Total le daba lo mismo; él podía ofrecerle a cualquier agente de tránsito o de policía los billetes con tal de que lo dejaran tranquilo. Igualmente, Pedro Oyola Escudero, “El Papi”, desempleado desde hace mucho rato que hasta ya lo olvidó, el día de las elecciones para la escogencia del nuevo alcalde, recibe la suma de veinte mil pesos y una botella de ron para votar por uno de los candidatos. Caso muy común para la época electoral. Mientras que, la “Social and International Company de Tanzania” ofrece una cantidad enorme de dinero para ganar la licitación de la nueva central hidroeléctrica que se construirá en este departamento.
Aparentemente esta ilustración, sacada de la ficción, no es más que la evidencia de una realidad vivida cotidianamente en cualquier contexto del país. El soborno, la corrupción, el boleteo, el carrusel, la mordida, la coima o como se denominase cualquiera de sus manifestaciones parecieran ser inherente a la condición del ser colombiano. Sin embargo, esto no se podría ni afirmar ni negar categóricamente, porque aunque existan evidencias a través de la historia, sería difícil demostrarlo. Tal vez sea un problema estructural de todas las sociedades o quizás hace parte de la cultura del dinero fácil. No lo sabría afirmar. Pero, de que existe, existe.
Entonces, si se analizaran las narraciones anteriores, sin ahondar, y poniendo un poco de sentido común al problema, nos daríamos cuenta que son comportamientos generalizados y ya hacen parte de una cultura en contravía de los principios éticos y morales elementales de cualquier sociedad. ¿Pero se tendrá que soportar inclementemente la corrupción como si fuera la esencia de nuestros comportamientos o el pan nuestro de cada día? ¿Cómo combatir ese flagelo mundial que permea todas las instancias públicas y privadas? Algunas alternativas están supuestamente en la educación y en la defensa de una cultura del respeto y el servicio desinteresado al prójimo ¿Pero, qué educación y qué cultura? ¿La de la ilegalidad, la compra de votos, el traqueteo, la extorsión, el boleteo entre muchas otras manifestaciones corruptas cotidianas que se presentan en este país del Sagrado Corazón? Estamos en una encrucijada que merece auto-reflexionar como individuos y como sociedad. La corrupción hace que los intereses particulares primen sobre los de la comunidad y desacreditan, debilitando los principios de civilidad, la convivencia, la moralidad y la ética ciudadana.
Por otra parte, para argumentar lo anterior, se recoge lo expresado por el señor Armando Montenegro con cifras contundente de Transparencia Internacional. Grosso modo manifestaba: “En 1997, Colombia, en medio de sus legendarios escándalos políticos, fue considerado el tercer país más corrupto, medalla de bronce, entre los 52 países que eran objeto del estudio de Transparencia Internacional (con innegable exageración, un conocido reporte de esos años hablaba de que Colombia se había convertido en una cleptocracia). De ahí en adelante la situación mejoró. Y en 2003, en el estudio de Transparencia que ya abarcaba a 133 países, Colombia ocupó el puesto 59, cerca de la mitad de la tabla”. Asimismo, este señor, hacía alusión a otros informes tales como “En 2005, por ejemplo, Colombia ocupó el puesto 55 entre 155 países. Y desde entonces, año tras año, el país ha perdido 39 posiciones”. Además señalaba que “2012 Colombia ocupó allí el puesto 94 entre 174 países. No sólo apareció entre los corruptos de América Latina, cerca de Argentina y México, sino que superó a países reconocidos por sus problemas en esta materia, como China y Zambia”. Luego entonces, debido a esa realidad muchos de los corruptos del país estarán luchando por ganarse la medalla de oro y ocupar el primer puesto para mancillar el nombre de un país supuestamente rico y desarrollado, pero no progresista. Colombia viene acrecentando, en el contexto mundial, índices de corrupción que nos llenan de zozobra y escozor, no obstante los muchos controles que realizan los entes encargados de velar y cuidar los bienes del Estado.
Por último, es bueno expresar que el incumplimiento de un Estado y sus gobernantes con sus compromisos sociales permite que entre muchos exista la idea de que no importa “cuánto robe si se hacen obras” de cualquier índole. De lo cual se colige que la actitud de connivencia con la corrupción puede interpretarse como una anuencia al ilícito. Justificación que deslegitima el fortalecimiento de las instituciones democráticas en un país donde el adecuado cumplimiento de las normas se mira como algo completamente raro.
*Docente de Lengua castellana y literatura del Distrito de Cartagena en la Institución Educativa Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y de Comunicación Oral y escrita de la Fundación Universitaria Tecnológico Comfenalco.