Hacia una pedagogía crítica del aprendizaje. Paidós.
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Apple, M. W. (2006). Educación, política y sociedad: Una introducción a la educación crítica. Akal.